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martes, 9 de septiembre de 2025

Albania (III) y un día en Kosovo

 

Despertar tempranero en el octavo día para dirigirnos al lago Koman. No se trata de que la distancia desde Skhoder al embarcadero resulte elevada (unos 56 kilómetros), sino de que la carretera es pésima. Tardamos dos horas largas en hacer el recorrido por una vía principal repleta de socavones, con abundantes tramos de gravilla y curvas peleonas.

El barco zarpa a las 9 o 9,30, que hora fija no tiene; no obstante, el objetivo consiste en llegar con tiempo para asegurar que entra el vehículo en la plataforma del barco y que tenemos sitio. Total, que a las 8,25 ya estamos sentados en nuestras butacas de interior (fuera azota el viento gélido) y la embarcación sale finalmente a las 9,20.

Recorre 34 kilómetros en dos horas y media entre desfiladeros escarpados y aguas de un verde turbio rebosantes de botellas flotantes. Una pena que a la par que el incremento del turismo llegue también el aumento de la contaminación. Ya lo comprobamos con los vertidos incontrolados en el Valle del Theth.

Sobre las 12 horas atracamos en el embarcadero, situado a unos 30 kilómetros de la frontera de Kosovo, el país de los dos millones de habitantes, la bandera azul con seis estrellas o la última guerra en Europa del pasado siglo XX que aún retumba en la memoria de muchos de sus habitantes.

Frontera kosovar

Traspasamos la línea fronteriza sin problemas y paramos, al poco, en un complejo hostelero rodeado de naturaleza llamado Villa Italia. Soy poco de citar nombres de bares y restaurantes, salvo cuando me sorprenden por la calidad. Como resulta más tangible repicar el precio que describir los detalles de los platos, apuntaré que unos spaguettis a la boloñesa, una trucha con guarnición, un pollo empanado con verduras, un refresco y dos jarras de cerveza de medio litro cada una nos cuestan 23,5 euros. En Kosovo se paga directamente en euros. Por cierto, la carretera ha mejorado ostensiblemente al traspasar la frontera.

Nos desplazamos 40 minutos más hasta el monasterio ortodoxo de Visoki Deçani, que destaca, entre otras cuestiones, por sus frescos del siglo XIV, del mismo en que data su construcción. Si no insiste en la época la persona que nos guía por su interior resulta complicado creerlo por su perfecto mantenimiento. La edificación del templo se prolongó durante ocho años para abrir en 1327. Conserva la tumba de su fundador, San Esteban, con su cuerpo incorrupto.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, resulta curioso recibir la amabilidad de sus monjes (viven 19 en la actualidad), que se esfuerzan por saludar en castellano, y también la de los soldados de la Kfor (en este caso, italianos), que lo custodian, al igual que otras iglesias católicas para evitar ataques.

Situación política complicada

Pese a haber transcurrido décadas desde la guerra con Serbia, la complicada situación de Kosovo (se proclamó país independiente y existe un amplio grupo de países que no lo reconoce como tal, entre los cuales se encuentra España), la amenaza, o la protección por si acaso, persiste. Las rencillas entre las partes serbia (minoritaria) y albanesa (mayoritaria) penden en el subconsciente colectivo.

E igualmente se impone la obligación de entregar el pasaporte en la garita (camuflada de vegetación) de la entrada para poder adentrarse en este recinto que transmite unas sensaciones especiales, de calma. Pese a que la tanqueta que también se sitúa en la entrada no las traslada.

Desde el histórico monasterio una hora y media larga más de autobús nos separa de Prizren, la principal ciudad kosovar, que se acerca a 200.000 habitantes, próxima a la frontera de Albania por el norte. Nos alojamos en pleno centro de una urbe que se percibe animada y bulliciosa, repleta de minaretes y con un espigado castillo oteando desde su cima. Al salir a cenar, con el centro abarrotado de paseantes y las terrazas llenas de parejas y familias, se confirma la impresión. La mendicidad también se multiplica respecto a lo percibido en Albania.

 

El noveno día comienza con paseo matutino por Prizren en una jornada en la que habrá mucha carretera. El recorrido da para atravesar el río Blanco por un par de sus puentes, todos nuevos incluso el reconstruido medieval, entrar en la mezquita de los derviches donde preservan las tumbas de sus más ilustres sacerdotes, contemplar la panorámica del castillo (parece que más allá de las almenas solo se extiende un aparcamiento) y retornar a nuestro alojamiento para empezar el desplazamiento hacia Spojke, la capital de Macedonia del Norte.

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