Los dos raftings
Practicar este deporte acuático en balsa hinchable supuso
una buena forma de contrastar países y ríos. Tuvimos dos experiencias
antagónicas: la apacible y la agotadora. La primera la vivimos en Costa Rica, cerca
de San José; la segunda, en Perú, en la zona de Ancash.
La inicial resultó incluso aburrida. Compartimos embarcación
en el río Pacuare con una familia de San José formada por matrimonio y dos
hijos. Apenas había que utilizar los remos. Únicamente lo hacíamos para dotar
de más velocidad a nuestro vehículo. El sosegado trayecto fluvial incluía
parada en una orilla con almuerzo de bocadillos incluido. Así, con parsimonia y
tertulia, transcurrieron las tres horas de un recorrido que apenas alcanzó el
nivel dos en el más intenso de sus tramos.
La segunda iniciativa de ratfing contrastó con la primera.
La contratamos en el río Santa, en la zona de Ancash, cerca de la ciudad de
Huaraz. En este caso el nivel deportivo previsto ascendía a 4 sobre 5. Íbamos
nosotros y los dos monitores, cuatro personas en total para una balsa con
capacidad de ocho. Nos faltaron brazos. Y los nuestros dieron todo lo que
podían esquivando rocas laterales y remolinos absorbentes. El descenso resultó
tan extenuante como interminable. Al terminar y salir en la orilla nos tocó
levantar la embarcación para llevarla a la camioneta. Tenía agarrotados ambos
brazos. Las agujetas duraron varios días. Esta vez sí que nos sació de rafting
la experiencia.
Con motivo del 25 aniversario del largo viaje que hice con mi amigo José Ramírez por Centroamérica, Perú y Bolivia voy a recopilar en mi blog algunas historias de aquella travesía. Por entonces todavía ese cuaderno de bitácora digital no existía y no podía, por tanto, trasladar allí estas anécdotas. Ahora puedo compensar con recuerdos, imágenes (como la del Cañón del Colca que ilustra este artículo, zona para avisar cóndores en Perú) y transcripciones recopiladas

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