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viernes, 3 de septiembre de 2021

Eslovenia (IV); Lugares menos conocidos

Hoy, después del paseo matutino controlando ya caminos rurales sin tráfico, nos lanzamos a por dos pequeñas joyas urbanas eslovenas que no se hallan demasiado lejos de nuestra ubicación, en el centroeste, con ligera tendencia hacia el sur, del país.



Después de unos 70 minutos de conducción hacia al norte, a unos 20 kilómetros pasados Ljubljana, nos adentramos en Skofja Loka. Dejamos el coche en un amplio aparcamiento de acceso gratuito situado en lado contrario del río de donde se ubica el casco histórico. A este no pueden entrar vehículos.  Un amable lugareño nos cede su ticket de aparcamiento, al que le queda hora y media para consumir, en un espacio en el que puede dejarse el vehículo 120 minutos. No existen barreras de accesos y tampoco localizamos las máquinas expendedores de esos carteles de estacionamiento.

El encanto reside en callejear, sobre todo alternando sus puentes, y en subir hasta la cima, donde se ubica el castillo. En este se puede acceder libremente a los extensos jardines, en los que mantienen, a modo de museo etnográfico, una vivienda de madera del siglo XVII, un carruaje y algún que otro apero de labranza.


En el castillo, por cinco euros, puede visitarse la exposición existente sobre Skofja Loka, localidad de la que, por cierto, es originario el portero del Atlético de Madrid Jan Oblak. Resulta complicado comer porque la mayor parte de los bares abiertos -en el castillo o en la calle principal- únicamente sirven bebidas. Al final lo conseguimos en un local sin pena ni gloria (en mi caso ingiero la típica salchicha, aunque esta vez a rodajas flotando en una especie de potaje de alubias) y volvemos a la carretera.

El segundo alto en el camino lo hacemos volviendo hacia el sur, a una hora más o menos de distancia de Skofja Loka. Se trata de la pequeña población montañosa de Prem, a la que nos desplazamos por el reclamo de su castillo. Pese a su atractivo no aparece ni en guías digitales de los 10, 25 o 70 mejores recintos fortificados del país. Y en su página web se expresa únicamente en esloveno y no también en inglés, con lo que el posicionamiento digital se complica.

Solamente estamos a esas horas de un martes de agosto en el castillo de esta diminuta población otra familia y nosotros. El acceso al interior de las murallas no requiere pago alguno. Se trata, precisamente, de la parte que más vale la pena recorrer, ya que ese muro interior data del siglo XII, mientras que el resto, ya sumido en batallas con los otomanos, se remonta al XVI en adelante, como la mayoría de castillos eslovenos.

Encontrar restos de fortalezas medievales resulta complicado en Eslovenia. La de Prem, alejada de los núcleos turísticos, constituye una joya. Puede rematarse la visita entrando en la parte más nueva de la fortaleza, donde permanece una capilla del siglo XIV con la imagen del patrón de los peregrinos, San Cristóbal. El jardín del recinto interior está perfectamente acicalado, con sus banquitos, perfecto para detenerse y disfrutar de una café o de un chocolate de la cafetera de recepción. Con tranquilidad.

De ahí ya volvemos a la base, no sin antes pasar por un Mercato, la cadena con más supermercados que hemos visto hasta ahora. Alberga dos o tres tiendas, entre ellas una de ropa, algo habitual en España pero que en Eslovenia nos ha costado encontrar.

Castillo y lago de Bled

En Eslovenia las principales atracciones monumentales y naturales tienen un coste de acceso proporcionalmente alto si comparamos la relación encanto/precio, sobre todo si tenemos la perspectiva de quienes vivimos en España, tierra de castillos y catedrales preciosas y con parques naturales muy cuidados.

Hoy lo comprobaremos de nuevo por partida doble. Nos dirigimos hacia los denominados Alpes Julianos. Dejamos a mitad de camino más o menos Ljubljana y llegamos hasta los aledaños de la conocida como Garganta de Vintgar, por la que el río Radovna discurre con todo su crepitar. Leemos en recomendaciones de viajeros que aparcamos junto al restaurante Tedi, en su parking, y que desde ahí se accede a una entrada secundaria al circuito.

Estacionamos junto al enorme cementerio musulmán y ascendemos para, aproximadamente 15 minutos después, enlazar con el camino que lleva a la garganta, para la que se emplean otros 40 minutos, todo a través de ruta boscosa. Cuando llegamos nos topamos con una cola delante de la taquilla, que se halla muy cerca del aparcamiento oficial. La entrada de adulto cuesta diez euros. Pensábamos que el tránsito por este espacio natural sería gratuito y ya nos hemos hartado un poco de pagar por introducirnos en espacios abiertos de los que en España disfrutamos y de enorme valor natural.

Retrocedemos los 40 minutos y nos dirigimos hacia una entrada secundaria para ver una cascada. Implica unos 15 minutos más por un camino boscoso de ascenso y descensos, hasta llegar a un restaurante de madera montado en medio de la nada, con un puente sobre el tramo en que cae con más fuerza el agua y un torno a mitad del bosque para ticar entrada.

Así termina nuestra experiencia por la Garganta del Vintgar, que se resume en más de dos horas y media de senderismo por el bosque.

Desde allí nos desplazamos en coche para, en unos diez minutos, llegar hasta Bled. La panorámica del lago resulta preciosa, con el islote en medio y en los laterales restaurantes y hoteles. Se trata del segundo lugar más visitado de Eslovenia tras las cuevas de Postojna. Una vez más, otear el horizonte constituye la sensación más placentera.

Ascendemos al castillo, que se iza en la punta de una escarpada colina, a 130 metros de altura sobre un acantilado. Sorprendentemente por lo alto que se percibe, en apenas unos 15 minutos se llega desde la base del lago siguiendo un camino bastante empinado.

No obstante, una vez llegado ante el castillo contemplo que, para mi desilusión, excepto el muro exterior, el resto de la fortaleza ha sido reconstruida a partir del siglo XVI y la mitad de los puntos de interés que contiene el mapa de la entrada son la cafería, el restaurante o la tienda de recuerdos.

Pagar 13 euros -el precio para adultos- después de la experiencia vivida en el castillo de Ljubljana, convertido en una especie de centro comercial, no me apetece. Por mucho que en uno de sus locales conserve una imprenta antigua. Me gusta recorrer las fortalezas que conservan su idiosincrasia, no las que han sido sometidas por locales comerciales. Así que marcha atrás, descendemos el camino y optamos por tomar un helado junto al lago, observando la belleza del lugar.

Retornamos a la granja, donde la propietaria nos espera para enseñarnos las cabras, caballos y vacas que tiene.

Puedes leer esta parte de la crónica en www.soloqueremosviajar.com pinchando este enlace

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