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martes, 13 de septiembre de 2022

Por el Camino de Santiago Portugués Central (IV): Barcelos-Puente de Lima

 


Nueva etapa larga. 34 kilómetros hasta Ponte de Lima. A las 6,25 de la mañana iniciamos nuestro camino entre la niebla característica del norte de Portugal, a la búsqueda de las señales que nos muestren por dónde hemos de encaminarnos. Nos espera un día caluroso según los pronósticos meteorológicos, que aciertan de lleno.

De nuevo una etapa en la que apenas hay bares en el camino en los que aprovisionarse y con un recorrido que alterna aldeas, tramos de carretera nacional y espacios boscosos, casi siempre sobre adoquines. La novedad la constituyen los viñedos. Nos hallamos en el epicentro de la zona productora del vino verde típico de Portugal, ligeramente espumoso.

Nos cruzamos con más peregrinos que en etapas anteriores. Esto significa alrededor de una decena en los diferentes tramos, no más.


Paramos a almorzar a las dos horas y media de recorrido en un sitio que anuncia bocadillos y que, al pedírselos alargados, el dueño responde que tiene. Al final nos pone el clásico panecillo redondo que sirven como modelo único de pan en pastelerías y bares y relleno con jamón de york y queso, también otra solicitud estándar de la que resulta casi imposible escaparse. Es prácticamente la única opción que nos pueden servir en los bares del camino.

Nos sentamos en la terraza y un lugareño se acerca a conversar. Nos cuenta los problemas con la subida de electricidad, nos dice que su hijo trabaja en el País Vasco y nos pregunta por la reina Letizia. Todo ello en un portugués algo cerrado que nos cuesta traducir. Nos hemos acostumbrado a hablar con la gente despacio en español por nuestra parte y en portugués (que no ´portunyol´) por la suya y suele funcionar. Con buena predisposición y conversaciones no demasiado profundas nos desenvolvemos. Sonriendo charlamos con el lugareño mientras el gato del propietario del local frota su pelaje en nuestras piernas ya polvorientas del camino recorrido hoy.

Seguimos andando sin apenas pausa. A medida que el sol acrecienta su fulgor aumentan nuestras ganas de llegar a destino, aunque nos harán faltan ocho horas para conseguirlo. Cuando lo hacemos, casi a las tres de la tarde, buscamos un restaurante para comer. En Ponte de Lima no faltan. Vemos un ambiente muy festivo, con bastante tráfico para una localidad que ronda los 3.000 habitantes y un mercado de artesanía instalado en su paseo junto al río Lima.



Probamos el arroz de sarrabulho, que consiste en una plato de arroz de color marrón, pastoso, que entremezcla restos de diferentes partes de cerdo y que lo acompañan con una fuente con patatas, carne, morcillas y sangre frita. Nos ha advertido el camarero de su densidad. Pedimos media razón y, aún así nos sobraría la mitad.

 

En el alojamiento de hoy nos hablan en inglés y, al ver nuestro DNI y comprobar que somos españoles, rápidamente nos cambian al portugués. Ocurre como tantas otras veces. Cada cual habla en su idioma y, con buena predisposición, más o menos nos entendemos.

La tarde da para recorrer el puente de Lima de un lado a otro unas cuantas veces, pasear por la senda que hay casi a ras de río con la estatua de Decius Brutus, el general romano que arengó a sus tropas y les demostró que no pesaría sobre ellas una maldición por atravesar la corriente fluvial, como hito, o contemplar un concierto de un grupo angoleño. La localidad está muy animada, con las terrazas llenas y mucho ambiente callejero.

Crónica viajera publicada también en www.soloqueremosviajar.com

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