Hoy, después del paseo matutino controlando ya caminos rurales sin tráfico, nos lanzamos a por dos pequeñas joyas urbanas eslovenas que no se hallan demasiado lejos de nuestra ubicación, en el centroeste, con ligera tendencia hacia el sur, del país.
Después de unos 70 minutos de conducción hacia al norte, a
unos 20 kilómetros pasados Ljubljana, nos adentramos en Skofja Loka. Dejamos el
coche en un amplio aparcamiento de acceso gratuito situado en lado contrario
del río de donde se ubica el casco histórico. A este no pueden entrar
vehículos. Un amable lugareño nos cede
su ticket de aparcamiento, al que le queda hora y media para consumir, en un
espacio en el que puede dejarse el vehículo 120 minutos. No existen barreras de
accesos y tampoco localizamos las máquinas expendedores de esos carteles de
estacionamiento.
El encanto reside en callejear, sobre todo alternando sus
puentes, y en subir hasta la cima, donde se ubica el castillo. En este se puede
acceder libremente a los extensos jardines, en los que mantienen, a modo de
museo etnográfico, una vivienda de madera del siglo XVII, un carruaje y algún
que otro apero de labranza.
En el castillo, por cinco euros, puede visitarse la
exposición existente sobre Skofja Loka, localidad de la que, por cierto, es
originario el portero del Atlético de Madrid Jan Oblak. Resulta complicado
comer porque la mayor parte de los bares abiertos -en el castillo o en la calle
principal- únicamente sirven bebidas. Al final lo conseguimos en un local sin
pena ni gloria (en mi caso ingiero la típica salchicha, aunque esta vez a
rodajas flotando en una especie de potaje de alubias) y volvemos a la
carretera.
El segundo alto en el camino lo hacemos volviendo hacia el
sur, a una hora más o menos de distancia de Skofja Loka. Se trata de la pequeña
población montañosa de Prem, a la que nos desplazamos por el reclamo de su
castillo. Pese a su atractivo no aparece ni en guías digitales de los 10, 25 o
70 mejores recintos fortificados del país. Y en su página web se expresa
únicamente en esloveno y no también en inglés, con lo que el posicionamiento
digital se complica.
Solamente estamos a esas horas de un martes de agosto en el
castillo de esta diminuta población otra familia y nosotros. El acceso al
interior de las murallas no requiere pago alguno. Se trata, precisamente, de la
parte que más vale la pena recorrer, ya que ese muro interior data del siglo
XII, mientras que el resto, ya sumido en batallas con los otomanos, se remonta
al XVI en adelante, como la mayoría de castillos eslovenos.
Encontrar restos de fortalezas medievales resulta complicado
en Eslovenia. La de Prem, alejada de los núcleos turísticos, constituye una
joya. Puede rematarse la visita entrando en la parte más nueva de la fortaleza,
donde permanece una capilla del siglo XIV con la imagen del patrón de los
peregrinos, San Cristóbal. El jardín del recinto interior está perfectamente
acicalado, con sus banquitos, perfecto para detenerse y disfrutar de una café o
de un chocolate de la cafetera de recepción. Con tranquilidad.
De ahí ya volvemos a la base, no sin antes pasar por un Mercato,
la cadena con más supermercados que hemos visto hasta ahora. Alberga dos o tres
tiendas, entre ellas una de ropa, algo habitual en España pero que en Eslovenia
nos ha costado encontrar.
Castillo y lago de Bled
En Eslovenia las principales atracciones monumentales y
naturales tienen un coste de acceso proporcionalmente alto si comparamos la
relación encanto/precio, sobre todo si tenemos la perspectiva de quienes
vivimos en España, tierra de castillos y catedrales preciosas y con parques
naturales muy cuidados.
Hoy lo comprobaremos de nuevo por partida doble. Nos
dirigimos hacia los denominados Alpes Julianos. Dejamos a mitad de camino más o
menos Ljubljana y llegamos hasta los aledaños de la conocida como Garganta de
Vintgar, por la que el río Radovna discurre con todo su crepitar. Leemos en
recomendaciones de viajeros que aparcamos junto al restaurante Tedi, en su
parking, y que desde ahí se accede a una entrada secundaria al circuito.
Estacionamos junto al enorme cementerio musulmán y
ascendemos para, aproximadamente 15 minutos después, enlazar con el camino que
lleva a la garganta, para la que se emplean otros 40 minutos, todo a través de
ruta boscosa. Cuando llegamos nos topamos con una cola delante de la taquilla,
que se halla muy cerca del aparcamiento oficial. La entrada de adulto cuesta
diez euros. Pensábamos que el tránsito por este espacio natural sería gratuito
y ya nos hemos hartado un poco de pagar por introducirnos en espacios abiertos de
los que en España disfrutamos y de enorme valor natural.
Retrocedemos los 40 minutos y nos dirigimos hacia una
entrada secundaria para ver una cascada. Implica unos 15 minutos más por un
camino boscoso de ascenso y descensos, hasta llegar a un restaurante de madera
montado en medio de la nada, con un puente sobre el tramo en que cae con más
fuerza el agua y un torno a mitad del bosque para ticar entrada.
Así termina nuestra experiencia por la Garganta del Vintgar,
que se resume en más de dos horas y media de senderismo por el bosque.
Desde allí nos desplazamos en coche para, en unos diez
minutos, llegar hasta Bled. La panorámica del lago resulta preciosa, con el
islote en medio y en los laterales restaurantes y hoteles. Se trata del segundo
lugar más visitado de Eslovenia tras las cuevas de Postojna. Una vez más, otear
el horizonte constituye la sensación más placentera.
Ascendemos al castillo, que se iza en la punta de una
escarpada colina, a 130 metros de altura sobre un acantilado. Sorprendentemente
por lo alto que se percibe, en apenas unos 15 minutos se llega desde la base
del lago siguiendo un camino bastante empinado.
No obstante, una vez llegado ante el castillo contemplo que,
para mi desilusión, excepto el muro exterior, el resto de la fortaleza ha sido
reconstruida a partir del siglo XVI y la mitad de los puntos de interés que
contiene el mapa de la entrada son la cafería, el restaurante o la tienda de
recuerdos.
Pagar 13 euros -el precio para adultos- después de la
experiencia vivida en el castillo de Ljubljana, convertido en una especie de
centro comercial, no me apetece. Por mucho que en uno de sus locales conserve
una imprenta antigua. Me gusta recorrer las fortalezas que conservan su
idiosincrasia, no las que han sido sometidas por locales comerciales. Así que
marcha atrás, descendemos el camino y optamos por tomar un helado junto al
lago, observando la belleza del lugar.
Retornamos a la granja, donde la propietaria nos espera para
enseñarnos las cabras, caballos y vacas que tiene.
Puedes leer esta parte de la crónica en www.soloqueremosviajar.com pinchando este enlace
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