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martes, 20 de agosto de 2024

Por el Camino del Salvador (etapa IV)

Adelanto de un capítulo intercalado en la próxima crónica viajera que publicaré íntegra a partir del 26 agosto.


La cuarta etapa hasta La Pola de Lena parecía más sencilla después de la dureza de las anteriores, pero ha sido, tal como anunciaba la guía Gronze, de cabecera en el Camino de Santiago, un “rompepiernas”, de esas que parecen querer quebrar tu espíritu, aunque no lo consigan finalmente. De las que te ponen a prueba física y mentalmente.


Pasamos, casi como cada día, por sendas tan estrechas, que apenas cabe el pie y ves riesgo elevado de desprenderte. El bastón que he llevado este año me ha ayudado mucho para evitarlo. Y para darme empujoncitos en las empinadas subidas.

Hasta el kilómetro 16 no había tiendas ni bares. Toca comer el pan relleno de chorizo comprado en la panadería ambulante de Pajares. Atravesamos un tramo que te hace sentir inmerso en plena selva amazónica (lo escribo con el conocimiento de haberme sumergido en ella), dada la exuberancia de vegetación que casi no deja pasar la luz.

En general, las vistas que nos acompañan resultan preciosas. Llega un momento en que gran parte del disperso grupo que configuramos los alrededor de 25 peregrinos que estamos haciendo el Camino del Salvador en el mismo intervalo cronológico confluye. Esa unión se produce en subidas en las que parece que escuchar el aliento del compañero te transmite energía.

Salimos a las siete de la mañana en manga corta y a la hora ya estábamos empapados de sudor. El bochorno que nos acompaña toda la etapa dificulta más si cabe subidas y bajadas.

Disfrutamos de una pequeña tregua en Campomanes, a 16 kilómetros largos ya de Pajares. Entramos en una iglesia prerrománica en cuya escalera de acceso al piso superior estoy a punto de caer al desequilibrarme el peso de la mochila que me había medio desabrochado.

Nuestro destino de hoy ya es una localidad de unos 10.000 habitantes, a la vera del río Lena. Iniciamos la etapa en el fluvial Pajares y la concluiremos en otra población con río.

De cara a mañana, amenaza lluvia. Hago mis anotaciones de la etapa aposentado ya en un banco de La Pola, mientras siento (y agradezco) cómo la brisa masajea levemente mis piernas. Hemos comido un cachopo grande, a compartir. Después de tres días sin tener la oportunidad de hacerlo, hemos podido elegir qué ingerir. En este caso, no sé si ha resultado una ventaja o un inconveniente.

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