Artículo publicado en El Periódico de Aquí de Valencia en el número de diciembre.
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Desde allí subimos a otro coche de Uber que nos lleva hasta
la zona conocida como la Perla, el puerto de alto nivel de Doha. Nos deja entre
un concesionario de Rolls Royce y otro de Ferrari. Comenzamos a pasear por la
periferia del embarcadero, entre todo tipo de locales de lujo. Nos paramos en
una cafetería porque me apetece tomar un té árabe, objetivo que no cumpliré hoy
ya que, al igual que en el restaurante anterior, solamente nos ofrecen los
típicos de consumo británico.
Nos sentamos y únicamente pedimos dos de los cuatro. El camarero nos dice que para permanecer en el lugar entre todos hemos de consumir un mínimo de cien riales (el equivalente a 25 euros). De lo contrario, tendremos que marcharnos, algo que terminamos haciendo.
Seguimos paseando hasta pedir un nuevo coche para
desplazarnos. Tarda bastante en llegar debido al tráfico y, después, nos
costará una hora, también por el mismo motivo, alcanzar nuestra base, en el
lado contrario de esta megalópoli de dos millones de habitantes.
Amanece en Doha poco después de las cinco, aunque apuramos casi hasta las diez para levantarnos. Es viernes y, por tanto, festivo en países musulmanes. Después de tomarnos con tranquilidad la mañana, nos desplazamos, también con Uber, a la corniche, denominación que recibe el paseo marítimo. No está tan abarrotado como el zoco ayer, aunque hay aficionados de diversos países tomando fotos de la panorámica de rascacielos de fondo y, en primer plano, de carteles alusivos al mundial.
Nos comemos un swarma (como llaman por estos países a lo que
en España conocemos más como kebap) en un espacio de mesas sobre uno de los
escasos parques con la citada y preciosa panorámica de fondo y andamos hasta la
estatua de la perla, que evoca el pasado de buscadores de perlas de los
qataríes hasta descubrieron que su mayor riqueza no estaba en el mar, sino bajo
tierra.
Nos trasladamos hasta una de las principales fan zone o
espacio para aficionados, donde te piden la famosa y mundialista tarjeta Hayya,
que es la que permite entrar en todos los recintos y en el propio país. Dentro
hay numerosos juegos relacionados con fútbol, de meter la pelota por lugares
inverosímiles o de afinar tu regate, además de, claro está, pantallas gigantes.
Aterrizamos en Doha, la capital y metrópoli de Qatar, a las 5,15 de la mañana, con 22 grados. Antes hemos hecho dos vuelos con Turkish Airlines Valencia-Estambul y Estambul-Doha, con una corta escala entre ambos, de esas que te hace dudar de si cogerás el siguiente avión, sobre todo cuando el primero ha salido con una hora de retraso. Cada vez me gustan menos los retrasos y la atención muy mejorable al cliente de la compañía turca.
En el aeropuerto internacional de Doha todo fluye con
rapidez, tanto recogida de maletas como revisión de pasaporte. Siempre hay
algún operario que te indica hacia dónde ir sin que te haga falta ni
preguntarlo. Lo mismo sucede con la cola para recurrir al taxi, muy bien
organizada y dirigida.
En unos 25 minutos, y por alrededor de 16 euros, nos
plantamos en el alojamiento con la familia Roda, que nos cuida de maravilla.
Cansados de la noche en vela, reposamos un largo rato, con el día ya más que
amanecido.
Segunda participación el programa Cadena de Valor, de À punt radio, en este caso para hablar de turismo y de turismo inteligente.
Puedes escuchar el programa completo pinchando este enlace
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Primera participación en un nuevo programa, Cadena de Valor, que se emite en À punt, la radiotelevisión y web autonómica.
En este caso hablamos sobre Valencia, Capital Verde Europea. Creo que es un hito para Valencia que ahora se desconoce y apenas se valora y que cuando se celebre, en 2024, supondrá un impulso más si cabe para la ciudad.
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Esta mañana, en el paseo, descubro qué es la palmera pipa, porque me topo con las dos con el tronco más largo del palmeral. Se trata de un árbol inclinado hasta casi el punto de caerse si no tuviera un soporte, que en ambos casos es el tronco recortado de otra palmera. Transito entre caminos del palmeral que salen y entran del casco urbano.
Hoy, después del
desayuno, nos encaminamos a la etapa previa a nuestro destino de hoy: Santa
Pola. Nos cuesta aparcar, pero en cuanto lo hacemos y nos dirigimos al puerto
nos empiezan a gritar desde una de las casetas de venta de pasajes para los
catamaranes que se desplazan hasta Tabarca. ¡Va a salir ya! ¡Va a salir ya! nos
insisten.
