Cuarto día. Empezamos con el ascenso al imponente castillo de Gjirokaster. No es pronunciado y el final vale la pena para contemplar la fuerza histórica de Ali Pasha, el longevo -murió a los 82 años- gobernante que plantó cara al imperio otomano en el siglo XVIII y que logró dirigir un territorio equivalente a casi la mitad de la actual Albania.
La torre del reloj emerge como su principal baluarte, aunque
ejercía de campanario de iglesia. Lo que demuestra su potencia es
principalmente la extensión de sus almenas y su amplia colección de cañones. En
una de sus explanadas un abierto escenario acoge cada lustro un concurso
internacional de isopolifonía, un canto catalogado clásico de Albania como
Patrimonio Inmaterial de la Humanidad que no utiliza instrumentos musicales.
Desde allí nos vamos a observar una de las populares casas torre, pequeñas fortificaciones urbanas en las que vivían familias opulentas. En concreto, la de Skenduli, cedida como museo privado y en la que podemos situarnos ante sus seis chimeneas o pasear por los compartimentos en los que se residían más de 20 personas, tanto en las zonas más cerradas invernales como en las luminosas y amplias estivales. Y en el espacio consagrado para bodas.
Autobús y desplazamiento hasta el monasterio de Ardenica,
que se libró de la destrucción en la época comunista por haber albergado la
boda del héroe Skanderbeg. Transmite unas vibraciones especiales, de las que te
atraviesan, en su interior, plagado de iconos, con sus frescos del siglo XVIII
y las dos tumbas de sus monjes fundadores, en el XVI. Y música religiosa
constante en este lugar habitado por tres monjes.
Más carretera hacia el norte y mucho atasco viario,
adelantamientos complicados, baches… y el tiempo previsto para recorrer las
distancias programadas se multiplica por dos. A ese ritmo llegamos a la ciudad
de Kruja, en la base de una montaña, con una temperatura algo más fría y con un
bazar muy coqueto, en una calle adoquinada y resbaladiza y compuesto por casas
con tejados alpinos. Para hacer un recorrido tranquilo y observar los múltiples
abalorios, sin recibir presiones de vendedores. Y de cena, la moussaka tan
típica de la cercana griega y que Albania incorporó ya hace tiempo a su
repertorio gastronómico con la vista del hotel Panorama, incluido el castillo.
El quinto día comienza precisamente con la visita a la
fortaleza de Kruja, el principal baluarte del gran héroe albanés
Skanderbeg, que en el siglo XV plantó cara al mismísimo sultán Mehmet II y a
todo su imperio otomano -en el que precisamente se había formado como jenízaro-
y resistió hasta tres embates.
Además de la imponente fachada, lo que destaca de la
fortificación consiste precisamente en lo más reciente, su museo, que data de
finales del siglo pasado. Perfectamente adaptado arquitectónicamente al
entorno, recrea las vicisitudes y gestas del héroe nacional de Albania,
representado siempre en grandes estatuas, con su abundante barba y, en
bastantes ocasiones, sobre un corcel encabritado.
Una enorme pintura recrea una de las victorias de Skanderbeg, con la característica bandera del águila bicéfala que representa a su familia, frente al imperio otomano. Realmente toda la ciudad se erige como un homenaje a su figura, la más ofrecida en las tiendas del coqueto bazar, constituido por viviendas de techos alpinos y con una historia secular.
Hasta la dictadura comunista contribuyó a exaltar al héroe,
que, al igual que Ali Pasha, murió anciano, sin asesinato de por medio. Miles
de documentos cuentan sus gestas y su rostro, idealizado, se representa por la
fusión de incontables pinturas con rasgos diferentes de su época y posteriores.
Su gran mérito, que no resulta ni mucho menos baladí, consiste en haber unido a
los diferentes grandes linajes de su época y a gobernantes de países cercanos
como Hungría para frenar al imperio otomano. Incluso tuvo tiempo de unirse a
una cruzada cristiana y ser distinguido por el propio Papa.
Después de repasar sus gestas, toca de nuevo carretera. Esta
vez para comprobar que más allá de las playas turísticas con mejor o peor
comunicación, existe una amplitud de Albania por la que cuesta más moverse. Se
trata de la parte norte. En nuestro caso nos dirigimos a los denominados Alpes
albaneses, con el Valle del Theth -paraíso del senderismo- como destino final.
Más de cuatro horas tardamos en recorrer unos 160 kilómetros por carreteras repletas de curvas de difícil giro, saturadas de turistas con vehículos de alquiler -contemplamos uno volcado vertical cortando la calzada- y con socavones que asustan porque no sabes si los podrá superar tu vehículo. Al final, con paciencia, contemplando el paisaje y con algo de mareo en la cabeza, llegamos a nuestro destino, que, al igual que las zonas del litoral, se ha saturado en poco tiempo de visitantes. Un enorme vertedero de basura que circunda una larga calle de hoteles de madera demuestra la rápida degradación del entorno.
Pasamos de calor y camiseta de manga corta a doble manga
larga y cena al aire libre acelerada por el frío. De camino habíamos podido
comer en un restaurante ubicado en una amplia explanada arbolada cerca de la
carretera que ofrece la carpa que pesca del limítrofe río. Y en ese mismo
camino hemos atravesado Lezhe, la localidad que, bajo un gran arco porticado,
acoge los restos mortales del héroe Skanderbeg. La carne se repite en la cena
como menú habitual, normalmente es de ternera y la sacan, por costumbre,
bastante hecha.
