Paisajes, gentes, ejercicio físico y espiritual, reflexión, orientación… el Camino de Santiago aglutina todos esos sustantivos entre sus características. No obstante, depende de cuál de sus variantes se elija unos proliferan en mayor medida que otros. Y si se escoge una alternativa más desconocida, algunos, como gentes, marcan su mínima expresión; y otros, caso de paisajes, llegan a su apogeo de belleza.
En este relato nos adentramos por el de Baztán, el que nace
en Bayona y termina en Pamplona o, más en concreto, en la ermita de Trinidad de
Arre, a poco más de cuatro kilómetros de la capital navarra. Su cénit de
dificultad lo alcanza en el puerto de Belate, que ronda los mil metros de
altura, y en particular en la ermita de Santiago.
Pernoctamos en la citada ciudad francesa, en un antiguo y algo claustrofóbico garaje reconvertido en albergue para peregrinos atendido por voluntarias. Hasta allí hemos llegado desde Irún por la aplicación bla bla car, en un vehículo conducido por un circunspecto árabe. La noche se hace larga en ese cuarto con ocho literas y cinco ocupantes hasta que, a las siete de la mañana, nos ofrecen un ligero desayuno a base de tostadas y mantequilla.
El Camino de Baztán no es, como pronto ratificaremos, para
recorrerlo en penumbras, por lo que esperamos al amanecer otoñal, el de las
ocho de la mañana. Avanzamos en paralelo al río Nive en una confortable senda
hasta Urtaritz en un recorrido de alrededor de 15 kilómetros. Únicamente nos
cruzamos con un peregrino francés que transita en dirección contraria (curiosa alternativa
cada vez más practicada) y que lleva 46 días en ruta.
Comienzan las subidas y bajadas y los municipios sin locales donde comprar o sentarse a comer. De este modo llegamos a Souraide, todavía en el lado francés. Se nos acerca un nativo que, según nos explica, forma parte de una asociación de amigos de otra variante del Camino y que buscan peregrinos para alojarlos.
Aunque en algunas guías Souraide aparezca como final de
etapa (y podría serlo porque llevamos casi 25 kilómetros andados con siete
kilos de mochila en la espalda), nos hemos fijado como conclusión de jornada el
albergue público del monasterio de Urdax, del siglo XII.
Las señales no solamente no abundan, sino que escasean, y en Francia, la clásica flecha amarilla jacobea se reconvierte en un rectángulo de ese mismo color, que en algunos casos se limita a una semioculta pegatina.
Ascendemos a Ainhoa, atravesamos Dantxaria y cruzamos la
frontera por Dantxarinea, un lugar identificable por sus numerosos centros
comerciales. Nos aprovisionamos en uno que nos recomiendan denominado Peio y,
con tres kilos de más cada uno, llegamos hasta Urdax más de 11 horas después de
nuestra salida.
Allí, en el primer piso del histórico monasterio, nos recibe Ricardo, un simpático cubano que ejerce de hospitalero. También conocemos a Albert, uno de los dos peregrinos más con los que coincidiremos en nuestro recorrido por el Camino de Baztán. Tenemos 20 camas para los tres, por lo que nos repartimos separados por amplia distancia. Todas en el primer piso, sobre un lateral del claustro. Nos acostamos después de dar cuenta de parte de nuestras provisiones y de tomar cerveza y pimientos con salsa de setas en el único local abierto en este pueblo pirenaico.
Nos marchamos al día siguiente no sin antes mantener una entretenida
charla con Ricardo, quien nos anima a volver como invitados y ya no en nuestro
actual rol de peregrinos. Subimos hacia el puerto de Amaia por sendas
embarradas -pese a que tenemos la inmensa suerte de que no nos llueve en todo
el recorrido- y con el persistente problema de la falta de señalización. Nos
cruzamos con caballos, vacas y ovejas pastando a su libre albedrío.
Amaia lo avistamos por los restos de su afamado castillo y, una vez en su cogollo, nos encontramos con el cierre de sus dos bares. Otra de las singularidades de esta variante del Camino de Santiago consiste en los escasos lugares para almorzar o comprar. Pasamos por pequeños pueblos con esbeltos caseríos, pero sin servicios.
Decidimos parar en el capital de la comarca, Elizondo, una
localidad con alrededor de 3.500 habitantes, precisamente porque aquí sí que
existen locales, como el restaurante donde disfrutamos de un menú cimentado en
alubias con sacramentos, que incluyen chorizo o panceta. Paradójicamente, no cuenta
esta población con albergue público, por lo que nos alojamos en uno privado que
no tiene limpia ese día la habitación para peregrinos y nos ofrecen otras de
uso individual con cuatro literas cada una. Somos los únicos huéspedes esa
noche.
Puedes leer también la crónica es www.soloqueremosviajar.com pinchando este enlace


.jpeg)




No hay comentarios:
Publicar un comentario