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domingo, 5 de septiembre de 2021

Eslovenia (V):... Y Trieste

Hoy decidimos desplazarnos hasta la cercana ciudad italiana de Trieste, Trest en esloveno, situada a poco más de una hora de nuestra granja y punto de tránsito habitual entre ambos países e incluso a otros situados a mayor distancia, como España, ya que existen numerosos vuelos desde esta urbe de Italia a diferentes poblaciones españolas.

¡Cómo se nota el cambio de país! En cuanto nos adentramos en el interior de Trieste empiezan las motos a zigzaguearnos, a la mínima escuchamos el sonido del claxon de otros vehículos atosigando, los peatones que se cruzan… Nos cuesta una media hora encontrar aparcamiento en un parking subterráneo, a 1,80 euros la hora.

El primer lugar al que acudimos es a la piazza de l´Unità, uno de los grandes emblemas de la ciudad y donde, además, se sitúa la oficina de turismo. Desde ahí caminamos hasta el teatro romano, radicado a unos 300 metros. Pueden contemplarse casi todos sus detalles desde la misma acera.

 Si sigues por esta última, a unos 20 metros existe un parking público en cuyo interior, después de un largo pasaje, hay un ascensor que te eleva hasta el antiguo foro romano, donde se hallan el castillo de San Giusto y la catedral del mismo nombre. El interior de esta última llama poderosamente la atención por la mezcla de estilos, representado, sobre todo, por columnas romanas ejerciendo de sostén del templo. El castillo también tiene una mezcolanza estilística, ya que fue construido entre el siglo XV y el XVII.

Bajamos en dirección hacia el puerto y paramos a comer en un restaurante sin pena de gloria donde nos cobran cuatro euros por persona por cubiertos y pan, una costumbre italiana -la de cobrarte por ponerte servilleta, tenedor, cuchillo y pan en la mesa- que dolorosamente encarece la cuenta.

Entramos en la iglesia ortodoxa, con su bandera griega, en primera línea de costa, vemos el gran canal, contemplamos el arco (con un edificio pegado) del siglo I, transitamos varias veces por la piazza de l´Unità, ya que las principales calles desembocan en ella y, después de tomar un helado en un abarrotado local, pagamos el parking (no nos han dado tíquet, sino que se han quedado las llaves del coche directamente) y emprendemos el camino de regreso con ganas de volver a los paisajes naturales eslovenos. 

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