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domingo, 22 de agosto de 2021

Villafranca-O´Cebreiro (Etapa VI. Camino de Santiago 2021)

Me cuesta dormirme pensando en el ritmo acelerado que tendré que imprimir mañana. La web especializada Gronze calcula 7 horas y 30 minutos para realizar esta etapa reina, de ascenso hasta O´Cebreiro. Sobre esa base, saliendo a las seis, dispondría de poco más de media hora para conseguir taxi y que me transportara a Pedrafita d´O Cebreiro, cuatro kilómetros más lejos, donde se encuentra la parada del autobús a Ponferrada.



Antes de las cinco ya estoy despierto, aunque decido apurar más en la cama para descansar unos minutos extra que creo que me irán bien ante lo que me espera. A las 5,45 me pongo en pie y a las 6,15 ya estoy en camino. A oscuras, porque toca atravesar un tramo en la misma carretera y sin luz alguna hasta empalmar con la nacional.

La bendición del párroco de Ponferrada me acompaña, ya que justo delante de mí salen dos peregrinos con una linterna anudada a su cabeza. Me pego a ellos y les agradezco la compañía. Gracias a esa iluminación -sí, sé que siempre me queda el teléfono móvil para alumbrar, pero no quiero gastarlo en exceso por si se me complicara la etapa- recorro sin problemas los aproximadamente dos kilómetros hasta que llegamos al carril para peregrinos pegado a la autovía, que ese sí tiene balizas que iluminan.

A las 6,45, cuando ya más o menos puedo vislumbrar entre la penumbra, les doy las gracias y adelanto para subir el ritmo. La primera parte de la etapa resulta más o menos llana. Como voy a buen ritmo decido no parar como hago habitualmente a los diez kilómetros (que sería aproximadamente en Trabadelo) y continúo algo más, hasta Valcarce, donde paro en un restaurante de carretera muy frecuentado por camioneros a esas horas (poco antes de las nueve de la mañana). Devoro mi ya apreciado bocadillo de lomo y queso regado con leche y Colacao. Me paro a pensar que difícilmente en otra circunstancia haría esa mezcla de comida y bebida.

Reinicio mi camino apenas unos segundos después de que atraviese la ruta un peregrino corpulento y con el pelo canoso, el tercero que veo en esta etapa después de los dos que me sirvieron de faro. Con él me cruzaré constantemente a lo largo de los próximos kilómetros.

Comienza a complicarse el recorrido mientras alternamos la carretera nacional y tramos entre pueblecitos. En La Herrería comienza el ascenso en serio. Me topo, en la soledad de El Camino, con un cruce que da dos opciones. Me atengo a lo que marca la fotocopia de Pilgrim sobre esta etapa (cada día consulto unas cuantas veces la del itinerario de esa jornada, que guardo en mi bolsillo), en la que recomienda seguir la N-VI. Total, que opto por el asfalto. El conductor de un autobús que pasa me hace señas que me resultan indescifrables, por lo que mantengo mi decisión.

La falta de señales y la complicación del ascenso al puerto de montaña hace que me pregunte en varias ocasiones si me he equivocado. Sé que llegaré a O Cebreiro, aunque puede que me haya decantado por la alternativa del tramo de bici.

Así me planto hasta La Faba, a mitad de ascenso. Y ahí recupero la senda pedregosa y las indicaciones de El Camino. Me reencuentro con el peregrino con el que me voy cruzando mientras me detengo unos minutos para cubrir con una tirita antiampollas una rozadura que emerge en un dedo de mi pie izquierdo. Me dice que escogió la opción diferente a la mía, pero que se arrepiente por las piedras sueltas y resbaladizas que contiene.

Palloza en O´Cebreiro


Miro mi botella. Apenas me queda una quinta parte de agua a pesar de que he ido limitándome el consumo. Pese a la lluvia y al frío que me han acompañado en algunos tramos de la etapa, sudo profusamente y el sol comienza a brillar, con las dosis de calor extra que comporta.

Nos adentramos en unos kilómetros que parecen senda de ganado, totalmente embarrados y sin aplanar. El riesgo de resbalar resulta elevado. Me cruzo con un simpático y algo grueso peregrino con quien ya coincidí cerca de Ponferrada, en otro momento de dureza de la correspondiente etapa. Avanza lento, pero con paso firme y una amplia sonrisa en los labios.

