Vamos a por la tercera etapa nuestra, aunque llevamos ya dos y media de camino. Hoy nos enfrentamos al mítico puerto de Belate, la cima. Atravesamos Irurita, Zigaure, Ziga, Berroeta -donde están grabando un anuncio en el albergue- para encarar Almandoz y subir hasta la Venta de San Blas. Allí nos atiende Carlos, un ventero de mirada escrutadora, que supura cultura en sus frases y que bromea con una mirada tan seria que no sabes si reírte o asustarte. Optamos por lo primero y mantenemos una amena conversación con él.
Continuamos el ascenso bosque a través hasta la ermita de Santiago, entre tramos de calzada romana, pequeños menhires a los lados, preciosos caballos, increíbles paisajes y espectaculares hayedos. El camino -o lo que se presupone que es- zigzaguea, con señales escasas y dispersas. De pronto aparece una lugareña cual ninfa del bosque y nos ayuda a orientarnos. Se trata de la única persona con la que nos cruzamos en el interior de la vegetación.
Ya de bajada, nos refrescamos en Lanz y nos alojamos cinco kilómetros más allá, en Olagüe. Llegamos poco después que Albert y que un australiano que lleva un mes largo de Camino, sobre todo en territorio francés. Los cuatro dormimos en el albergue de la antigua biblioteca parroquial, atendidos por María, que también ejerce de quesera con establecimiento a diez metros.
Compramos en el horno-estanco-tienda de ultramarinos del municipio unas exquisitas magdalenas. Nuestro alojamiento cuenta con cuatro habitaciones con otras tantas literas, por lo que cada uno puede disponer de su cuarto privado. Un lujo propio de caminos menos transitados y de temporada baja.
Vamos con la última etapa -hemos juntado las cinco en
cuatro-, que concluirá en el albergue de Jesús y María, una antigua inglesa
reconvertida para alojar peregrinos y gestionada por los eficientes y alegres
trabajadores a la entidad Aspanion. La iniciamos con una bolsa más de
magdalenas.
Atravesamos Leazkue, Etuliain, Oláiz… todo diminutos municipios, hasta llegar a Sorauren, el primero con bar, a 13,4 kilómetros de Olagüe. La señalización cambia. Las conchas empiezan a abundar, sobre todo cuando atravesamos Arre -donde intercambiamos algunas palabras con un simpático estadounidense de Indiana ataviado al completo de vestimenta militar-. Se nota que ya estamos en el afamado Camino Francés. El nuestro, el de Baztán, ha quedado finiquitado.
Como suele pasar en los diferentes caminos, el tramo más
aburrido y con menor encanto llega al pisar casco urbano. Desde los de Villaba
y Burlada entramos al de Pamplona y ascendemos hasta la catedral. Nuestro
albergue queda justo detrás. Por dos euros nos alquilan manta y sábana. No
obstante, antes de dormir comemos en la hostería El Temple, a la que llegamos
justos de tiempo para disfrutar de su menú con alubias. Pasamos la última noche
de peregrinación. Aunque no nos toque madrugar, a las cinco y media ya estamos
medio despiertos.
El movimiento de quienes prefieren iniciar bien pronto la siguiente etapa, los ronquidos, las persistentes luces de emergencia o los susurros nocturnos nos desvelan. También esto forma parte de la experiencia del Camino. Únicamente nos queda pasear por el casco histórico de Pamplona y retornar a Valencia, también con bla bla car. En este caso bajo la conducción de Cristina, una simpática paiportina.







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