¡Cuidado con los bravos!
La denominada Cordillera Blanca, en los Andes peruanos, estaba
marcada en nuestro mapa para la práctica del senderismo. El problema con el que
nos topamos precisamente fue que no había demasiado cartografía y en el año
2000, cuando tuvo lugar aquel viaje, ni teníamos internet ni nos podíamos guiar
por Google Maps. Los pastores que ocasionalmente nos encontrábamos constituían
nuestras únicas fuentes de información.
Habíamos partido de Huaraz con una tienda y dos sacos de dormir alquilados, a lo que sumamos el citado mapa. El objetivo se centraba en hacer una travesía de tres días y dos noches. No obstante, nos encontrábamos en la época de lluvias, una circunstancia que pronto vimos decisiva ya que los caminos se hallaban encharcados o, simplemente, difuminados en bastantes tramos. La teoría del mapa no existía en la práctica. No había forma de guiarse.
Así nos pusimos a caminar en dirección norte, con pan de molde, queso y atún como vituallas. El agua la recogíamos de los abundantes arroyos. Echábamos una pastilla potabilizadora (fue donde las utilizamos más) en el interior de la botella y a la media hora ya se podía ingerir perfectamente su contenido. La lluvia arreciaba y el frío empezaba a calar. Fue hacia mitad de mañana cuando uno de esos pastores esporádicos nos advirtió: “cuidado con los bravos”.
Y efectivamente, tuvimos que vadear un riachuelo para
esquivar a una torada que se desplazaba a su libre albedrío, con sigilo y ojo
avizor. En cambio, no pudimos escapar tan fácilmente de un caballo salvaje. Parece
de risa, pero uno de entre un grupo que pastaba se dirigió al galope hacia
nosotros. Subimos embalados a una pequeña colina y, en su cima, cada uno tiró para
un lado. El equino se paró un segundo y desistió de la persecución.
Entre un paisaje espectacular y la lluvia que no decaía se
vino la noche encima alrededor de las cinco de la tarde. Con rapidez plantamos
la tienda de campaña y pasamos una de las noches más largas que recuerdo. A las
seis, ateridos de frío, nos metimos en su interior ataviados con toda la ropa
que habíamos llevado, superpuesta una sobre otra, con dos pares de calcetines
en cada pie o tres camisetas. Ahí descubrimos que los sacos alquilados apenas
abrigaban y que el suelo de la tienda calaba.
Al amanecer seguimos avanzando sobre terreno nevado y sin
una senda clara. El riesgo aumentaba, por lo que a las tres horas decidimos que
mejor retornábamos. Deshicimos a ritmo alto todo lo andado el día anterior para
que no nos volviera a sobrevenir la noche encima, con ligeras paradas en
cabañas de pastores con el fin de comer a cubierto nuestro pan con queso.
Llegamos al desértico pueblo de origen y ya no había autobús
para retornar a Huaraz. No obstante, el conductor se ofreció a llevarnos si pagábamos
todo el pasaje, como si fuera completo. No había opción. De este modo finalizamos
nuestra experiencia senderista en el norte de Perú, por un entorno de gran
belleza y nula señalización.
Con motivo del 25 aniversario del largo viaje que hice con mi amigo José Ramírez por Centroamérica, Perú y Bolivia voy a recopilar en mi blog algunas historias de aquella travesía. Por entonces todavía ese cuaderno de bitácora digital no existía y no podía, por tanto, trasladar allí estas anécdotas. Ahora puedo compensar con recuerdos, imágenes (como las de la Cordillera Blanca) y transcripciones recopiladas

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