¡Y no te hundías!
Pisar totora, una planta acuática que crece en el lago
Titicaca, sorprende y da cierta aprehensión. Parece que te vas a hundir.
Sientes como si estuvieras andando sobre cañas por encima de un río o una
acequia y prevés que en cualquier momento tus pies se sumergirán en el agua. No
obstante, eso no ocurre.
Las islas de los Uros o de totora están ubicadas a poco más de tres kilómetros en embarcación desde Puno, la principal localidad de Perú en el entorno del lago Titicaca. Recuerdo que en un diámetro que apenas superaba los cien metros compartíamos espacio en uno de esos islotes unas pequeñas cabañitas de venta de ropa y baratijas, sus dependientes y la veintena de personas que hasta allí nos habíamos desplazado por curiosidad para apreciar la singularidad del lugar. Estas islas vegetales flotan, se mueven y parece que vayan a hundirse, pero resisten. Y no vence su aparentemente frágil suelo sobre la inmensidad del lago.
Desde allí nos desplazamos a suelo más firme, el de Amantani, una isla ‘de verdad’, más al estilo habitual. Pernoctamos en las humildes casas de adobe de sus habitantes, sobre camastros de piedra y sin iluminación ni en los hogares ni en las calles. En cualquier caso, disfrutamos de la hospitalidad de sus nativos, con quienes compartimos estancia y danzas.
Otros dos recuerdos que me salpican de esta experiencia tienen
origen en su ubicación. Por un lado, el arduo esfuerzo que suponía subir una
docena de escalones. El lago se encuentra a casi 4.000 metros de altura, y
hasta que te acostumbras pierdes el resuello a poco que camines y notas
síntomas del denominado ‘mal de altura’.
Por razón de esa elevación los rayos del sol abrasan. Soy
muy poco dado a ponerme gorras; no obstante, no me quedó más remedio que, poco
después de las ocho de la mañana, buscar urgentemente un tenderete donde
comprar un sombrero con las clásicas imágenes de llamas porque me ardía la
cabeza y urgía protegerla.

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