Cerveza con regusto a chocolate que se toma para acompañar a quesos, albóndigas o brownie.
Cuento ese maridaje en este artículo publicado en www.soloqueremosviajar.com
Cerveza con regusto a chocolate que se toma para acompañar a quesos, albóndigas o brownie.
Cuento ese maridaje en este artículo publicado en www.soloqueremosviajar.com
Primera participación en la tertulia del programa La Tarde con Marina, en los nuevos estudios de La99 Plaza Radio, en pleno centro de Valencia.
Debatimos sobre la tasa turística que quiere implantar parte del Consell y respecto al valenciano en las aulas.
Puedes escuchar la tertulia, que tuvo lugar el viernes 24 de septiembre, pinchando este enlace
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Mi #CurioseandoValencia en el número de septiembre de El Periódico de Aquí en Valencia
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Y podcast del programa de este viernes 10 de septiembre de Inter Café, en Intereconomía.
Intervengo a partir de la media hora de programa, más o menos, analizando actualidad política.
Hay ciudades que te sorprenden, otras que te encandilan, algunas que te decepcionan y unas cuartas que responden a la imagen que te habías trazado de ellas. Marsella se encuentra en esta última clasificación, salvando alguna excepción como el barrio de Le Panier.
Gris, portuaria, sórdida en algunas calles, con un constante olor a orín, caótica en la conducción, cara… Sí, la impresión no ha resultado muy positiva. Cuesta aparcar y cuando lo haces en algún parking céntrico, como el de La Bourse -un centro comercial construido sobre unos vestigios romanos- te enfrentas a un abono que supera los tres euros la hora. Los platos en la mayoría de los restaurantes no bajan de los 14 euros -si pides el del día-, y recorrer en vehículo algunos tramos de la misma urbe requiere el pago de peaje.
El paseo comienza en el concurrido mercado ambulante de
frutas y verduras de la calle de Le Musée, junto a su parada de metro. Es un
batiburrillo de gritos llamando a la compra, personajes que se entrecruzan y el
olor a orín que acompaña constantemente. A esa sensación le sumas la de sentir
más de una vez que tu cartera corre peligro de desaparición. En el centro no
nos cruzaremos con un solo agente de policía.
Despertamos en la hacienda francesa, cuyo alojamiento principal consiste en una especie de mansión en decadencia con un jardín que más bien asemeja un bosque por su tamaño. En ella alquilan habitaciones, a las que se accede por una intrincada escalera de caracol. Nos espera el clásico desayuno francés de cruasán, pain au chocolat y mermeladas variadas más mantequilla con una barra de pan.
Estamos en la periferia de Marsella, en le Chemin du Four du
Buze. El entorno no resulta demasiado agradable para realizar un paseo matutino
de exploración. Nos hallamos en una urbanización apartada, enclavada en una
barriada bastante despoblada.
Nuestro primer objetivo del día es Cassis, una localidad
exaltada por su vino y reconvertida de puerto pesquero en emporio turístico.
Las calles rebosan de visitantes y los restaurantes están atestados. Aparcar
incluso en los parkings públicos resulta difícil, pues los más céntricos se
llenan en seguida y unos cuantos coches esperan, con la barrera bajada, a que
quede una plaza libre.
Hoy el día se divide en tres etapas de recorridos programados. La primera tiene como destino uno de los parques naturales más antiguos de Eslovenia: el de Rakov Skocjan, cerca de Postojna. Cuenta con varias rutas no excesivamente señalizadas para pasearlas. Escogemos la más corta y circular, que nos llevará algo más de una hora, por subidas y bajadas, con panorámica de dos ´puentes´ naturales formados por rocas: el grande y el pequeño, una cueva, una laguna... Pasa por el hotel.
Desde allí nos vamos a comer a un restaurante situado justo
frente al castillo de Predjama, el que está incrustado en una montaña. En
Eslovenia, por el momento, no hemos encontrado platos autóctonos de relevancia,
más allá de variedades de gulash, el clásico filete empanado austríaco que se
extiende por su vecino del sur, o derivados culinarios de las salchichas
alemanas. Sí que comemos el dulce de Postojna, una especie de hojaldrado
relleno de nata y flan. En cualquier caso, lo que prima del local son las
vistas.
Y por la tarde nos desplazamos a la Ljubljana vespertina. Cuando acudimos la pasada semana el calor derretía las calles, pero ahora, a partir de las siete de la tarde, la gente las abarrota, no quedan mesas libres en las cafeterías y restaurantes que bordean el río del mismo nombre de la ciudad, o el entorno del mercado, repleto de pequeños puestecitos saturados de personas que buscan cualquier sitio para disfrutar de su copa de vino y plato de calamares, el pescado más habitual que hemos encontrado en los restaurantes eslovenos. Ambientazo, vamos.
