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jueves, 10 de noviembre de 2016

Sevilla a golpe de sensaciones

Plaza de España, en Sevilla

Hacía demasiados años que no visitaba Sevilla. Su barrio judío, el encanto de la calle Betis o la propia catedral se habían borrado de mi memoria. No así la paradigmática Plaza de España, la mejor representación secular de las provincias nacionales. El reencuentro me permitió redescubrir gran parte de estos lugares e incorporar a mi vocabulario gastronómico locales como las freidurías o las calenturías. Incluso la acumulación de bares especializados (y así lo indican ostentosamente) en desayunos y meriendas, con sus churros como estandarte, una costumbre bastante menos popular en Valencia.

Me hacía ilusión recorrer el palacete que acoge el Archivo de Indias y pasear por la historia de España releyendo documentos que han contribuido a gestarla. Apenas pude repasar el tratado de Tordesillas o las firmas de Magallanes o Pizarro. No coincidí con alguna exposición temporal que me permitiera disfrutar de más datos del legado escrito.


La imponente catedral responde a las expectativas. No obstante, los nueve euros que exigen para entrar y la larga cola (una hora de espera) ante la puerta inducen a la duda de si el esfuerzo merece la pena. Ocurre algo similar con el alcázar. Por cierto, muy recomendable igualmente su entorno, con el parque que lleva su nombre, la calle del Agua, el Barrio Judío o, también cerca, la plaza del Triunfo, con sus bares y tabernas.

Plazas sevillanas
Y si de plazas hablamos, la de El Salvador, en el barrio Alfalfa (casco antiguo), y, por supuesto, la de España, forman parte del recorrido imprescindible. También podemos anotar en ese itinerario la de la Encarnación, con su parasol coronándola y cercana a la Alameda de Hércules, con sus columnas como estandarte. Estas últimas constituyen parte del legado histórico de Sevilla. Otra porción muy recomendable a contemplar la configura la doble muralla junto a la Macarena.

Más hondo me llegó transitar observando el al majestuoso despliegue del río Guadalquivir a su paso por la denominada Torre del Oro, cercana al barrio del Arenal con la taurina Maestranza como emblema. Y, desde luego, cruzar a la costumbrista Triana, con sus múltiples bares y restaurantes. Tanto gentío pululaba que me recordó una jornada fallera de Valencia.

Valencia en la plaza de España de Sevilla
Otros apuntes. Las comerciales calles de Sierpes y Tetuán, la catedralicia avenida de la Constitución, las murallas y el barrio de Santa Cruz o el palacio de Pilatos, con su visita guiada en el piso superior y la autoguiada en el inferior. Todo abarrotado. La ciudad transmite un encanto que aderezan sus calesas, aunque atenúan los numerosos socavones en las aceras, que configuran una sucesión de obstáculos viarios que no facilitan, precisamente, la visita.

En resumen, una ciudad interesante, con unas raíces españolas y españolistas que exhíbe gustosamente. También con una idiosincrasia que plasma hasta en pequeños detalles. Uno nimio aunque elocuente. Exposición filantrópica de clicks de playmóbil. Junto a los clásicos e internacionales escaparates del fuerte del oeste, el castillo medieval o el barco pirata aparece otro dedicado al campo andaluz. En Valencia trato de no perderme una sola exposición de estos dúctiles muñecos. Todavía no he podido contemplar un espacio dedicado a la entrada de Jaume I en Valencia, a las Fallas o a cualquier otro aspecto emblemático de la Comunidad Valenciana.

Mayor dedicatoria a las costumbres valencianas he visto en la plaza de España sevillana, con su construcción azulejera dedicada a la provincia de Valencia, que en la mayor parte de municipios de la propia Comunidad Valenciana.

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