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viernes, 12 de septiembre de 2025

De Spokje a Ohrid: por la sorprendente Macedonia del Norte

 Por el camino dejamos a un lado Prístina, la principal ciudad kosovar y atravesamos sin problemas la frontera. La carretera mejora y se convierte en autovía. En menos de un par de horas llegamos al centro político y cultural macedonio, a la ciudad que organiza la vida de los casi dos millones de habitantes de este reducido país, el segundo más montañoso de Europa -proporcionalmente- tras Montenegro, y con una denominación que evoca las gestas de Alejandro Magno.

De aquel imperio y de las imbatibles falanges macedonias poco queda más allá del orgullo de haber formado parte de ese pasado conquistador y expansivo. Ahora la bandera, incluso el nombre con ese apellido ‘del Norte’, responde más a cesiones ante Grecia para conservar los rescoldos de la grandeza pasada.

Los caracteres cirílicos que caracterizan su alfabeto, además de la autovía previa, muestran el cambio evidente del país para el viajero. Empezamos el recorrido por la capital en la mezquita de Mustafá Pasha, con sus vistosos frescos azules y su cuidado alfombrado. Desde ella nos adentramos en el barrio musulmán, que, con rapidez, nos transporte mentalmente a Estambul. Las viviendas literalmente son tiendas abiertas al público.

Dejamos atrás un karavasar reconvertido en espacio cultural, otro hamman también transformado para actividades diferentes a las originales y nos sumergimos plenamente en el mercadeo, el colorido de múltiples yihab, el regateo, la visión del rubí rosa autóctono, el olor de carne a la parrilla y un largo etcétera de sensaciones en calles agradables al paseo y llamativas a los ojos, como la de denominada de la Unión Europea, repleta de paraguas colgados de colores amarillo, rojo y blanco.

Caminando salimos del bazar con cuidado de que algún ciclista o patinetista no nos arrolle a su paso acelerado y nos plantamos en la plaza de Macedonia, en la que se yergue la estatua de Filipo II por encima de las de su esposa Olimpia y la de la Alejandro en las fases iniciales de su vida.

Más allá, al otro lado del río Vardar, se halla la del propio Alejandro sobre su encabritado y fiel corcel Babieca y espada en ristre. Debajo, al estilo de las columnas épicas romanas, aparecen cinceladas algunas de las principales batallas que ganó, entre ellas la tan estudiada por su audaz estrategia, la de Gaugamela.

Y siguiendo el recorrido se llega al lugar donde nació -apenas queda un memorial y un árbol- y, después, donde fue bautizada y se ubica su casa museo, el otro personaje de gran relevancia vinculado al país, la Madre Teresa de Calcuta.

Entre medias se hallan los coquetos restaurantes junto a la orilla del Vardar, entre los que se encuentran tres galeones anclados que ejercen igualmente esas funciones de restauración. También lo atraviesan dos puentes repletos de estatuas de personajes ilustres. En el más cercano a las de Filipo II y Alejandro se izan las de generales y reyes, y en el más alejado, las de literatos y artistas de otros ámbitos.

Con la sensación de que nos queda mucho por ver y aprender nos marchamos de Skopje, esta ciudad ubicada en el corazón de los Balcanes que permite zambullirse en la Europa más oriental.

Desde allí nos dirigimos a Ohrid, al sur del país, recorriendo unos 200 kilómetros de distancia en tres horas largas por autovía y carretera nacional de puerto de montaña. Esta ciudad, que ronda los 50.000 habitantes, tiene fama por su ancho lago, que ejerce de ‘playa’ de Macedonia del Norte -con animado paseo marítimo incluido-, o por su castillo. La bandera roja con el sol y sus ocho brazos amarillentos resulta muy visible en casas y lugares públicos, como en resto del país.

Mientras Kosovo se asemeja en mayor medida a Albania y gran parte de su población refleja esa nacionalidad u orígenes, Macedonia resulta más ecléctica tanto en religión como en nacionalidad o alianzas (tiene en Serbia un buen amigo, mientras que para Kosovo resulta su mayor temor). Me habían hablado de mayor subdesarrollo -o menor desarrollo, depende de cómo se mire- de Macedonia respecto a Albania. De momento no es esa la opinión que voy labrando.

Ohrid me recuerda, en su atardecer, caminando por su paseo marítimo, a Cullera o a Gandia por la animación y el tránsito de gente. No pensaba que me vendría esa imagen a la mente en un lago entre los Balcanes. Los restaurantes se hallan abarrotados, hay numerosas máquinas de juegos para niños, puestos de venta de helados y muchos otros productos en las calles, una gran tarima para espectáculo, luces a ambos lados del lago… Y con esa imagen vacacional concluye el día. Aunque no sin antes degustar lo que por aquí llaman ensalada macedonia, consiste en los habituales tomate, cebolla y algo de queso sobre una base de verdura asada, principalmente pimiento.

Décima jornada que empieza precisamente con paseo por Ohrid, la ciudad de la luz, del lago más antiguo de Europa -al nivel del Titicaca o Baikal- con sus casi 400 kilómetros de extensión y hasta 289 metros de profundidad en el punto de más caudal. Contemplamos los frescos de la iglesia de Santa Sofía, del siglo XI; la antigua de San Clemente, también imponente y ambas ortodoxas, y la nueva dedicada al citado santo.

Circundamos el anfiteatro del siglo II y construcción romana. Subimos y bajamos por las calles con sus singulares faroles con forma de edificio de tres plantas. Y así nos vamos perdiendo por esta ciudad con un encanto singular que saben disfrutar tanto sus habitantes como los habituales visitantes búlgaros, serbios o croatas que aquí veranean. No falta en las tiendas de joyas el clásico rubí macedonio.

La panorámica del enorme lago impresiona, la contemples desde donde sea. Y recorrerlo en un cómodo catamarán, la siguiente actividad que realizamos, resulta una gozada. El agua del lago, por cierto, es cristalina y de temperatura templada en agosto, perfecta para bañarse.

Desde aquí nos vamos a uno de los pequeños municipios que lo rodean, en este caso a unos 200 metros sobre su nivel -el lago de Ohrid, Patrimonio de la Humanidad, al igual que la propia urbe, se halla a unos 600 por encima del mar- para caminar por senderos de montaña hasta subir a la cima y ver, de nuevo, la inmensidad lacustre. La recompensa al esfuerzo la obtenemos con una exquisita comida vegetariana en una casa rural llamada Risto house, en un ambiente bucólico.

Después llega el chapuzón desde el propio paseo marítimo de Ohrid -ciudad que comparte nombre con el aludido lago-, con numerosas escaleras que permiten adentrarse en él desde el paseo que lo circunvala. Conviene hacerlo con calma ante el riesgo de resbalón. Y más tarde toca lanzarse a deambular por las calles. Y, en este caso, adquirir uno de mis recuerdos favoritos, una figura representativa de un personaje histórico en su país natal. En este caso, la de Alejandro Magno sobre su caballo. También me hago con una pulsera de plástico con mi nombre en caracteres cirílicos.

Cenamos en un restaurante ubicado en un pueblo cercano con vistas al lago, con dosis de carne -resulta complicado evitarla en la dieta macedonia- y con la habitual actuación de grupo folclórico, siempre pertrechado de acordeón, en su interior. En este país, por cierto, toman el clásico raki -tan popular en Grecia- con un tono amarillento, resultado de su maceración., en muchas ocasiones como potente aperitivo previo a la comida.

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