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martes, 23 de agosto de 2022

De Huelva al Alentejo (III): Serpa, Monsaraz y Évora

Último día de estancia onubense. Nos despedimos de la hacienda donde nos hemos alojado, y de Frank, su propietario neerlandés, y nos encaminamos hacia la frontera con Portugal, aunque antes de traspasarla haremos una parada en Isla Cristina. Visitamos la lonja de venta de pescado, aunque cuando llegamos ya está casi todo vendido. Nos da tiempo a contemplar básicamente cómo una bandada de gaviotas se hace con los despojos que han quedado. 

El sol empieza a hacer algo más que caldear el ambiente, de manera que caminamos por el paseo de las Flores y por algunas calles peatonales del casco urbano, además de aprovechar para tomar unas coquinas, como aquí denominan a lo que para los valencianos son las pechinas.

Con Isla Cristina damos por concluido nuestro periplo por Huelva y enfilamos el portugués, que se centrará en Évora, la capital de la región del Alentejo. Nuestra primera etapa será Serpa, una precioso ciudad cuyo casco urbano se halla amurallado, con epicentro en su castillo medieval, y que guarda preciosos plazas con espacios a la sombra que albergan pequeñas terrazas para disfrutar protegido del sol, aunque no tanto del calor. Casas blancas y lugares con encanto que se encuentran zigzagueando entre sus callejuelas. El citado castillo sorprende por su espigada muralla, que se alarga por un lateral del patio de armas y abraza edificios cercanos.



Y de Serpa nos trasladamos ya a nuestra base en Évora, a poco más de hora y media de distancia en dirección al centro de Portugal.

 

El castillo de Monsaraz

Hoy orientamos nuestros pasos hacia la villa medieval de Monsaraz, a poco menos de una hora de distancia de Évora. Cuando faltan escasos kilómetros para llegar ya divisas su imponente castillo, cuyo patio de armas, con bancos escalonados de piedra en un lateral, una vez al año se reconvierte en plaza de toros. Aparcamos en uno de los espacios habilitados fuera del casco urbano, ya que el recorrido por el interior, de continuas subidas y bajadas, únicamente está permitido caminando. 

Las cinco puertas que circundan la localización medieval ya exhiben su carácter monumental, que tiene su máxima expresión en el castillo. De entrada gratuita, siempre está abierto, como nos informa la titular de la oficina de turismo. La villa destaca por sus casas blancas, sus iglesias que en algunos casos han sido transformadas en salas de exposiciones, sus recogidos bares o sus alojamientos. Y, desde luego, por su panorámica, con el embalse de Alqueva como reclamo.



 Desde el casco urbano nos desplazamos al cromeleque do Xerez, una construcción megalítica compuesta por una cincuentena de menires de granito de entre metro y metro y medio configurando un espacio cuadrado. En su centro se yergue uno de tamaño superior, de unos cuatro metros. Recuerda al famoso Stonehenge, en Inglaterra, aunque con otras características. Es de esos lugares en los que sientes que ocurre algo, que transmiten unas sensaciones especiales.

 

Continuamos por la misma carretera hasta llegar a su final en la playa fluvial de Monsaraz, con su arena, sus chiringuitos, sus deportes náuticos, sus recorridos en barco, su césped... todo ello como aparecido de la nada en un terreno aparentemente yermo. Emerge como un islote playero entre hectáreas de olivares o viñedos.

 

Y ya que nos referimos a vino, estamos en una de las principales zonas productoras de Portugal. Por ese motivo, en Reguengos nos aprovisionamos de un par de botellas de tinto y otras tantas de blanco. Antes pasamos por la alfarera población de Sao Pedro do Corval. Con el asfixiante calor, sus habitantes apenas transitan por sus estrechas calles.

 


Hoy paseamos por Évora, ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad en 1986, entre los restos de más de cuatro kilómetros de muralla, por los tramos del acueducto Agua de Prata, del siglo XVI y que canaliza este líquido vital unos 19 kilómetros hasta desembocar en la ciudad partiendo de un largo cercano. Tiene, además, la singularidad de que podría utilizarse en la actualidad si fuera necesario.

Entre sus calles adoquinadas de viviendas blancas y algo desconchadas, envueltas, en el casco antiguo, por la muralla, se esconden el edificio que albergó la segunda universidad más antigua de Portugal o la iglesia de San Francisco, que custodia un enorme osario en una capilla que constituye una de las imágenes que más impresiona de la ciudad y que apela a la brevedad del tiempo. 

Igualmente nos situamos frente a los restos del templo romano, que llegó a ser mezquita e incluso matadero a lo largo de los siglos hasta que recuperaron su estructura actual. Del mismo descubrieron restos de baños romanos que hoy pueden visitarse en el mismo edificio del Ayuntamiento. 

O paseamos por la plaza de Giraldo, donde se recuerda, entre otros lugares, al personaje que protagonizó la conquista de la ciudad en el siglo XII para traspasarla a manos cristianas tras arrebatárselas a las moras. Siempre entre calles adoquinadas, con ascensos y descensos y coquetos recovecos con sus terracitas. El vehículo hay que dejarlo en alguno de los grandes aparcamientos situados en el exterior de las murallas.

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