“Algunos medios han publicado titulares que no fueron
ciertos”. “En ocasiones han interferido en la investigación”. Estas dos frases
lapidarias proferidas por Angel Cruz y Patricia Ramírez, progenitores de
Gabriel Cruz, el niño asesinado en Almería, llaman a una urgente reflexión. Más
aún cuando avisan que ese perjuicio a la investigación podría haber tenido
mayores consecuencias en el caso de que Gabriel hubiera logrado sobrevivir.
“Por dar una noticia no se puede perjudicar una
investigación”, sentencian. En numerosas ocasiones, periodistas y cuerpos de
seguridad siguen caminos paralelos en sus pesquisas, aunque con objetivos bien
diferentes. Los informadores tratan, precisamente, de cumplir con su cometido,
de trasladar a su audiencia las últimas novedades de un hecho noticiable.
Para lograrlo, a falta de fuentes oficiales, o una vez
agotadas estas, los periodistas que siguen un caso han de aguzar el ingenio al
máximo para obtener esas novedades informativas que espera con avidez un
público en tensión que aguarda la resolución del caso. La prudencia de esas
fuentes oficiales, o la negativa a hablar en numerosas ocasiones, induce a
buscar fuentes secundarias. La
información requiere de una actualización constante. Eso sí, constante y
contrastada, lo cual resulta complejo por el silencio de quien puede
confirmarla o refutarla.