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sábado, 18 de octubre de 2025

Historias por LATAM (VI)

 ¡Cuidado con los bravos!

 

La denominada Cordillera Blanca, en los Andes peruanos, estaba marcada en nuestro mapa para la práctica del senderismo. El problema con el que nos topamos precisamente fue que no había demasiado cartografía y en el año 2000, cuando tuvo lugar aquel viaje, ni teníamos internet ni nos podíamos guiar por Google Maps. Los pastores que ocasionalmente nos encontrábamos constituían nuestras únicas fuentes de información.

Habíamos partido de Huaraz con una tienda y dos sacos de dormir alquilados, a lo que sumamos el citado mapa. El objetivo se centraba en hacer una travesía de tres días y dos noches. No obstante, nos encontrábamos en la época de lluvias, una circunstancia que pronto vimos decisiva ya que los caminos se hallaban encharcados o, simplemente, difuminados en bastantes tramos. La teoría del mapa no existía en la práctica. No había forma de guiarse.

Así nos pusimos a caminar en dirección norte, con pan de molde, queso y atún como vituallas. El agua la recogíamos de los abundantes arroyos. Echábamos una pastilla potabilizadora (fue donde las utilizamos más) en el interior de la botella y a la media hora ya se podía ingerir perfectamente su contenido. La lluvia arreciaba y el frío empezaba a calar. Fue hacia mitad de mañana cuando uno de esos pastores esporádicos nos advirtió: “cuidado con los bravos”.

Y efectivamente, tuvimos que vadear un riachuelo para esquivar a una torada que se desplazaba a su libre albedrío, con sigilo y ojo avizor. En cambio, no pudimos escapar tan fácilmente de un caballo salvaje. Parece de risa, pero uno de entre un grupo que pastaba se dirigió al galope hacia nosotros. Subimos embalados a una pequeña colina y, en su cima, cada uno tiró para un lado. El equino se paró un segundo y desistió de la persecución.

Entre un paisaje espectacular y la lluvia que no decaía se vino la noche encima alrededor de las cinco de la tarde. Con rapidez plantamos la tienda de campaña y pasamos una de las noches más largas que recuerdo. A las seis, ateridos de frío, nos metimos en su interior ataviados con toda la ropa que habíamos llevado, superpuesta una sobre otra, con dos pares de calcetines en cada pie o tres camisetas. Ahí descubrimos que los sacos alquilados apenas abrigaban y que el suelo de la tienda calaba.

Al amanecer seguimos avanzando sobre terreno nevado y sin una senda clara. El riesgo aumentaba, por lo que a las tres horas decidimos que mejor retornábamos. Deshicimos a ritmo alto todo lo andado el día anterior para que no nos volviera a sobrevenir la noche encima, con ligeras paradas en cabañas de pastores con el fin de comer a cubierto nuestro pan con queso.

Llegamos al desértico pueblo de origen y ya no había autobús para retornar a Huaraz. No obstante, el conductor se ofreció a llevarnos si pagábamos todo el pasaje, como si fuera completo. No había opción. De este modo finalizamos nuestra experiencia senderista en el norte de Perú, por un entorno de gran belleza y nula señalización.

Con motivo del 25 aniversario del largo viaje que hice con mi amigo José Ramírez por Centroamérica, Perú y Bolivia voy a recopilar en mi blog algunas historias de aquella travesía. Por entonces todavía ese cuaderno de bitácora digital no existía y no podía, por tanto, trasladar allí estas anécdotas. Ahora puedo compensar con recuerdos, imágenes (como las de la Cordillera Blanca) y transcripciones recopiladas

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