Andando hacia arriba llego hasta casi la cima, a Laguna de Castilla, una aldea en la que como primer hito para el peregrino aparece una máquina de refrescos, imagen maravillosa a esas alturas. Extraigo una moneda y bebo con avidez un Aquarius. Paso junto al bar, en el que se halla el belga que conocí en Foncebadón en animada conversación.

Sigo sin pausa. En esta etapa únicamente me he detenido 20 minutos para el bocata y menos de diez para plantarme el apósito en el pie. Más ascenso, vistas sensacionales y piso O´Cebreiro. Son las 12,15. Han pasado seis horas desde mi salida de Villafranca. Si descuento el tiempo de mis paradas he concluido la etapa de 28 kilómetros de montaña en cinco horas y media, dos menos de las que marca Gronze. Me siento muy orgulloso. Y la he disfrutado mucho.

Visito el museo etnográfico, en el interior de una de las pallozas o casas tradicionales de O´Cebreiro. Frente a ella se encuentra la iglesia de Santa María la Real, con un ambiente interior de música y oscuridad que llama a la introspección. Tras recorrerla, me dirijo al señor que está sentado a la entrada para que me cuñe mi pasaporte de peregrino. Me lo hace doblemente y me pregunta por mi origen. Al responderle que soy de Valencia, me recuerda sus dos años de estancia en Gilet y Godella mientras una ráfaga de alegría alumbra su mirada. Me regala una postal con la oración característica del lugar.

Me siento pletórico. Me separan cuatro kilómetros de Pedrafita, donde tengo que subir al autobús a las 14,10. Son las 12,30 y decido que para qué voy a llamar a un taxi, que ya puestos me hago también a pie esos kilómetros. De este modo me aseguro de la dirección por la que debo encaminarme y afronto una cómoda bajada por la carretera pegado al arcén. Así alargo la etapa hasta los 32.000 metros y a la una ya he llegado a Pedafrita, donde compro dos refrescos más que bebo rápidamente.

El carácter gallego, más parco en palabras y de respuestas menos contundentes que el leonés, hace que me cueste comprender que no tengo que esperar al autobús en su parada, sino en un descampado situado frente a ella. Y que si he comprado mi billete previamente, parará. De lo contrario, no.

Sucede de ese modo. Llega con tres minutos de antelación sobre lo previsto, subo sin necesidad de enseñarle el mensaje de confirmación de la compra y me transporta hasta la estación de Ponferrada. En esta última decido, por fin, comprarme un trozo de empanada, aunque la única opción, que contiene panceta, chorizo y patatas, casi se me indigesta.

Me toca esperar casi dos horas hasta que salga el autobús con destino a León, donde me espera mi amigo acomodado en el hotel -la última noche nos homenajeamos con un alojamiento de más calidad que un albergue- para hacer las últimas visitas, cenar y al día siguiente volver a Valencia.

¡Qué especial es El Camino de Santiago! ¡Qué camaradería más singular genera entre los peregrinos! Tipos que no se conocen de nada permanecen unidos por un vínculo muy especial, el que crea levantarse al amanecer con el objetivo de andar cinco, seis, siete u ocho horas. Personas que se reencuentran a lo largo de las etapas como si de viejos amigos se tratara.

¡Y qué curiosas rutinas marca El Camino! ¡Vaya sentimientos despierta recorrer los impresionantes paisajes que delimitan León de Galicia!

¡Qué tranquilidad y soledad la de la etapa que lleva a O´Cebreiro! Comprendes la magia que destila la dureza del recorrido, lo que atrae El Camino, los sentimientos que afloran cuando lo recorres.

Este año he transitado por 165 kilómetros del Camino Francés, quizás su parte más dura, pero también de una belleza extraordinaria, que alterna ciudades monumentales con aldeas y panorámicas grandiosas de montaña. Sumo 350 kilómetros en los tramos recorridos estos tres últimos veranos.

¡Qué respeto más grandes existe entre peregrinos, entre hermanos de fatiga e ilusiones!

 

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