Hoy decidimos desplazarnos hasta la cercana ciudad italiana
de Trieste, Trest en esloveno, situada a poco más de una hora de nuestra granja
y punto de tránsito habitual entre ambos países e incluso a otros situados a
mayor distancia, como España, ya que existen numerosos vuelos desde esta urbe
de Italia a diferentes poblaciones españolas.
¡Cómo se nota el cambio de país! En cuanto nos adentramos en
el interior de Trieste empiezan las motos a zigzaguearnos, a la mínima
escuchamos el sonido del claxon de otros vehículos atosigando, los peatones que
se cruzan… Nos cuesta una media hora encontrar aparcamiento en un parking
subterráneo, a 1,80 euros la hora.
El primer lugar al que acudimos es a la piazza de l´Unità,
uno de los grandes emblemas de la ciudad y donde, además, se sitúa la oficina
de turismo. Desde ahí caminamos hasta el teatro romano, radicado a unos 300
metros. Pueden contemplarse casi todos sus detalles desde la misma acera.
Si sigues por esta
última, a unos 20 metros existe un parking público en cuyo interior, después de
un largo pasaje, hay un ascensor que te eleva hasta el antiguo foro romano,
donde se hallan el castillo de San Giusto y la catedral del mismo nombre. El
interior de esta última llama poderosamente la atención por la mezcla de
estilos, representado, sobre todo, por columnas romanas ejerciendo de sostén
del templo. El castillo también tiene una mezcolanza estilística, ya que fue
construido entre el siglo XV y el XVII.
Bajamos en dirección hacia el puerto y paramos a comer en un
restaurante sin pena de gloria donde nos cobran cuatro euros por persona por
cubiertos y pan, una costumbre italiana -la de cobrarte por ponerte servilleta,
tenedor, cuchillo y pan en la mesa- que dolorosamente encarece la cuenta.
Entramos en la iglesia ortodoxa, con su bandera griega, en
primera línea de costa, vemos el gran canal, contemplamos el arco (con un
edificio pegado) del siglo I, transitamos varias veces por la piazza de
l´Unità, ya que las principales calles desembocan en ella y, después de tomar
un helado en un abarrotado local, pagamos el parking (no nos han dado tíquet,
sino que se han quedado las llaves del coche directamente) y emprendemos el
camino de regreso con ganas de volver a los paisajes naturales eslovenos.