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martes, 14 de julio de 2020

Formentera: recorrido en la nueva realidad



Recorrido por Formentera en la denominada nueva normalidad, que con más precisión podría denominarse nueva realidad. En la primera semana de tránsito libre por España. Salida desde la localidad alicantina de Dénia a las 8,30 horas del jueves 25 de junio, con control de temperatura a todos los pasajeros. Ya en el barco, repleto de viajeros, rellenamos un papel en el que nos preguntan si tenemos tos o por nuestra dirección en la isla.
Ese documento se entrega al desembarcar, ya en el puerto de La Savina, mientras te vuelven a tomar la temperatura.  Una hora de cola para superar ese control. Nada será igual a la vuelta. Aunque eso ya lo contaremos más adelante. Ahora, vamos con la visita. En este caso, con el vehículo incluido que hemos embarcado y que nos hará más accesible el recorrido por una isla que desde La Mola hasta La Savina, prácticamente sus dos extremos, se extiende a lo largo de 17 kilómetros.
Nos alojamos en una casa en la densa pinada de Sant Ferran que nos alquila, por intermediación, un despreocupado italiano con el típico nombre de Marco. Vamos a comer a la capital. Primera toma de contacto con Sant Francesc Xavier, la principal localidad de la isla, que no llega a los 3.000 habitantes y cuyo principal encanto reside en su plaza central y en las dos calles de tiendas que desembocan en ella.
Al regreso, paseo por la cala En Baster, la más cercana a nuestro alojamiento, que se caracteriza por sus grutas y minicalas cercanas. Nos topamos con dos personas. Será prácticamente la tónica de los siguientes días. No existe problema para mantener las llamadas distancias de seguridad sanitarias.
Primera puesta de sol. Quizás, con el tiempo, será la que mejor perspectiva de la isla recoge. La contemplamos desde El Mirador, que abarca prácticamente cuatro quintas partes de la isla. El bar está cerrado, aunque nos cede sus mesas y sillas para esta observación vespertina que compartimos con apenas una decena de personas.
Senderismo por la isla
En el segundo día inicio las rutas por los senderos numerados y marcados con señales de madera. Cada jornada me dirigiré hacia un sentido. Hoy vuelvo a la cala de En Baster para, desde allí, caminar hacia la playa de Migjorn y pasear sobre la tarima de madera que marca un recorrido dunar.  Bordeo Lucky (un local del que luego escribiré) y llego al inicio del recorrido, en Ca Marí. Desde allí hago ruta en sentido Es Pujols y regreso a la casa. Hora y media custodiado por un sol que ya empieza a exhibir su potencia con un bronceado creciente en mi rostro.
Vamos a Sant Ferran buscando su mercadillo, pero está cerrado. Así encontraremos todos. Incluso el artesanal de La Mola, el más famoso por su aroma hippy. Ha retrasado su apertura al 1 de julio. Demasiado tarde para nosotros. Retornando en el relato a Sant Ferran, la localidad es diminuta. Da para comprar en su horno (lleva el nombre del pueblo y tiene un pan muy recomendable) y para un paseo que no se extiende más de media hora.
Y otra vez a Sant Francesc, tres kilómetros más allá. Con adquisición en el principal supermercado de la isla, que también visitaremos unas cuantas veces. Llegamos algo asustados por las referencias de precio, pero son casi idénticos (si acaso unos céntimos más) que en Valencia. También vamos al mercado pagès, que en la práctica es una solitaria tienda de frutas y verduras. Comemos luego en Es Pujols, una de las localidades más turísticas. No obstante, en la última semana de junio la mitad de sus locales está cerrado. El paseo marítimo, sin apenas venta en sus tiendas, parece achicarse. En la playa, junto a un Mediterráneo cristalino, ondea la bandera de peligro de medusas.
