Cuarto día de camino. Hoy nos esperan menos kilómetros (18), aunque más intensos, ya que afrontamos la subida al alto de Labruja, pedregoso y con pendientes pronunciadas, con una subida de 315 metros de altura en alrededor de cuatro kilómetros. El calor resulta intenso desde que salimos, a las ocho de la mañana, tarde comparado con otros días, ya que necesitaremos menos horas para nuestro recorrido. El paisaje mejora con las etapas. Pasamos de nuevo por aldeas, aunque en este caso abundan los espacios boscosos, con sombras bajo las que guarecerse.
Paramos en Codeçal, en el único bar prácticamente que habrá antes de
Rubiaes, y almorzamos lo que cada día porque no hay más opción: un pequeño
bocadillo redondo de jamón york y queso. Nos atiende una curtida lugareña que
entre servicio y servicio se ocupa del cultivo de los terrenos colindantes.
Nos cruzamos en varias ocasiones con una pareja de coreanos y con tres norteamericanos, entre ellos una señora mayor que sufre especialmente en las subidas. También nos encontramos, cuando nos quedan un par de kilómetros para llegar, con la pareja de brasileños con quienes entablamos conversación antes de Barcelos. Nos comentan que este año no hay muchos peregrinos por este camino. Lo cierto es que hoy vemos más que en etapas anteriores, aunque nada que ver con las cifras del Camino Primitivo. En este transitas casi siempre -cuando menos hasta la fecha- en soledad.
De hecho, a la salida de Ponte de Lima hemos charlado con uno de los
clásicos personajes de estas rutas, de los que se viste de peregrino medieval y
se sitúa tras un puestecito de conchas y otros objetos característicos. Tiene
un ´contador de peregrinos´, una teja en la que apunta los que pasan. Con
nosotros, suma 3.825 desde agosto de 2021. Toca la campana que pende sobre la
teja para anunciar nuestro paso.
El destino de hoy, Rubiaes, está configurado por una aldea de apenas 300
habitantes. A casi todos los peregrinos con quienes nos hemos topado los vemos
de nuevo en la habitación de literas de nuestra alojamiento o en el único
restaurante del lugar. La tarde, con el potente sol y en un casco urbano tan
reducido, se presume muy tranquila. Así fue, con lectura en la cafetería del
albergue, conversación con el joven taiwanés con el que nos hemos venido
cruzando en el camino y cena en el mismo y único restaurante existente en el
local.
Final en Valença do Minho
La noche se hace larga por el calor en las estrechas literas, muy próximas
y sobre una base de madera que precisamente no refresca. A las siete
retomamos camino. Hoy la etapa será corta comparada con las anteriores, ya que
andaremos unos 17 kilómetros (en total sumaremos unos 121). Lo haremos entre
bosques, aldeas (como habitualmente), adoquines y, ya en el tramo final,
arrabales del casco urbano de Valença do Minho. Sin apenas fuentes en el
camino, como en las etapas anteriores, y con más bares en el recorrido que en
días precedentes. Nos paramos en un puestecito montado por estudiantes para
recaudar fondos y allí cogemos una manzana a cambio de un donativo. Poca
historia para rematar esta experiencia en el Camino de Santiago Portugués.
No hay comentarios:
Publicar un comentario