Hace escasos días, un buen amigo y avezado anticipador de
tendencias políticas, me comentaba que “Ciudadanos ha encontrado ahora su
lugar”. “Le ha costado, pero lo ha conseguido”, continuaba, para rematar que
“está incluso más a la derecha que el PP”. Le trasladé que coincido en la
primera apreciación, aunque discrepo en la segunda.
Me explico. Ser un partido de centro resulta una experiencia
sufrida. Luis Arroyo, experto en comunicación política, compara a las
formaciones que no se califican de un lado o de otro con el árbitro de un
partido, “al que nunca nadie en la grada apoya”. Quizás sea una comparación
extrema. En cualquier caso, sí que supone un esfuerzo superior en un mundo
marcado por las dicotomías, por los maniqueísmos, explicar que no se es de una
tendencia ni de la opuesta, “ni de izquierdas ni derechas”. Hasta el propio
Podemos tuvo que reformular su estrategia cuando se le acabó el discurso de la
casta y aliarse con Izquierda Unida para recibir la unción como partido de
izquierda.
Volviendo a Ciudadanos. Efectivamente. Le ha costado. Por el
camino perdió ocho diputados nacionales en seis meses, entre los resultados de
diciembre de 2015 y junio de 2016. Y tuvo que retornar a sus orígenes, a
Cataluña y a su mensaje identitario, para encontrar su camino. Para descubrir
cuál es su nicho real de mercado. Todo ello después de un congreso en el que
realizó un viraje ideológico que en la Comunidad Valenciana ha justificado un
puñado de deserciones.
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Artículo publicado el domingo 25 de marzo.
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