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viernes, 20 de agosto de 2021

Ponferrada-Villafranca (Etapa V. Camino de Santiago 2021)

 Esta vez inicio en solitario la etapa y lo hago por el alargado tramo que conduce hacia la salida de Ponferrada. A las 6,30 horas empiezo mi caminar por un itinerario que discurrirá entre viñedos y que tiene una distancia aproximada de 25 kilómetros sin grandes dificultades previstas. Transcurre entre tranquilas poblaciones. Paso incluso junto a la sede del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Vinícola de El Bierzo. Apenas me cruzo con una veintena de peregrinos, ninguno de ellos de los habituales de las anteriores etapas.


A las 12, tras una breve parada para almorzar en Camponaraya y después de atravesar el centro de la coqueta localidad de Cacabelos, me planto en Villafranca del Bierzo y lo primero con lo que me topo es con la iglesia de Santiago, donde se sitúa la denominada Puerta del Perdón. En años como el actual, Xacobeo, el peregrino que la cruza con una lesión grave que le impide llegar a la catedral compostelana obtiene la indulgencia. La pido para mi amigo, pero me responden que una retirada por ampollas no está contemplada, por mucho que se agrave.

Si de algo tienes ganas cuando finalizas una etapa es de ducharte, de quitarte el polvo de la etapa y de aliviar, con el agua deslizándose sobre tu cuerpo, el cansancio. Y si algo te da rabia consiste en llegar al albergue y que te indiquen que todavía no puedes entrar. Eso me ocurre en Villafranca, donde hasta las 13 horas no dejan ocupar la cama y, por tanto, ducharte.

Comeré mientras el sudor se incrusta en mi cuerpo. Mi amigo me espera en El Casino, donde el servicio anda algo desbordado y las mesas escasean. Invitamos a sentarse a la nuestra a otros dos peregrinos, uno de ellos sin fecha de regreso, con quienes nos hemos ido cruzando en El Camino, algo que forma parte de su idiosincrasia.

Tras la comida nos dirigimos al albergue. Ahora ya nos dejan entrar. Nos han instalado en una habitación que se halla partida en su mitad por una pared, y en la que compartiremos baño con otras tres personas, alojadas al otro lado de esa pared, que deja un hueco amplio para el trasiego entre ambas partes.

Tras la ducha he quedado con una masajista cuyo teléfono he visto en el albergue. Acude al hall de este con la camilla y me descarga algo las piernas. Al ser donativo por tu condición de peregrino, dejan a tu criterio la cantidad a abonar, algo que no sabes si resulta mejor o peor.

Como la etapa de mañana es una de las más duras de El Camino y quiero llegar para que me quede tiempo de coger el autobús de las 14,10 desde Piedrafita, a cuatro kilómetros de mi meta, hasta Ponferrada, pregunto, tanto a la masajista como al alberguero, por el primer tramo de la próxima etapa, ya que lo tendré que hacer a oscuras.

Ambos me desaconsejan que fuerce para llegar a ese autobús y que opte por el de las 18,30 horas (lo que supone llegar a León a las 21,30) y, a la vez, me contestan que por la luz no existirá problema, que está iluminado el recorrido desde su inicio. Ambas recomendaciones se demostrarán erróneas al día siguiente. En cualquier caso, compro mi billete del autobús de las 14,10. Si no lo hago, no podré adquirirlo ni en taquillas ni al conductor, ya que no lo admite la compañía Alsa en este caso.

También llamo a un taxista -el alberguero me insiste en que esta época resulta muy complicado encontrar taxi libre- para saber las posibilidades de mañana. Me responde que le telefonée de nuevo cuando ande por el tramo final de la etapa, pero que de una forma u otra intentarán solucionarlo.

Ante tanto pronóstico negativo decido dar una vuelta por este bonito pueblo de estilo pirenaico, entre los valles de El Bierzo. Entro en su colegiata, en la hospedería, me tomo un batido de chocolate en su plaza principal escrutando a los peregrinos de las mesas circundantes… Hasta que retorno para planificar la etapa de mañana, escribir estas líneas y, al igual que ayer, compartir una pizza a medias con mi compañero de fatigas.

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