Agosto está resultando un mes especialmente prolífico en noticias. Al contrario que en años precedentes –cada vez más lejanos-, la vorágine informativa no se refrena. Mantiene la vitalidad de los meses anteriores. Por desgracia, y salvo el inciso de los juegos olímpicos y el reconocimiento a muchos de nuestros esforzados deportistas que implican, esas noticias han resultado, en la inmensa mayoría de los casos, de amargo regusto.
Los incendios han vuelto a asolar nuestros bosques. Parecía que, en los últimos lustros, habíamos dejado atrás una de las lacras endémicas del verano. No ha sido así. Y tanto los incendiarios clandestinos e imprudentes como nuestras autoridades con sus recortes en prevención los han devuelto, como una maldición, a la actualidad.
Mejor que descansen
La limitación del descanso de nuestros gobernantes nacionales y autonómicos únicamente nos aporta más noticias negativas. Su trabajo revierte en disgustos para sus gobernados. Todos sus anuncios se centran en recortes, siempre bajo el eufemístico paraguas de que servirán para mantener nuestro estado de bienestar, aunque apunten hacia la dirección contraria. Dos de las empresas públicas valencianas más paradigmáticas y con más empleados (RTVV y CACSA) se están pasando este mes de agosto negociando con sus gestores –políticos devenidos a ejecutivos como por arte de birlibirloque- a cuántos trabajadores despiden.
La Conselleria de Educación, Formación y Empleo no da tregua en sus anuncios. Del tercero de estos departamentos seguimos sin novedades (no crea empleo), del segundo lo desconocemos casi todo, y del primero escuchamos un recorte tras otro que, como siempre y según subrayan cansinamente nuestros políticos, no implican deterioro de la calidad educativa. La última idea, que becarios saturados de trabajo y que ni siquiera cotizarán a la Seguridad Social impartan inglés en Educación Primaria. La propia Conselleria impulsando la precariedad. Hasta ese punto hemos llegado.
Umbral de la pobreza
No obstante, por encima de todas estas informaciones resulta especialmente tétrico el aumento de conciudadanos que viven bajo el umbral de la pobreza. La cifra se incrementa a un ritmo de un millón anual. Malviven cada día con su drama sin que, entre tanta tormenta informativa, nadie los resalte como noticia. Y, lo que resulta más triste, sin que nuestros responsables públicos parezcan preocuparse de su futuro. Mucho cuidado.
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