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Hoy decidimos desplazarnos hasta la cercana ciudad italiana de Trieste, Trest en esloveno, situada a poco más de una hora de nuestra granja y punto de tránsito habitual entre ambos países e incluso a otros situados a mayor distancia, como España, ya que existen numerosos vuelos desde esta urbe de Italia a diferentes poblaciones españolas.
¡Cómo se nota el cambio de país! En cuanto nos adentramos en
el interior de Trieste empiezan las motos a zigzaguearnos, a la mínima
escuchamos el sonido del claxon de otros vehículos atosigando, los peatones que
se cruzan… Nos cuesta una media hora encontrar aparcamiento en un parking
subterráneo, a 1,80 euros la hora.
El primer lugar al que acudimos es a la piazza de l´Unità,
uno de los grandes emblemas de la ciudad y donde, además, se sitúa la oficina
de turismo. Desde ahí caminamos hasta el teatro romano, radicado a unos 300
metros. Pueden contemplarse casi todos sus detalles desde la misma acera.
Si sigues por esta
última, a unos 20 metros existe un parking público en cuyo interior, después de
un largo pasaje, hay un ascensor que te eleva hasta el antiguo foro romano,
donde se hallan el castillo de San Giusto y la catedral del mismo nombre. El
interior de esta última llama poderosamente la atención por la mezcla de
estilos, representado, sobre todo, por columnas romanas ejerciendo de sostén
del templo. El castillo también tiene una mezcolanza estilística, ya que fue
construido entre el siglo XV y el XVII.
Bajamos en dirección hacia el puerto y paramos a comer en un
restaurante sin pena de gloria donde nos cobran cuatro euros por persona por
cubiertos y pan, una costumbre italiana -la de cobrarte por ponerte servilleta,
tenedor, cuchillo y pan en la mesa- que dolorosamente encarece la cuenta.
Entramos en la iglesia ortodoxa, con su bandera griega, en primera línea de costa, vemos el gran canal, contemplamos el arco (con un edificio pegado) del siglo I, transitamos varias veces por la piazza de l´Unità, ya que las principales calles desembocan en ella y, después de tomar un helado en un abarrotado local, pagamos el parking (no nos han dado tíquet, sino que se han quedado las llaves del coche directamente) y emprendemos el camino de regreso con ganas de volver a los paisajes naturales eslovenos.
Pensar en verano en Fallas rompe con todas las ideas
preconcebidas y costumbres adquiridas sobre la fiesta. También supone reactivar
la vida en Valencia en plena calina estival y antes del comienzo del curso
escolar, que es el que en la práctica marca el calendario del inicio de las
rutinas y da carpetazo a la relajación veraniega.
En septiembre entraremos en otra dimensión más acelerada de
la vuelta de vacaciones. Salvo anulación de las fiestas, que todo resulta
posible ante el azote de la pandemia y la falta de un cronograma que marque
restricciones en función de la incidencia, la Valencia política también se
reactivará antes de lo habitual. Además, lo hará en una época de mandato
decisiva, cuando ya hemos entrado en la segunda parte, en los últimos dos años.
A partir septiembre de 2021, con las elecciones locales
señaladas para el último domingo (el día 28) de mayo de 2023, quienes forman
parte del equipo de gobierno ya empiezan a pensar que lo que tienen (en
sueldos, status, influencia…) pueden perderlo en poco más de año y medio, que
el final está más cerca. Y, por el contrario, los partidos que no gobiernan ven
con mayor proximidad la conclusión de su travesía por el desierto de la
oposición. Todos, en definitiva, saben que la cita con el electorado valenciano
se acerca y que deben agilizar su maquinaria para que vaya sembrando el poso de
su gestión. Las Fallas acelerarán la vuelta a la actividad y al frenesí
político en septiembre.
En esa misma línea se multiplicarán las conversaciones sobre
quién encabezará la candidatura de cada formación. De si el actual alcalde,
Joan Ribó, con 74 años en 2023, no se volverá a presentar (personalmente llevo
meses apostando a que sí lo hará. Le
insistirá Compromís por su tirón con una parte del electorado), de si la
vicealcaldesa primera, Sandra Gómez, encabezará de nuevo la candidatura del
PSPV, de si tal o cual persona puede ir al frente de Vox y de qué pasará con
Ciudadanos. El único rostro claro de cartel electoral, de momento, parece el de
la candidata del PP, María José Catalá.
