Kirkwall tiene casi la mitad de la población de las 70 islas llamadas Orcadas que coronan Escocia, una vez ya superadas las Hébridas. Llegamos a esta localidad de alrededor de 10.000 habitantes que se presenta con una coqueta calle comercial y con su curiosa catedral empezada a construir, como la propia ciudad, en el siglo XII en honor a San Magno. Se halla repleta de ofrendas en sus dos estrechas y alargadas naves laterales.
Praderas fértiles y granjas. Casas unifamiliares que se
expanden por la capital de esta isla ventosa que carece de edificios y se
extiende en productivas parcelas. Por ese motivo cuesta salir del casco urbano.
A la altura del puerto se estrecha la Mainland o isla principal. Ofrece la
ocasión más sencilla de atravesarla a pie a lo ancho, aunque la falta de
indicaciones y de carreteras o caminos rectos lo dificulta.
El palacio del Condado y el del Obispado, o lo que queda de ellos, se sitúan a apenas unos metros tras la catedral. Tenemos la suerte de poder disfrutar, sentados sobre el césped del patio, de una actuación musical a cargo de un simpático grupo escocés y de un monólogo dramático. No da tiempo, por la escasez de transporte en este domingo soleado –un lujo en este entorno-, de acercarnos a la capilla italiana o al yacimiento neolítico de Skara Brae.