Los secundarios vestigios históricos
La puesta de hoy la contemplamos desde los alrededores del faro de Berberia, en el extremo más al sur de Formentera. Antes, pasamos por un par de monolitos que datan de alrededor del 1.600 A.C., de los que queda poco más que unas rocas dispersas bordeadas por una cerca de metal. Ya junto al faro nos aproximamos a la torre vigía, cerrada. En esta isla los escasos restos monumentales pasan a un segundo plano en la agenda de la mayoría de visitantes. Además de que existen pocos, el atractivo de las playas las suele convertir en prioritarias.
Tercer día. Hoy el paseo sí que me lleva a Es Pujols por las sendas para caminantes y la penitencia de un sol que cada día parece deslumbrar más. Una hora y cuarenta minutos entre ida y vuelta. Después de desayuno y ducha, carretera hacia el faro de la Mola, que abre de martes a sábados. Es el más antiguo de la isla y, aunque no se pueda ascender a su atalaya, sí que puede contemplarse la exposición ubicada en lo que fueron las casas en las que convivían hasta tres familias de torreros, los que se turnaban en esa labor. La muestra aborda la biodiversidad de la isla o la tradición pesquera, entre otras cuestiones. Constituye una suerte de museo etnológico.
Vale la pena asomarse, con precaución, eso sí, al acantilado, junto al faro. O acercarse a la próxima tienda de recuerdos. Desde el citado faro a la población apenas discurren dos kilómetros y medio. Visita rápida a la Mola que da para poco más que transitar junto a tiendas y recorrido por cala del Muerto y la de Es Arenals. El panorama de aguas cristalinas se repite, vayas donde vayas.
Y, de allí, comida en Lukcy, un chiringuito en la playa de Es Migjorn, situado en primera línea en el que en disfrutamos, al son de las canciones de Fito y Fitipaldis, de una deliciosa focaccia. A 30 metros de la orilla, con la sensación de que estamos de vacaciones. Relajación, buena comida y servicio esmerado a un precio razonable. Poco más se puede pedir.
Esta noche nos quedaremos sin puesta de sol porque donde vamos a comer, en Es Caló, nos sitúan dentro. Se trata de una diminuta localidad, sin paseo marítimo y conocida por proliferar –dentro de su tamaño- los restaurantes. Y, de allí, a una heladería en Sant Francesc. Son tan cortas las distancias que, al tampoco haber apenas tráfico, no supone esfuerzo alguno recorrer diez kilómetros en coche. De paso, nos acercamos al centro de la capital, donde están con el ciclo Jazz en la plaça.
La sargantana
Tercer paseo matutino. Esta vez por el carril bici –apenas me cruzo con tres grupos de ciclistas en todo el recorrido- hacia Es Caló, previo paso por cala En Baster y entrada, a mitad del recorrido de vuelta, por la senda 15, que se dirige hacia Sant Francesc, aunque antes me bifurco hacia Es Pujols para retornar a la base. En todos estos recorridos el senderista cuenta con una fiel compañera: la sargantana de Les Pitiuses, una largatija de un singular color verde brillante. Basta con que aguantes la mirada en algún lugar pedregoso, boscoso o dunar y aparecerá una en breve.
Ni aglomeraciones ni cercanía
Hoy toca cala Saona, otra de las grandes conocidas. Es domingo y hay algo más de gente, aunque sin tráfico ni dificultades para aparcar al lado. Poca o ninguna mascarilla porque, realmente, se mantiene la distancia interpersonal de dos metros sin necesidad de forzar ni de buscarlo. No se producen aglomeraciones. Ni tan siquiera cercanía.
Antes hemos ascendido a una pequeña colina para voltear la torre de Es Catalans, una de las cuatro vigías. Esta se abre al público únicamente sábados por la mañana. Al igual que el resto de torreones, o que los monumentos megalíticos, el acceso no resulta fácil ni está señalizado. Queda claro que para el visitante medio o para quien impulsa el turismo en la isla se trata de objetivos menos que secundarios.
