Subimos hacia el magnífico teatro romano, que se puede contemplar a la perfección desde los laterales y ascendiendo las escaleras que lo rodean. Impresiona, además de su buen estado de mantenimiento, la apostilla de la catedral del siglo XIII que lo corona de manera inusual.
Observamos también los restos del foro romano, subimos hasta el castillo de la Concepción, del siglo XIII igualmente, y comemos las tapas conocidas como marinero (ensalada rusa abrigada con una anchoa) y marinera (lo mismo, pero con boquerón) en la concurrida -a la hora del aperitivo- plaza de San Francisco y en su entorno. En concreto, en el abarrotado local La Fuente.
Nos quedamos con la sensación de que la ciudad atesora
numerosos espacios con encanto, pero entre que es domingo con bastantes de esos
lugares cerrados y que empieza a llover, nos vemos obligados a replegarnos a
nuestro vehículo que, al igual que ayer, tanto nos costó aparcar. En este caso
lo hicimos en un saturado parking bajo el paseo marítimo.