Hoy el día se divide en tres etapas de recorridos programados. La primera tiene como destino uno de los parques naturales más antiguos de Eslovenia: el de Rakov Skocjan, cerca de Postojna. Cuenta con varias rutas no excesivamente señalizadas para pasearlas. Escogemos la más corta y circular, que nos llevará algo más de una hora, por subidas y bajadas, con panorámica de dos ´puentes´ naturales formados por rocas: el grande y el pequeño, una cueva, una laguna... Pasa por el hotel.
Desde allí nos vamos a comer a un restaurante situado justo
frente al castillo de Predjama, el que está incrustado en una montaña. En
Eslovenia, por el momento, no hemos encontrado platos autóctonos de relevancia,
más allá de variedades de gulash, el clásico filete empanado austríaco que se
extiende por su vecino del sur, o derivados culinarios de las salchichas
alemanas. Sí que comemos el dulce de Postojna, una especie de hojaldrado
relleno de nata y flan. En cualquier caso, lo que prima del local son las
vistas.
Y por la tarde nos desplazamos a la Ljubljana vespertina. Cuando acudimos la pasada semana el calor derretía las calles, pero ahora, a partir de las siete de la tarde, la gente las abarrota, no quedan mesas libres en las cafeterías y restaurantes que bordean el río del mismo nombre de la ciudad, o el entorno del mercado, repleto de pequeños puestecitos saturados de personas que buscan cualquier sitio para disfrutar de su copa de vino y plato de calamares, el pescado más habitual que hemos encontrado en los restaurantes eslovenos. Ambientazo, vamos.
Saboreamos unas puffy, una especie de galletitas con sabor a
gofre bañadas, porque así lo elegimos en nuestro caso, en chocolate líquido
blanco y negro. Paseamos por el puente de los candados, que se ilumina al
anochecer. Y observamos el inicio de la representación del musical Chicago, en
la explanada junto al parque del Congreso. Incluso pasamos por la plaza
Preseren, ante la iglesia de los Franciscanos, en cuyo centro existe un círculo
humedecido por chorros casi invisibles. Lo atraviesas y te refrescas sin saber
de dónde te cae el agua. Nos quedamos con la imagen del espectáculo Chicago y,
sobre él, a unos 300 metros de altura, el castillo con su iluminación nocturna.
Cuevas de Krizna y castillo de Sneznik
Último día completo en Eslovenia, que empleamos en apurar
con las excursiones y en solucionar algunos detalles, como llenar el depósito
de gasolina del coche, ya que aquí nos cuesta medio euro menos el litro que en
Italia. O en comprar alguna botella de vino esloveno.
También en visitar la cueva de Krizna, la más grande
inundada del país. En el aparcamiento nos encontramos con una pareja de
Mallorca que se desplaza por Europa en una furgoneta mientras teletrabaja. La
sequía mundial ha reducido bastante el volumen de agua, y la visita en el tramo
acuático ya da para apenas cien metros de recorrido en una lancha hinchable por
el primer lago de la cueva de los más de 20 que posee. A algunos de los
restantes puede accederse en invierno, no en verano, por la dramática sequía.
La excursión, para la que te equipan con botas de agua y una
linterna con batería más propia de hace medio siglo largo, se realiza
únicamente con guía y cuesta 13 euros por adulto. Durante unos 30 minutos
caminas por un sendero estrecho contemplando la cavidad, subiendo y bajando
escalones y rampas con ligero riesgo de caída por la humedad. Llegas al
embarcadero en la oscuridad, recorres los citados cien metros de lago, con las
aguas marrones -en invierno nos comentan que son bastante más transparentes- y
vuelves a la salida desandando lo transitado al principio.
Y también nos queda la visita a otro de esos castillos
coquetos que no tienen la fama ni del de Ljubljana ni del de Brad pero que
resultan mucho menos bulliciosos y más auténticos. Se trata del castillo de
Sneznik, con su amplio foso encharcado -algo novedoso entre los que hemos
contemplado hasta ahora- su puente de acceso de piedra y tramo levadizo, y su
muralla prácticamente completa.
Organizan recorridos guiados cada sesenta minutos por la
mañana, a las 11 y a las 12, a seis euros por adulto. El problema con el que
nos topamos es que la explicación, a la hora que queremos realizarla, es
únicamente en esloveno. Nos conformamos con pasear por los preciosos jardines
cercanos -también hay guías que se ofrecen para explicarlos- y circunvalar el
foso desde el bosque que lo contornea, que vale la pena para observar los
detalles de las murallas de esta fortaleza cuyos orígenes datan del siglo XIII.
Recomendable desplazarse hasta la zona, marcada por la belleza de sus pequeñas
localidades forestales, para disfrutar del encanto, la tranquilidad y la
conservación de este castillo.
Y así, con una última puesta de sol en compañía de las ocas
de la granja y una cena postrera en el restaurante del pueblo situado a un
kilómetro, el más cercano que tenemos, cerramos nuestra última jornada
eslovena. Mañana nos espera un largo recorrido para salir del país, atravesar
Italia por el norte -la parte más ancha de la ´bota´, que nos supuso ocho horas
a la ida- y llegar hasta nuestro alojamiento cercano a Marsella.
Regreso por las autopistas italianas
Antes de partir, saboreamos el vistazo final a la panorámica
que se disfruta desde la granja. La abuela de la casa ya está en pie dando de
comer a las gallinas y regando las plantas mientras cargo en el coche las
maletas. Son las siete de la mañana y el inicio del día no altera la
tranquilidad eslovena. Ni siquiera el pequeño ajetreo que provoco trasladando
nuestros enseres del sótano al vehículo.
Antes de marcharnos, Mateja, la propietaria de la granja,
llega con su marido para despedirnos y nos obsequia con unos cruasanes de
mermelada para el viaje. Hemos tenido una estancia agradable en su casa, bien
cuidados. Desde luego, alojarse en una granja eslovena resulta una alternativa
económica y familiar a quien busque pasar una semana o dos, o las que quiera,
en un país centroeuropeo con infinidad de opciones de senderismo y montañismo y
con su parte monumental e histórica. Y con un turismo bastante reducido, menor
al de sus vecinas Austria o Suiza.
Regreso por autopista atravesando toda Italia, de Udine a
Veintimiglia, dejando por el camino Venecia, Turín, Milán o Génova. Unos 60
euros en peajes y ocho horas -con paradas incluidas- para recorrer alrededor de
600 kilómetros. Tráfico fluido, aunque las colas principalmente se forman a la
hora de pagar, en los citados peajes, debido a que cada uno dispone de un
mecanismo diferente para introducir el billete o realizar el pago y a que abren
pocos de los disponibles.
Eso sí, tienen buena variedad de vinos y con ofertas
interesantes, además de otros productos, en algunas estaciones de servicio que
constituyen auténticos supermercados en los laterales de la autovía. Doce horas
largas después de salir de Eslovenia llegamos a la mansión en las afueras de
Marsella en una de cuyas habitaciones nos alojamos. Nos recibe su propietaria,
Florence. Pero esto ya forma parte de otra crónica viajera.
Puedes leer la crónica también pinchando este enlace en www.soloqueremosviajar.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario