En estas recién concluidas Fallas he podido realizar la habitual
degustación buñolera. Para regocijo de mi paladar, he comprobado que las
reputadas buñolerías clásicas responden a su prestigio. También, con los
experimentos, que descubres nuevos locales para anotar y que otros siguen con
su sutil engaño de colocar una calabaza en la barra y venderte anodinos
buñuelos de viento. En cuanto a churros,
el bañado en chocolate blanco se ha consolidado y comparte espacio con el de
dulce de leche.
He practicado el tradicional juego fallero de encontrar
dónde han ido a parar los contenedores de cartón y plástico, siempre
desplazados de su lugar habitual en estas citas. He hallado un semáforo intermitente
dentro de una carpa, paseado por un casi desierto mercado central –hecho
insólito- justo en los cinco minutos de mascletà y hurgado en las casetas de la
Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Valencia. ¡Ah! Me quedé sin ver la cremà por la
tele.
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