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martes, 15 de agosto de 2017

Por aldeas históricas y la sierra de Portugal

Elevadores en Covilha
Bajo la línea que traza el río Duero (o Douro, en portugués) emergen los bastiones de las denominadas aldeas históricas portuguesas. Hasta una docena recibe esa sintomática catalogación. En ellas sobresalen las torres del homenaje de sus castillos (Castelo Novo o Belmonte suponen buenos ejemplos) o los riscos que coronan, como en el caso de Monsanto, su territorio. Se extienden por una vasta área ovalada, en pleno centro de Portugal.
Covilha no recibe esa denominación. No obstante, el municipio que aglutina en invierno a los esquiadores portugueses puede ejercer de epicentro del recorrido. Con sus más de 36.000 habitantes y el respeto que venera por su ilustre antepasado, el diplomático del medievo y explorador Pero (o Pedro) de Covilha, se encuentra situada a una hora de la frontera española con Extremadura (si se toma por Valverde del Fresno), previo paso por carreteras sinuosas y mal pavimentadas.
Mercado de Covilha
Covilha se halla ubicada en las faldas de la serra da Estrela y cuenta con numerosos hoteles y un gran centro comercial en su parte baja. Mientras, en la alta se ubica su ayuntamiento, la plaza principal (con la estatua de Pero en lugar bien visible) o el amplio y añejo mercado.
Entre sus encantos, resaltan los dos elevadores que depositan al peatón en un puente de madera zigzagueante que desemboca en la piscina municipal. Debajo, algunas de las numerosas fábricas abandonadas que recuerdan su pujanza en la industria lanar. También las callejuelas de mellado empedrado y casas abandonadas permiten atisbar que posiblemente su pasado tuvo más lustre que su presente.



Por la sierra

En cuanto inicias la ascensión de la sierra empieza a bajar la temperatura. En la cima, la torre que permite alcanzar los 2.000 metros de altura a la cima de Portugal. Y antes de llegar, la imagen pétrea de la Senhora da Estrela. De vértigo el tramo final de la carretera.
Fuente Castelo Novo
Y vamos ya con algunas aldeas históricas accesibles desde Covilha. En dirección a Castelo Branco se sitúa Castelo Novo. Destacan sus numerosas fuentes (entre las que despunta la de Joao V, edificada en siglo XVIII) , los restos del lagar del siglo VIII con sus dos pilas y los vestigios del castillo (ocho siglos de historia ya desde sus inicios), con su imponente torre homenaje desde la que se vislumbra un extenso panorama. Perfecta ubicación para el vigía. Aldea para aparcar en su plaza principal y perderse por sus callejuelas tranquilas y aromatizadas por los guisos locales, bien aderezados con las castañas o el aceite autóctonos.
Desde allí a Alpedrinha apenas existe un puñado de kilómetros. Su casco urbano (ya no aldea) de casonas blancas queda regiamente coronado por su palacio del Picadero, con su interior reconvertido en una muestra de sonidos de la trashumancia o trasiego de ganado en busca de pastos frescos. Y de Alpedrinha, en la ruta de regreso a Covilha, al bullicioso Fundao, con su agradable plaza peatonal sazonada de cafeterías con encanto. La cereza constituye su emblema y protagoniza refrescos, pasteles o bombones. A mitad de agosto, las noches se llenan de jolgorio con incontables puestos callejeros y degustaciones de sangría o francesinhas (Léase mi crónica de Oporto para saber más sobre este manjar portugués).
En verano, las denominadas playas fluviales (o zonas acotadas de río para el baño) salpican la geografía del centro de Portugal y se convierten en socorridos puntos de encuentro y de refresco. Pueden hallarse en numerosos municipios. Aquí cito Paul o Unhais como simples ejemplos.

Monsanto


Ascenso ciudadela de Monsanto
Retomamos el recorrido por las aldeas históricas ascendiendo a la cima de Monsanto, allá donde emerge su ciudadela. Ha recibido el reconocimiento de aldea más portuguesa de entre las aldeas portuguesas. Los bancos (algunos incluso esculpidos en piedra) en la puerta de muchas de sus viviendas reflejan la tradición de aposentarse en ellos a media tarde para pasar el día entre conversaciones y pensamientos. La tranquilidad del lugar los prodiga.
Ciudadela de Monsanto
La ciudadela de Monsanto suma restos de fortificaciones construidas entre los siglos XII y XIV. También iglesias de épocas más tardías. O la enorme cisterna. Por el camino, casas injertadas en rocas. El perímetro amurallado tiene bastante más que aquello que se atisba desde fuera. Para comprobarlo, eso sí, hace falta superar un fatigoso ascenso. Vale la pena, desde luego, por contemplar los recovecos con encanto que florecen en sus estrechas callejuelas, no aptas para vehículos en la parte superior del casco urbano.
Furgoneta comarcial en Idanha
Desde allí, siempre por carreteras de paciente recorrido, nos desplazamos a otra aldea histórica, a Idanha-A-Velha. Apenas la puebla un puñado de habitantes que ejercen de guardianes de un legado histórico que abarca desde restos romanos a la silueta de una maltrecha torre del homenaje. Una furgoneta abre su parte trasera para mostrar a una dependienta que ofrece el surtido de productos básicos. Constituye su comercio ambulante. Algún particular vende quesos.





Los museos de Belmonte

Museo de Guarda
Y otra histórica: Belmonte. Con su extenso mercado medieval el segundo fin de semana de agosto, su poso judío (sinagoga incluida) y sus cinco museos, que abarcan desde los descubrimientos históricos al recorrido del río Zézere (afluente del Tajo y con papel protagonista en el centro de Portugal). Domina un amplio valle. Tanto como lo hace su castillo sobre el casco urbano.
Catedral de Guarda
Desde allí proseguimos hacia el norte, en este caso a la populosa Guarda, la ciudad más alta del país. El punto más elevado lo constituye, cómo no, la torre del homenaje de esta población con numerosos restos de muralla.
No obstante, por encima del resto de construcciones destaca su imponente catedral, que desemboca en la plaza de Luis de Camoes. El otrora palacio episcopal ejerce en la actualidad de moderno museo, con sillas rojas colgando literalmente de su fachada.

Seguimos hasta Sabugal, con su esbelto castillo, conocido como ´las cinco esquinas´. La torre del homenaje alcanza los 28 metros de altura. Sobresale, además, por su doble muralla. Comenzó a edificarse como baluarte defensivo en las guerras entre leoneses y portugueses. Al igual que en el resto de castillos recorridos, la entrada es gratuita y la afluencia de visitantes resulta bastante reducida, por lo que puede disfrutarse con tranquilidad de cada recodo. Eso sí, con precaución, ya que no existen vallas protectoras ni barandillas en la mayor parte de las espigadas escaleras.
Castillo de Sabugal
Y cerramos el recorrido con otra aldea histórica. En este caso se trata de Satelha. Pintoresca, amurallada y peatonal, a cuyo centro se accede por un pórtico señorial. Para observar con tranquilidad las casas, con sus explicaciones incluidas, de entre los siglos XVII y XVIII que jalonan sus calles. Recomendable, también aquí, su castillo.

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