Undécimo día con regreso a Tirana. La luz penetra de nuevo antes de las seis de la mañana en la habitación porque en el caso del alojamiento de Ohrid apenas tiene dos tiras que no pueden ni denominarse colgando cortinas en su ventanal.
Retornamos a Albania. Para ello atravesamos la frontera, lo que nos demora unos 20 minutos, menos de lo previsto. Aunque la carretera de Spotje a Tirana, que es la que tomamos, presenta tramos con obras, en cuanto pasamos a la república albanesa se percibe el empeoramiento del asfalto y la deficiente conservación en edificios y estancias públicas que se observan en la carretera. De manera paralela comienzan a vislumbrarse búnkeres en las montañas y construcciones que alojaban a trabajadores obligados a explotar minas de la época comunista.
Un fuerte temporal acompaña la vuelta y guía hasta el
aeropuerto, aunque no será hoy cuando subamos a nuestro avión de regreso a
Valencia. Todavía queda un último día por Tirana. Lo aprovechamos para pasear
por plaza de Skenderbeg, el centro comercial Toptani y entrar en Bunker Art,
una siniestra exposición en un búnker que comunicaba con el temido Ministerio
del Interior y que recuerda las décadas de penitencia de Albania tras su
independencia de Turquía a principios del pasado siglo, el dominio efímero
italiano y la entrada del comunismo con sus purgas. Las salas de tortura o los
listados de desaparecidos y hallados identificados por sus huesos lo retratan.
Cenamos en la antigua fortaleza detrás del centro comercial Toptani que ahora también es el complejo de restauración Toptani. Y allí nos ocurre algo que ya nos habían advertido que podía pasar: a mitad de cena, con tormenta creciente, se va la luz. Así estamos sin que retorne unos 20 minutos, de manera que al final decidimos marcharnos bajo la lluvia y a oscuras, aunque nos insistan en que en cinco minutos volverá. Dos calles más allá sí que hay iluminación.
El duodécimo día lo aprovechamos para pasear por los alrededores del lago de Tirana, con su bosque y sus cafeterías en primera línea con el fin de contemplar la superficie lacustre. Hasta allí llegamos atravesando la plaza central -con la estatua ecuestre del héroe nacional- y torciendo a la derecha por la larga avenida Ibrahima Rugova.
También recorremos el bazar, que transporta emocionalmente a ciudades como Estambul o El Cairo, no por su tamaño, sino por el ambiente de pequeños locales, conversaciones, similitudes y un batiburrillo de productos variopintos cerca de un mercado cubierto de carne y pescado y otro, bajo techado, de frutos secos y frescos, recuerdos de la ciudad y otro largo etcétera que ejercen de epicentro. Ese paseo supone el epílogo de este recorrido albanés antes de dirigirnos al aeropuerto.



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