La vicepresidenta tercera de la Diputación de Valencia y
concejal de Rocafort, Carlota Navarro, ha saltado al pedestal de la fama
política en los últimos días por la polémica irrupción en el despacho de EU en
la corporación provincial y por una sentencia que le obliga a devolver unos
emolumentos cobrados de su ayuntamiento. Ella lo ha tomado con la misma
naturalidad o extravagancia, según cada uno lo considere, con la que se
comporta habitualmente.
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Carlota Navarro. Foto dival.es |
Navarro ha conseguido ganarse la confianza de dos
presidentes de Diputación cuyos caracteres poco tienen en común. Fernando
Giner, sin demasiadas confianzas, le otorgó el ribete de diputada en 2003 y
delegó en ella el área de Asuntos Taurinos. Con el tiempo logró granjearse su respeto
y, cuando la situación se torció para el entonces mandatario provincial, la
diputada se distanció de él pero sin las estridencias de Enrique Crespo o
Francisco Chirivella.
Llegó Alfonso Rus y la mantuvo en su puesto. También, con su
peculiar forma de comportarse, extrovertida y disipada, con preocupaciones y
reacciones distintas a las habituales en su entorno político, se granjeó su
simpatía. Hasta tal punto que en este mandato ha repetido. Por lo tanto, suma
casi una década en la Diputación de Valencia.
El argumento esgrimido para penetrar en el despacho de EU
cuadra perfectamente con ella. Si afirma que entró para supervisar la limpieza,
en alguien de su franqueza y minuciosidad resulta del todo natural. Puede que
hubiera tenido que refrenarse y no irrumpir precisamente en un horario en el
que, en teoría, estaba vacía esa dependencia. Allí se topó con un colaborador
de la diputada y la inspección del polvo ha derivado en una polvareda política
que ha intoxicado a toda la corporación.
Rus la ha defendido aunque con el matiz de avisarle que no
vuelva a irrumpir en el despacho de EU. Ella asiente. Luego hará lo que quiera.
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