Comenzamos el recorrido de hoy, que se alargará unos 36 kilómetros, en la céntrica calle peatonal Cedofeita. En las guías dicen que el Camino está bien señalizado. La realidad, principalmente al inicio, nos demuestra lo contrario. Y, sobre todo, en la oscuridad. Existe una manifiesta escasez de indicaciones, tanto de conchas azules o en el suelo como de flechas amarillas.
En algún sitio, como cuando llegas a la capilla de Ramada Alta, si no te
guías por la especializada web Gronze resulta casi imposible saber que hay que
voltear el templo y continuar por una calle posterior.
Los primeros nueve kilómetros, hasta Araújo, transcurren entre búsqueda de
flechas y trasiego por espacios periféricos y aledaños de Oporto. Casi siempre
por calles adoquinadas, en las que la pisada no es homogénea, lo que empeora
lesiones como la de mi rodilla derecha. Es lo que hay. Cuando un peregrino se
lanza a recorrer el Camino nunca sabe lo que le espera y ha de afrontarlo con
espíritu alegre y resignado a la par. O eso pienso.
Más tarde que pronto conseguimos salir del entorno de Oporto y empezar a
disfrutar del tránsito por pequeños municipios. No encontraremos una sola
fuente y nos cruzamos con pocos locales para repostar agua o para comer. Nos
paramos en un par de panaderías y compramos el clásico bocadillo, en sus
variadas formas, de jamón con queso y pan blando.
Entre los lugares con encanto con los que ya nos vamos empezando a topar
destacaría el monasterio de Vairao, un remanso de paz que hace las veces de
albergue. Alertado por el jardinero, baja uno de los encargados a estamparnos
su sello en la credencial de peregrino. Y lo agrademos. Se trata de uno de esos
sellos con empaque, que ocupa dos casillas y que destaca por su diseño. En una
aldea ya pasada nos hemos autocuñado en una especie de buzón, en un lateral de
la carretera, con sello y tinta que invitaba a utilizarlo.
Entre caminos de adoquines, estrecha carretera nacional y algunos trechos
(por fortuna cada vez más) de arbolado, seguimos avanzando. Se nos van a hacer
las dos de la tarde (ocho horas ya de camino) y buscamos algún sitio para comer
en un trayecto en el que apenas existen bares. Al final nos vemos abocados a
ingerir (nos dice que es lo único que nos puede servir) un nuevo bocadillito de
jamón con queso en una cafetería regentada por una singular anciana cuya
clientela son todo hombres del lugar bebiendo cerveza. Cada cinco minutos se
suma uno nuevo al grupo.
Ya nos queda poco para Sao Miguel de Arcos, el pequeño pueblo donde tenemos
el alojamiento. Pilgrim, la agencia que suelo contratar para reservar de
albergues (no me gusta ir a la aventura de buscar donde dormir cada noche) y
para que gestione traslado de maletas entre etapas (voy con una pequeña mochila
a la espalda con lo justo para andar) ha preferido alargarnos el recorrido del
primer día. En lugar de terminar en Vilarinho -ruta oficial- y hacer poco más
de 26 kilómetros lo ha llevado hasta Sao Miguel, de manera que completaremos
36. Bueno, mañana lo compensaremos con una etapa más corta.
Apenas hemos visto a seis peregrinos en todo el trayecto. No se percibe el
ambiente que, por ejemplo, disfrutamos el pasado año en la provincia de León,
donde todos los municipios parecen volcados con el Camino y sus andarines. Aquí
únicamente un ciclista nos ha obsequiado con la clásica expresión de "buen
camino". Como dice mi amigo peregrino "en este tramo la gente ve al
peregrino como un turista más, como un consumidor al que vender su producto,
sin ningún otro matiz". Falta la magia.
De momento hoy estaremos en una habitación doble en un chalé. Nos ofrece la
dueña un masaje con un profesional, algo excesivamente tentador para un
peregrino después de terminar una etapa intensa. La vivienda cuenta con una
tranquilo jardín donde relajarse igualmente, lugar que me sirve de entorno para
escribir estas líneas. Y a las siete de la tarde, la cena. Hoy espero dormir.
Cenamos en la casa de sao Miguel un menú que nos prepara la propietaria a
base de melón con jamón, sopa de verduras y pollo al horno. Después de un paseo
por el reducido casco urbano, donde destacan la quinta con el nombre del lugar
y el cementerio pegado a la iglesia con sus elevados panteones, llega el
momento de acostarse.
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