Compramos los
billetes, a diez euros ida y vuelta, y subimos al barco que, cierto es, zarpa
de inmediata. Son poco más de las 11,30 horas y, tras un recorrido tranquilo,
nos plantamos en unos 25 minutos en la también conocida como Isla Plana, a poco
más de cuatro kilómetros del extremo de Santa Pola.
Desayunamos con ciertas dificultades, ya que no quedan mesas libres en el comedor, e iniciamos el paseo por la ciudad. En mi caso, el segundo del día. La primera visita tiene como destino la oficina de turismo, que, a estas horas, las 11,30, ya está abierta. Nos explican que por ser domingo los museos municipales tienen entrada libre y gratuita, aunque cierran a las 14 horas, excepto el yacimiento de l´Alcúdia, que lo hace a las 15 horas.
Nos ponemos a la
tarea. Primero recorremos el Museo Arqueológico, aunque ponemos más interés en
contemplar el palacio que lo acoge, el de Altamira, haciendo el camino de la
guardia por sus murallas y jugando una partida con un ajedrez gigante que se
halla en su patio de armas. Desde ahí nos dirigimos a los baños árabes y, poco
antes, a la torre de la Calahorra, con bastantes visitantes ambos, lo que
genera que recorrer espacios tan reducidos resulte algo más complicado. En
cualquier caso, como no nos sobra el tiempo, nuestro tránsito lo hacemos algo
acelerado.
Retornamos al hotel
para coger el coche (estamos a kilómetro y medio a pie más o menos de la
basílica) y dirigirnos al yacimiento de l´Alcúdia. Cuando llegamos, a las
13,40, la vigilante de seguridad nos insiste en que las 14,30 cierran (teóricamente
debería de ser a las 15 horas, según el horario oficial) y que se tarda dos
horas en recorrerlo, con gesto claro de aconsejarnos implícitamente que no nos
vale la pena.
Le insistimos en que
queremos ver el lugar donde encontraron la Dama de Elche. Nos da un plano y le
otorgamos prioridad absoluta a ese punto. Se trata de una visión simbólica, por
supuesto. En ese lugar ahora emerge una bonita réplica (la original está
alejada de su origen, en Madrid) elevada en una estructura construida para
realzarla.
Ponemos rumbo a Elche aunque con parada previa en Xàtiva. El objetivo no consiste en otear la panorámica desde las murallas de su emblemático castillo o pasear por su monumental casco urbano, sino en deambular entre los puestos de su Fira Borja y disfrutar de su arroz al horno clásico. Se trata de una escala en el camino, no de un final de etapa.
La feria, en la práctica, es la clásica recreación de casetas de
artesanía ambientadas en la época medieval. En este caso, con venta sobre todo
de baratijas y abalorios, y menos de comida, aunque le echamos el ojo a unas
pipas garrapiñadas.
Una vez en Xátiva, no podía faltar un tránsito rápido por su céntrica
Plaza del Mercado, reconvertida en una extensa terraza compartida por los
restaurantes que la pueblan. Hace un día soleado, espléndido para disfrutar de
un rato en uno de estos locales.
El arroz al horno lo degustaremos más abajo, junto al bloque del Gran
Teatro, en Moncho, un quiosco de comida que se expande por la acera del paseo.
El arroz no está pesado (un riesgo que corre de exponerlo a un exceso de
costillas, morcilla o tocino) y sí sabroso. Al principio parece seco, pero
conforme lo vas devorando ratificas que está en su punto.
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Artículo publicado en el número de septiembre de El Periódico de Aquí en Valencia.
Artículo publicado en el número de septiembre de 2020 de la edición de Valencia de El Periódico de Aquí.
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Cuarto día de camino. Hoy nos esperan menos kilómetros (18), aunque más intensos, ya que afrontamos la subida al alto de Labruja, pedregoso y con pendientes pronunciadas, con una subida de 315 metros de altura en alrededor de cuatro kilómetros. El calor resulta intenso desde que salimos, a las ocho de la mañana, tarde comparado con otros días, ya que necesitaremos menos horas para nuestro recorrido. El paisaje mejora con las etapas. Pasamos de nuevo por aldeas, aunque en este caso abundan los espacios boscosos, con sombras bajo las que guarecerse.
Paramos en Codeçal, en el único bar prácticamente que habrá antes de
Rubiaes, y almorzamos lo que cada día porque no hay más opción: un pequeño
bocadillo redondo de jamón york y queso. Nos atiende una curtida lugareña que
entre servicio y servicio se ocupa del cultivo de los terrenos colindantes.
