Perdemos el rumbo. Revisamos a conciencia un mapa y no acabamos de orientarnos en una ciudad extranjera de un país con el que no compartimos idioma. De pronto, se nos acerca un vecino del lugar y, esbozando una sonrisa, nos pregunta si puede ayudarnos. Incluso hace el esfuerzo de cambiar su lengua nativa por el inglés universal o puede que por nuestro español.
¡Qué gente tan amable! Pensamos y comentamos al regresar. Incluso destacamos esa faceta en las recomendaciones que dirigimos a quien nos pregunta. Pues hagamos lo mismo pero a la inversa en nuestra urbe. Si vemos algún foráneo dando vueltas a un plano sin acabar de aclararse acudamos en su ayuda. Si nos falla el entendimiento con palabras optemos por los gestos elocuentes y amables.
Todos debemos y podemos contribuir a fomentar el turismo. Una breve acción consigue, a veces, dejar un recuerdo indeleble en el visitante. Al fin y al cabo cuantos más turistas pisen nuestras respectivas localidades más nos enriqueceremos humana y económicamente. Por este orden.
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