Después de tres horas y media de conducción desde Valencia hasta el aeropuerto madrileño Adolfo Suárez -por primera vez contratamos el servicio de aparcacoches-, cuatro horas y media de vuelo para aterrizar en Estambul, 30 minutos de carrera por el Ataturk debido al retraso de Turkish Airlines en el primer trayecto para empalmar con el segundo hacia Amman, y dos horas y media más de transporte aéreo, aterrizamos en la capital jordana sobre las 23,30 horas.
Aunque nos
ahorramos el trámite del visado individual al ir en grupo, sufrimos esa
dependencia colectiva, ya que la maleta de una de las personas con la que nos
han agrupado no ha llegado a destino. Toca llevar a cabo el siempre penoso
trámite de reclamar, con la espera grupal consiguiente.
Asomamos a
la enorme plaza situada junto al aeropuerto reina Alia. Primera imagen de
Jordania. Trasiego de gente, animación, conversaciones...a la una de la noche.
Mientras nos
desplazamos, casi entre penumbras, alrededor de una hora hacia nuestro hotel,
ubicado junto a la orilla que este país tiene en el mar Muerto, el guía nos va
regando con una lluvia de información sobre Jordania en nuestro refugio de aire
acondicionado que constituye el autobús.