miércoles, 30 de marzo de 2016
Por el nordeste de la provincia de Segovia
El castillo de Turégano constituye uno de los mejores ejemplos de secretos bien guardados en la provincia de Segovia. Para el visitante que trata de desvelarlos suponen un auténtico descubrimiento. ¿Qué emergió primero, la iglesia de San Miguel o la fortaleza que la enrosca? Ambos, enclavados en el epicentro de un antiguo castro celtibérico. El templo data de finales del siglo XII. El castillo, de la misma época, aunque su mayor reforma la experimentó en el siglo XV. A partir de entonces fue recibiendo tantos añadidos (la espadaña) como reclusos (con el caso paradigmático de Antonio Pérez, el renombrado primer ministro de Felipe II).
Adentrarse en la citada y silenciosa iglesia de San Miguel (previo pago de los dos euros para recorrer todo el complejo) o subir por las sinuosas escalinatas del castillo hasta lo alto de la torre del homenaje con el objetivo de divisar los parajes que contemplaron los obispos Arias del Villar y Diego Rivera siglos atrás, enriquecen la perspectiva del visitante. Más si cabe si lo hace abrigado por el recogido silencio de un recinto con una muy justita infraestructura preparada para visitas. En cierto modo recuerda al castillo de Calatrava por esa simbiosis entre defensa y culto religioso.
Segovia anda bien nutrida de municipios monumentales. Riaza, con su plaza mayor repleta de los clásicos soportales para resguarecer a los transeúntes, constituye otro de los ejemplos. Muy recomendable visitar los hornos de este tipo de poblaciones, con su variedad de panes cocidos con leña como materia prima y exhibiendo productos tradicionales como el ponche (recuerda al mazapán, aunque algo más ligero).
Ayllón también merece un sosegado paseo desde el puente que traslada a su pórtico arqueado principal hasta el empinado acceso al torreón que ondea en la cima de la montaña desde la que se puede otear todo el casco urbano. Pasando, desde luego, por su plaza mayor (muy animada si coincide con alguna feria, como la de artesanía) y contando con desorientarse por alguna de sus callejuelas peatonales.
Sepúlveda, con sus templos, su solemnes actos semanasanteros, su preeminente posición sobre una colina o sus rótulos con mensajes como ´Prohibido hacer aguas mayores y menores en esta calle bajo multa de dos pesetas´, entremezcla presente y símbolos de épocas pretéritas. Allí se encuentra ubicado el centro de interpretación del paraje natural de las hoces del río Duratón. Se trata de otra recomendable visita.
Eso sí, a tener en cuenta que para acceder hasta el aparcamiento hay que transitar por una pista de unos cinco kilómetros surcada de socavones que ponen a prueba los amortiguadores del vehículo. Desde ese aparcamiento comienza la senda de 900 metros que traslada hasta la ermita de San Frutos, junto a la que se halla la diminuta necrópolis que, además de alojar los restos de monjes que en otros tiempo lo habitaron, también sirve de tumba del santo y de sus hermanos. Espectaculares las vistas del río, si bajamos la mirada, y de las águilas imperiales y buitres leonados planeando en el cielo, si la elevamos.
Más alternativas. Pedraza, con otro castillo monumental. Localidad que, a diferencia de casi todas las anteriores, ha sabido relegar a los vehículos a un aparcamiento externo o a otro interno y limitado, de manera que permite una tranquila visita peatonal, sin estar pendiente de apartarte al paso de cada coche. Casonas nobiliarias, plaza mayor y un imponente castillo constituyen algunas de sus señas de identidad. También el arco de entrada, flanqueado por murallas y con una puerta que puede todavía cerrarse, que recibe al visitante tras una empinada cuesta de acceso al casco urbano.
Algo más alejado se sitúa Cuéllar, municipio que ha comercializado su imagen de vestigios mudéjares y que tiene en gran estima su remodelado castillo con extensas y transitables murallas. Además de las iglesias de estilo mudéjar que lo pueblan.
O incluso La Granja de San Ildefonso, con su palacio (nueve euros cuesta la entrada) que evoca vidas reales, su señoriales calles y su extenso jardín repleto de fuentes ornamentadas con figuras mitológicas.
Y, desde luego, la propia capital, Segovia, con su imponente catedral (tres euros la entrada), la transitada plaza mayor o el visitado Alcázar. Todo ello como aperitivo o como postre antes o después de recorrer con la mirada su impresionante acueducto, uno de los grandes monumentos de España, sin duda alguna, y una de las demostraciones más palpables de la habilidad en ingeniería (en este caso hidráulica) de los conquistadores romanos.
Como base de todo el recorrido puede escogerse Grajera, una pequeña localidad sin más encanto que la singularidad del nombre de sus calles (Miguel Induráin, Sergio García, Alegría.... La mayoría basada en deportistas o en sentimientos), el campo de golf o el centro de deportes y aventura. Eso sí, ejemplo del remanso de paz que, en general, constituye esta provincia.
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