El sexto día lo dedicamos al senderismo. Hacemos ocho
kilómetros de ribera fluvial por un camino señalizado como GR hasta un punto de
encuentro por el Valle del Theth que se adentra en la senda hacia el denominado
Ojo Azul, una charca de agua cristalina que se forma en un recoveco plano de la
montaña como fruto de un manantial. Sumamos tres kilómetros más por una senda
escarpada, con altibajos y numerosos rulos que obligan a ser lo más precavido
posible, hasta llegar a la citada charca.
Aunque el agua está congelada, no faltan quienes, atraídos
por sus refulgentes tonos, se zambullen para probarla. Desandamos los últimos
tres kilómetros para sentarnos ante un restaurante en el que nos sirven carne a
la parrilla. Desde allí retornamos a nuestra base donde, por un día,
dispondremos de unas horas de descanso para recuperar algo de energía.
Los duros e hinchados almohadones que suelen gastar los
alojamientos y el hecho de que a las seis de la mañana ya penetre la luz del
día por las translúcidas cortinas que separan la habitación del cristal de las
ventanas, no son factores que ayuden a conciliar el sueño durante demasiadas
horas. La pausa de esta tarde ayuda a apreciar el entorno montañoso de estos
conocidos en el país a modo de reclamo turístico como los ‘Alpes’ albaneses.
De 400 personas en invierno a...
Por la tarde recorremos el principal pueblo del Valle del
Theth, en el que residen 400 personas durante todo el año, tres meses aisladas
por la nieve y sin colegio. Destaca la iglesia católica -no es lo habitual-
rodeada de una amplia extensión de césped que sirve de cementerio y de campo de
fútbol provisional. No de pasto para los animales porque la valla de madera que
la circunvala solo puede superarse mediante escalera, ya que no tiene puertas
precisamente para evitar que se queden abiertas y entren caballos y vacas.
El otro punto de interés lo constituye la torre museo, que
recuerda las deudas de sangre. La cuestión es que si alguien mataba a otra
persona, la familia de esta última tenía derecho a quitar la vida a alguien de
la familia del asesino, y la cadena seguía porque igualmente existía el derecho
a la venganza por parte de esta última y así hasta casi la exterminación.
En esta torre se negociaba hasta un máximo de quince días
para ver si, de alguna forma, se condonaba esa sentencia, que solamente
afectaba a varones mayores de 14 años. Si no se solucionaba, la persona que
había asesinado y su familia disponían de 48 horas de tregua. Al bajar, nos topamos con un lugareño con atuendo característico tocando una melodía con una hoja de árbol a modo de armónica.
Y en este ambiente alpino, con las temperaturas que bajan unos 15 grados del mediodía al anochecer, cenamos bien abrigados los platos habituales: ensalada griega, carne de cerdo o de ternera, queso, patatas y, como novedad, una especie de pan insípido bañado en queso.
El séptimo día saldremos del Valle del Theth, aunque
antes realizaremos una segunda ruta. Se trata de un recorrido senderista a la
cascada de Thethi. En total, unos siete kilómetros, entre ida y vuelta y con un
tramo de unos doscientos metros complicados saltando y escalando por rocas,
para contemplar el salto del agua de unos 35 metros de altura y su posterior
expansión en pequeñas cascadas.
En cualquier caso, del valle, de los Alpes albaneses, más técnicamente los Alpes Dináricos, nos quedamos con las panorámicas. Y no porque ascendamos a grandes alturas, que no superan los 2000 metros, sino por la esbelta correlación de picos de montaña circundados por altiplanos.
Después de la ruta nos esperan dos horas largas de
carreteras sinuosas, mareantes, por las que hacen malabarismos las furgonetas
cuando se cruzan en ambos sentidos para pasar las dos. Parece interminable el
recorrido, pese a que paremos unos minutos en una cima para disfrutar del
silencio y de la visión. Y así llegamos a una cárcel -sí, curiosa entrada y
salida del valle- que nos anuncia que se acabó la pesadilla de curvas.
Poco después nos plantamos en la ciudad de Skhoder, la más
populosa -con alrededor de 100.000 habitantes- del norte de Albania. Destaca
por su aire cosmopolita -de hecho, aquí vemos la primera franquicia
internacional de hamburguesas- la animación de sus céntricas calles peatonales.
Paseamos entre ellas, en las que abundan principalmente
bares y restaurantes. Constituye también un referente cultural en el país por
los movimientos literarios o nacionalistas que aquí han surgido, y sobresale
también por su mayoría católica, al contrario que en urbes anteriores, casi
todas de religión musulmana u ortodoxa.
Entramos en su enorme catedral católica del siglo XVIII, una
excepción que permitió el imperio otomano con la condición de que su campanario
no superara en altura a minarete alguno de la ciudad. Después, en época
comunista fue reducida a cancha de voleibol. En la actualidad cumple su misión
religiosa.
Posiblemente, y más allá de las abarrotadas playas jónicas,
Skhoder sea la ciudad con más animación internacional que contemplamos, por
encima de Kruja o Berat, que mantienen en mayor medida su esencia pese a su
total adaptación al turismo multitudinario que ya invade sin ambages Albania y
que dispara los precios.
Para hacernos una idea, una pizza media está sobre los ocho
euros, una ensalada griega sobre los 3,5; una sopa, por tres; y un plato de
pasta con marisco, por unos nueve. Los refrescos en la calle en cualquier
terraza no bajan de los dos euros, y las cervezas andan sobre 2,5. Se puede
pagar con euro en casi todos los sitios; y con tarjeta de débito o crédito, en
el 60% más o menos de los que vamos.
Mañana nos espera madrugón, ya que a las seis saldremos hacia Kosovo previo paso de extremo a extremo por el lago Koman para desembocar en Fierze.









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