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martes, 30 de agosto de 2022

Viaje a Jordania (y IV): Áqaba y el mar Rojo

En Aqaba la sensación de bochorno se tiene desde el amanecer prácticamente, más aún que en los otros puntos de Jordania que venimos de recorrer. Vuelvo empapado de un breve paseo matutino para contratar, junto al diverso y a la vez cohesionado grupo que formamos en este viaje, un recorrido de buceo para mañana. Por 30 dinares (unos 37 euros) estaremos cuatro horas, con comida incluida, para ver la variopinta fauna marina que da fama al mar Rojo. Eso será mañana.

Hoy, después del desayuno en el hotel Marina Plaza, nos damos un respiro en la piscina. Cada 20 minutos hay que entrar y permanecer un rato dentro del agua. El calor no permite aguantar más tiempo bajo las sombrillas. La mayoría de mujeres se sumerge con vestido completo y el pelo cubierto. Dos monitores con un acento inglés que suena bastante británico (inusual en este viaje) amenizan la mañana con bailes y sesiones de gimnasia.

Imagen característica carretera jordana

Y aquí, en este complejo de Tala Bay, voy a hacer la otra profundización en las costumbres árabes (la primera es el hammam) que intento que no se me escape cuando visito algún país musulmán (también en los que no son árabes). Me voy de barbero. Además, tengo suerte. Cojo en el propio Tala Bay a un profesional de elevada cualificación. Me afeita a conciencia con brocha, navaja y jabón y luego repite el proceso con polvo de talco y maquinilla eléctrica. Orejas, orificios de la nariz -incluso por un agujerito característico que tengo bajo ella me introduce una aguja, supongo que para quitar un pelillo-, cejas… Finaliza con una limpieza facial y lavado y peinado. Por siete euros me deja la cara rasurada al máximo, como la de un imberbe.

De allí vamos a la playa privada del hotel, con dos piscinas junta a ella, en una de las cuales han construido una barra interior y sirven bebidas a los bañistas, que pueden sentarse en sillas sumergidas. En esta playa se puede pedir teóricamente lo que quieras escaneando un código QR en la hamaca y te lo traen hasta la misma orilla. Probamos pero no funciona. Después de hablar con el jefe de camareros porque el pago sí ha sido hecho por tarjeta, hacemos el pedido al estilo tradicional, yendo al chiringuito playero. Desde nuestro lugar, en Jordania, observamos al otro lado de este tramo del mar Rojo territorio egipcio e israelí.

El sol sigue abrasando, por lo que, poco amigos de la playa, no duramos mucho a pesar de que las hamacas resultan más que cómodas. Tenemos previsto cenar sobre las siete (seguimos con el hábito de este viaje de desayuno y cena abundantes y nada al mediodía) para luego visitar Aqaba al anochecer, cuando el sol haya desaparecido y amaine algo el calor. Hemos reservado autobús a las 8,35.

Playa pública (la mayoría son privadas) en centro de Áqaba. Diez de la noche

El día lo rematamos con un paseo por Áqaba, básicamente por la céntrica avenida Rey Hussein. A las diez de la noche está abarrotada de gente paseando, comiendo, bebiendo o vendiendo. Todo abierto, aunque nada que ver con el fragor de insistencia vendedora de otros países. Aquí te llega alguna oferta suelta, pero dejan que mires y solo cuando entras se aceercan a explicarte.

Bajamos a la corniche, al paseo marítimo, para contemplar la playa abarrotada de familias. A alguien que viene de España, donde lo que se aprecia es tumbarse en la arena para broncearse, le choca tanto bullicio nocturno, a la sombra de la noche.

La playa céntrica y pública apenas dispone de unos veinte metros, por lo menos a estas horas, entre la orilla del mar Rojo y el paseo marítimo. Toda la primera línea está repleta de personas chapoteando, hablando, fumando de las típicas cachimbas o pidiendo algún zumo a los camareros que pasean por la arena con las bandejas repletas de vasos con contenido de diferentes colores que mece granizado de hielo. Un lugar muy animado para sentarse a observar y a paladear el ambiente de esta cosmopolita ciudad mientras contemplas, al otro lado del mar, las luces de viviendas de Israel o Egipto.