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De nuevo una etapa en la que apenas hay
bares en el camino en los que aprovisionarse y con un recorrido que alterna
aldeas, tramos de carretera nacional y espacios boscosos, casi siempre sobre
adoquines. La novedad la constituyen los viñedos. Nos hallamos en el epicentro
de la zona productora del vino verde típico de Portugal, ligeramente espumoso.
Nos cruzamos con más peregrinos que en
etapas anteriores. Esto significa alrededor de una decena en los diferentes
tramos, no más.
A las siete de la mañana iniciamos la segunda etapa. La de hoy está previsto que sea más ligera que la de ayer, ya que consta de unos 20,5 kilómetros por terreno llano. Nos emplea unas cinco horas recorrerla. Al igual que el día anterior, no encontramos fuentes por el camino y hay pocos lugares de aprovisionamiento. También nos enfrentamos, en algunos tramos, a la falta de señalización, que se llega a prolongar alrededor de un kilómetro entre Sao Miguel y Sao Pedro de Rates y nos obliga a preguntar a un par de lugareños. Por esta zona nadie habla ni inglés ni castellano. Tú les preguntas despacio en tu lengua y tus interlocutores contestan al mismo ritmo en la suya. Con buena predisposición nos entendemos.
Paramos en un bar a almorzar sobre el kilómetro 10,5 ubicado antes de llegar a la aldea de Pedro Furadas. Se trata de un local muy familiar, donde nos atiende el hijo y nos cocina la madre lo más parecido que encontramos a un bocadillo a la plancha. Tal como nos está pasando en casi todos los sitios en los que hacemos alguna compra, hemos de pagar en efectivo, ya que no admiten tarjetas. Esto nos está empezando a generar un problema de liquidez, porque tampoco vemos cajeros en el trazado. En Oporto había bastantes, pero fuera de la urbe no observamos y tampoco podemos pagar con tarjeta.
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Comenzamos el recorrido de hoy, que se alargará unos 36 kilómetros, en la céntrica calle peatonal Cedofeita. En las guías dicen que el Camino está bien señalizado. La realidad, principalmente al inicio, nos demuestra lo contrario. Y, sobre todo, en la oscuridad. Existe una manifiesta escasez de indicaciones, tanto de conchas azules o en el suelo como de flechas amarillas.
En algún sitio, como cuando llegas a la capilla de Ramada Alta, si no te
guías por la especializada web Gronze resulta casi imposible saber que hay que
voltear el templo y continuar por una calle posterior.
Los primeros nueve kilómetros, hasta Araújo, transcurren entre búsqueda de
flechas y trasiego por espacios periféricos y aledaños de Oporto. Casi siempre
por calles adoquinadas, en las que la pisada no es homogénea, lo que empeora
lesiones como la de mi rodilla derecha. Es lo que hay. Cuando un peregrino se
lanza a recorrer el Camino nunca sabe lo que le espera y ha de afrontarlo con
espíritu alegre y resignado a la par. O eso pienso.
Después de tres años recorriendo etapas del Camino de Santiago Francés, el clásico, el que enlaza Roncesvalles con la celebérrima ciudad compostelana, decidí que me motivaba más conocer otra ruta diferente, con distintas características.
Tuve dudas entre afrontar un tramo del Camino del Norte o inclinarme por el
Camino Portugués, que me venía atrayendo desde hace más tiempo. Así que mi
opción fue este último. Y mi objetivo, recorrer el trazado central (no el de la
costa) entre Oporto y la frontera con Galicia, hasta Valença do Minho.
De este modo, aterrizo en la urbe del Duero y del estadio Do Dragao en un vuelo de Air Europa. La amabilidad de los vigilantes de seguridad del metro nos facilita el acceso a billetes a la mayoría a quienes vamos a coger un transporte sobre el que no vemos paneles informativos ni mapas en la estación. La estación del aeropuerto de Oporto es en superficie, como la mayoría de aquellas por las que pasaremos hasta Trindade, en el centro urbano y a un kilómetro de distancia de nuestro albergue, el Wine Hostel.
Sobre las calles adoquinadas que caracterizan Oporto y los municipios
periféricos, como pronto comprobaremos, van subiendo y bajando cuestas las
maletas hasta llegar al alojamiento. No es un albergue de peregrinos al uso;
más bien se trata del clásico youth hostel donde los horarios de descanso no
coinciden con los de reposo habitual de usuarios del Camino de Santiago, que
sobre 22,30-23,00 horas ya apagan luces para madrugar al día siguiente. Aquí el
trasiego nocturno no nos dejará apenas pegar ojo.