Aterrizamos en Edimburgo a las once de la noche (hora local) del 31 de diciembre. Bajar por las estrechas escaleras que habían adherido al avión de Ryanair para descender hasta la pista del aeropuerto bajo un aire polar no constituía la mejor bienvenida. En cambio, la simpatía de los agentes del control de pasaportes mejoró la entrada en Escocia.
Después, logramos localizar el autobús de
la línea 100, el que traslada hasta la ciudad, cuando acababa de parar y
mientras caían unos diminutos copos de nieve.
Eran ya las 23,30. Difícil tomar las uvas
en el hotel. En ese autobús todos éramos españoles. Cada grupo viajaba por su
lado; aunque a todos nos unió escuchar las 12 campanadas del cambio de año en
Canarias (al fin y al cabo, coincide con el huso horario en Escocia) mientras
ingeríamos la correspondiente decena de uvas (he de reconocer que una se me
cayó al suelo con el movimiento del autobús). Después, todos, conocidos y
desconocidos, nos deseamos feliz año.