Por cierto, también con bastantes perros abandonados que huyen atemorizados en cuanto te acercas. En el mar Muerto, paseando en solitario junto a una carretera, me topé con una jauría de siete grandes perros. Al aproximarme a ellos se marcharon despavoridos sin que les hiciera el mínimo gesto. En una gasolinera, posteriormente, vi en las cercanías cómo unos jóvenes perseguían a varios perros. En el paseo por Áqaba no había personas andando con mascotas; únicamente me percaté de canes abandonados tratando de alimentarse.

 

Buceo en el mar Rojo

 

Último día. Te levantas casi tan cansado como te acuestas por estos calores y humedades inclementes. Me hago el ánimo de dar el paseo matutino, aunque sepa que no hay mucha más opción que andar en paralelo a la autovía o caminar por el puerto y las calles del resort Tala Bay. Hago las dos cosas. Paseando me voy primero en dirección a Arabia (estamos a diez kilómetros de la frontera) hasta que finaliza la acera de la autovía porque ya se ha acabado la línea de hoteles. La playa o alojamientos hoteleros, la autovía y el infinito desértico transitan en paralelo.

Después retorno y sigo en dirección a Áqaba, hasta las primeras playas públicas. Vuelvo y disfruto del último desayuno con shrak, el pan jordano, que mezclo con diferentes sustancias pastosas de sabores variados y de aspecto similar al internacional hummus. Luego, macedonia de frutas con yogures y una taza de té.

Hoy nos espera un día muy largo, con regreso por la noche y madrugada a España. Antes nos iremos a una playa cercana a bucear, una de las actividades más habituales para turistas en el mar Rojo.

A las 12 nos recoge el autobús para desplazarnos a Berenice Beach, a menos de dos kilómetros. Nos ha costado 30 dinares (unos 37 euros) una jornada completa. Nos dejan en un complejo con tres piscinas, una grande con barra y bar en el interior, otra para familias y una tercera para niños. Todo junto a una playa privada, con una parte más tranquila y otra con chiringuito y música. A las 14,30 tenemos la comida. En este caso se trata de buffet de ensaladas y una parrillada a la brasa de pinchos de pollo, cordero y ternera.

De ahí nos vamos directamente al catamarán que nos espera para tres horas de buceo. Hoy el mar está encrespado y con corriente. Nos llevan a la primera zona. Nos lanzamos con las gafas y el tubo que nos prestan. Aquí el objetivo consiste en ver corales, con montañas en el fondo del mar en las que se esconden erizos marinos y diversos tipos de peces.

Corales, tanque y un avión sumergido

El guía de esta expedición coge velocidad nadando y se marcha unos 400 metros. Le seguimos por un mar con bastante corriente que nos aleja del barco y de la orilla, aunque en el lugar la profundidad, a pesar de hallarnos a apenas cien metros de la costa, es de unos ocho metros. Conseguimos alcanzar al guía a base de brazadas y nos explica que en el punto donde se encuentra, bajo el mar, hay un tanque. Lo contemplamos perfectamente embadurnado de algas y otra vegetación marina. A unos 50 metros se halla un avión, también sumergido. Volvemos al catamarán porque nos dirigimos a otro punto de  buceo.

Nos lanzamos de nuevo a buscar un ´jardín japonés´, como nos lo ha calificado. Mientras tratamos de encontrarlo y nos superan bandadas de peces cebra, escuchamos gritos de auxilio. A uno de los componentes del viaje le ha sucedido algo en el mar. Otros compañeros llaman al barco para que acuda alguien con rapidez en ayuda. Todo ocurre con rapidez, aunque por suerte consiguen rescatarlo sano y salvo. Lo cierto es que el buceo no resulta sencillo. Hay bastante corriente y vamos un poco a nuestro libre albedrío, sin monitores pendientes en este segundo caso por si ocurre una emergencia, como ha acaecido. En el anterior, con solamente uno.

Al final, volvemos todos al catamarán, ponen la música a tope, el ambiente se anima con baile y fotos, y culminamos la tarde en plan festivo todo el grupo al que el viaje a Jordania nos ha unido.

Retornamos al hotel con el tiempo justo para contemplar nuestra última puesta de sol en el mar Rojo. Lo hacemos en unas hamacas, en primera línea de la playa privada. De ahí vamos a una tienda y luego afrontamos recogida de maletas, cena, y a esperar a que nos recoja el autobús para iniciar el largo viaje de retorno, con escala en Estambul y noche en blanco incluida.

Puedes leer también la crónica en www.soloqueremosviajar.com pinchando este enlace

 

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