Etiquetas

martes, 16 de agosto de 2022

De Huelva al Alentejo (I): Moguer y el legado de Cristóbal Colón

El recorrido por la provincia de Huelva comienza en Moguer, la localidad en la que comprobaremos, prácticamente desde el mismo momento en que bajamos del coche, que el Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez es el hijo pródigo y su legado está presente casi en cada esquina. Junto al monasterio de Santa Clara, en uno de sus laterales, emerge la tranquila estampa de una reproducción del célebre burrito Platero en hojalata. Nos cruzaremos con unas cuantas más.

Por desgracia no podemos entrar el citado monasterio, uno de los edificios más imponentes de esta población de algo más de 20.000 habitantes, ya que celebran un evento en su interior y lo han cerrado al público. Por tanto, vamos directamente al siguiente hito: la casa museo del escritor, que no la natalicia. En la que visitamos permanecen los recuerdos de la vida y obra del autor de Platero y yo; en la que nació, por lo que nos informan en la oficina de turismo, ofrecen más el contexto económico.



Mientras nos acercamos los versos del poeta despuntan en elegantes placas en diferentes tramos urbanos. Nos guían hasta su hogar. Allí cuesta que nos abran la puerta. La persona encargada de los visitantes permanece en un despacho interior y solamente acude a abrir si insistes pulsando el timbre. Pronto comprobamos que en Huelva, a poco que cada núcleo familiar lo componga un mínimo de tres personas, siempre compensa sacar la entrada familiar.

La casa museo muestra, en diferentes estancias, los avatares de la existencia vital y literaria de Juan Ramón Jiménez y su inseparable esposa Zenobia. Podemos contemplar sus aposentos, su enorme colección de publicaciones, leer sus periplos por países como Estados Unidos o Cuba y sentir su orgullo al recibir el Nobel ya en la etapa final de su vida. Moguer rinde un precioso tributo a su ciudadano más universal que ayuda a admirar su figura.

Desde esta población nos desplazamos al cercano monasterio franciscano de la Rábida, en el municipio de Palos de la Frontera, donde se forjó la leyenda de Colón, o la simiente de la gesta, como denominan sin más por estos lares al descubrimiento de América.

Una visita con audioguía (3,6 euros adulto) por su interior en 17 etapas describe la llegada de Cristóbal con su hijo Diego en petición de ayuda, sus conversaciones, la vida monacal, la intercesión decisiva con la reina Isabel la Católica o la participación de Martín Alonso Pinzón y sus hermanos, con la conclusión de la visita en una sala que contiene banderas de los países castellanohablantes y un cofre con arena de cada uno. Todo ello mientras se visita las salas o los dos claustros, incluido el mudéjar.



Nuestro siguiente hito, a apenas un kilómetro, lo constituye el muelle de las carabelas, donde reposan reproducciones de la Pinta, la Niña y la nao Santa María, las tres embarcaciones con las que se desplazaron Cristóbal Colón, los pinzones y el alrededor de un centenar de marinos que llevó a cabo esa histórica travesía en 1492 que finalizó con el descubrimiento de América.

Además de pasear por su interior y comprobar las dificultades para compartir espacio la tripulación, las vituallas y los aparejos marinos en tan limitado lugar, en el muelle también puede observarse una réplica de un pequeño poblado Guanahani, el primero con el que se topó la expedición española en la nueva tierra, y la recreación de algún habitáculo de la España del siglo XV. A todo ello se suma la contemplación, en una enorme pantalla y emitida cada hora, de un documental de 20 minutos en el que las dos carabelas hablan en primera persona de lo que vivieron. Sí, una curiosa e interesa personificación de las embarcaciones. Al igual que en la Rábida o en la casa museo de Juan Ramón Jiménez, coincidimos con un número reducido de visitantes, que contrasta con la importancia histórica del legado que podemos disfrutar. Nos sorprende. Más fácil para detenerte donde quieras y pasear a tu ritmo, aunque no hace justicia a la relevancia de lo que vemos.

Del muelle nos desplazamos a Huelva ciudad, y más en concreto a su zona portuaria, al restaurante la Cantina del Puerto, con vistas a la enorme ría y donde puede degustarse, por ejemplo, la gamba blanca clásica onubense o el autóctono, helado Luis Felipe con el brandy de ese nombre. Y regreso a la tranquila y apartada hacienda donde nos alojamos, en el término de Lucena del Puerto, porque en Huelva, en las tardes de verano no hay un alma callejeando. La calina estival provoca estragos y obliga a dosificar energía y reservar las ganas de seguir visitando para cuando baje el sol.

 

Esa noche volveremos a Moguer a ver a una amiga, Carmela, natural de esta localidad, que vive en una casa señorial cuyo origen se remonta al siglo XVI, cuando fue construida como posada. Con ella pasearemos por el casco histórico, repleto de blasones, terrazas, casonas... con el sonido que proviene de los restos del castillo, donde interpretan una obra de teatro (La Bella y la Bestia). Y cenaremos en el Lobito, un restaurante que se caracteriza por su enorme parrilla. Después disfrutaremos de los extraordinarios dulces de la confitería La Victoria. 

Puedes leer la crónica también en www.soloqueremosviajar.com pinchando este enlace

No hay comentarios:

Publicar un comentario