Retorno a Es Pujols, donde ya golpea un sol de esos que te hace buscar desesperadamente una sombra. En el paseo marítimo encuentras pocas en forma de local, ya que la mayoría permanece cerrado. Apenas han abierto los situados en los extremos. Y un veterano vendedor de pulseras artesanales, que ha colocado su tenderete al inicio del paseo. Las barcas de pescadores sobre sus lanzaderas despuntan como el principal atractivo del recorrido.
Vuelta a Sant Ferran previo paso por el horno. Después, visita frustrada al mercado dominical de artesanía de la Mola, ya que, como he comentado con anterioridad, han retraso la apertura. El 28 de junio todavía estaba cerrado. Después de confundirnos con mallorquines, nos invitan a acudir el 1 de julio. Una pena. Ya no estaremos.
Y hoy la puesta de sol toca en el Blue Bar, en Migjorn. Se trata de uno de los locales emblemáticos de la isla, de esos que  mientras te sirven un mojito sin alcohol a ocho euros te ofrecen su gama de camisetas. El ocaso del día tan solo se vislumbra en su plenitud desde las mesas de la entrada. Contemplas cómo desaparece el sol entre las dunas y los cañaverales.
El día lo rematamos con una deliciosa cena en Cafuné, un restaurante situado junto a la carretera, en la entrada de Sant Ferran desde Es Caló, donde igual venden cactus a cientos de euros que muestran cuadros de paisaje o sirven exquisitos bocadillos de difícil descripción. Nos explican que la pandemia les ha obligado a reciclarse y establecer sinergias entre profesionales de varios sectores, y que antes se dedicaban al catering de bodas.
Última ruta matutina y regreso
Última jornada. La ruta matutina me conduce por la senda 15 hacia Sant Francesc, cerca de la torre de Es Catalans antes descrita. Estos recorridos marcados con señales de madera constituyen una buena forma de conocer la isla. No parece la más habitual, porque apenas me cruzo con alguien. También, en esta época, con el estado de alarma recién suprimido, la presencia de visitantes resulta muy reducida. Y la población local está bastante diseminada.
Hoy toca ir al espacio más conocido de Formentera: Les Illetes, esa suerte de espigón de playa contornado de mar por ambos lados. O entrante de tierra entre el oleaje. Dejamos el coche en el aparcamiento más próximo. Los anteriores y más alejados de esta playa se hallan libres. Ascendemos por los montículos de rocas y arena mientras contemplamos, un vez más, las cristalinas orillas de este tramo del Mediterráneo. La refrescante brisa hace más llevadero el recorrido, porque el sol, como el resto de días, transmite todo su vigor.
Subimos al coche de nuevo, pasamos por las salinas de Es Pujols y buscamos el sepulcro megalítico de Talasso, el teóricamente más antiguo encontrado en las islas Baleares. No nos la jugamos con el coche para recorrer una apartada senda repleta de baches que conduce ante el recinto mortuorio.
Una vez junto a él, de nuevo soledad total, como ocurre con los otros restos megalíticos o con las torres vigías. Se halla situado junto a una casa, como si fuera su patio. Una verja y un cartel indican de qué se trata. De lo contrario, resultaría difícil adivinarlo. Tampoco parece, a tenor de lo complicado que resulta acceder, que haya mucho interés en difundirlo o en visitarlo.
Comemos en Sant Francesc, en casa Amancio, donde el principal atractivo lo constituye la decoración del patio. Compramos un par de botellas de vino mallorquín Pere Seda, salchichón ibicenco (un descubrimiento) y vuelta a la casa para la preparación de maletas.
Recorrido de despedida por el puerto de La Savina, con su murete y sus tiendas, y embarque a las ocho para zarpar a las nueve de la noche. Ahora ya no hay, ni lo habrá al llegar (dos horas después), control de temperatura. Tampoco entrega de folleto explicando cómo te encuentras de salud. Volvemos a la península con el barco a media ocupación. Atrás queda Formentera, una isla encantadora tanto en la antigua como en la nueva normalidad.

Esta crónica ha sido publicada en dos entregas en la web www.soloqueremosviajar.com





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