También emergerán nuevos partidos, comenzará a dar síntomas
de rebrotar alguno antiguo que parecía defenestrado electoralmente y ciertos ciudadanos
de a pie mostrarán su intención de participar en la vida política de la ciudad
con nuevos proyectos que intentarán romper con el oligopolio político
establecido. En cualquier caso, todo esto será a partir de septiembre. Hasta
entonces, y en la medida de lo posible, relajémonos.
Artículo publicado en el número de julio de El Periódico de Aquí.
Puedes leer completa la edición impresa pinchando este enlace
Hoy, después del paseo matutino controlando ya caminos rurales sin tráfico, nos lanzamos a por dos pequeñas joyas urbanas eslovenas que no se hallan demasiado lejos de nuestra ubicación, en el centroeste, con ligera tendencia hacia el sur, del país.
Después de unos 70 minutos de conducción hacia al norte, a
unos 20 kilómetros pasados Ljubljana, nos adentramos en Skofja Loka. Dejamos el
coche en un amplio aparcamiento de acceso gratuito situado en lado contrario
del río de donde se ubica el casco histórico. A este no pueden entrar
vehículos. Un amable lugareño nos cede
su ticket de aparcamiento, al que le queda hora y media para consumir, en un
espacio en el que puede dejarse el vehículo 120 minutos. No existen barreras de
accesos y tampoco localizamos las máquinas expendedores de esos carteles de
estacionamiento.
El encanto reside en callejear, sobre todo alternando sus
puentes, y en subir hasta la cima, donde se ubica el castillo. En este se puede
acceder libremente a los extensos jardines, en los que mantienen, a modo de
museo etnográfico, una vivienda de madera del siglo XVII, un carruaje y algún
que otro apero de labranza.
¡Cuántas ganas de Fallas! Aunque resulten edulcoradas, de circunstancias, con restricciones, en una época inusual y envueltos en una situación compleja. Es lo que hay y lo que se puede hacer. Ante los avatares del destino, a los humanos no nos queda más solución que adaptarnos y buscar la parte positiva.
En este caso, la época del año para celebrarlas, septiembre,
me parece un acierto, aunque no haya sido escogida por gusto. Se desarrollarán
justo antes del inicio de curso, con lo que no provocan parón alguno en la
planificación lectiva. También, el hecho de que se festejen en ese mes todavía
estival permite que muchas personas que trabajan puedan pedir sus vacaciones
cuando sus empresas o administraciones -si son empleadas públicas- todavía no
han retomado su frenética actividad y siguen con el ralentí –más o menos
ligero, depende de cada cual- de agosto.
Del mismo modo, puede resultar más sencillo que cualquier visitante que no conoce los festejos o que no los frecuenta pueda disfrutarlos –dentro de las inevitables limitaciones- en su periodo de vacaciones estivales sin necesidad de dejarse días o pedirlos a propósito para desplazarse a Valencia en Fallas.
Por fin descubro caminos forestales por los que moverme para
evitar las carreteras comarcales. Me ha costado, porque desde la granja
solamente los hay en una dirección, para ascender a las aldeas cercanas. Al
contrario que en Francia, por ejemplo, aquí la gente con la que te cruzas es de
poco darse los buenos días. Te responden si les diriges un saludo, pero en
muchos casos ni te miran. En general, como podemos comprobar en nuestros
recorridos, no rebosan simpatía. No es que resulten antipáticos los eslovenos,
pero sí más bien secos y poco expresivos.
Hoy nos encaminamos hacia la costa adriática, a los 40
kilómetros que tiene Eslovenia debajo de Trieste, entre Italia y Croacia.
Primero nos dirigimos hacia Koper, a unos 80 kilómetros de nuestro pueblecito.
Dejamos el coche en el aparcamiento del mercado, donde la primera hora no te
cobran y a partir de ahí cuesta un euro cada 60 minutos.
Nos adentramos en la calle principal, donde hay alguna de
las tiendas de zapatos que otorgan cierta fama a la localidad, hacia la plaza
central, donde se ubica la torre defensiva y campanario, a la que
posteriormente se añadió la iglesia, la logia, que ahora deslumbra como lujosa
cafetería, o la escalinata centenaria que permite atisbar una mejor vista de la
citada plaza. Nos sentamos en una curiosa terraza ubicada en una de sus
esquinas, en la que relata la historia del músico Tartini.