La remodelación del Consell acometida por el presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, supone todo un paso hacia delante y una demostración, por fin, de autoridad. De manera rotunda se ha desprendido, año y medio después, del legado heredado de Francisco Camps. Ni consellers de perfil más técnico como Luis Rosado (Sanidad) o Jorge Cabré (Justicia) se han salvado. La antelación con la que se marchó José Manuel Vela, otro cargo público que responde a ese mismo arquetipo, quizás haya contribuido a acelerar una medida que Fabra parecía desear en silencio desde hace tiempo pero que no acababa de ejecutar.
El hecho de reducir el número de consellers resulta más testimonial que práctico. No importa que en lugar de diez haya ocho si después cada Conselleria tiene que desmenuzarse en un largo listado de direcciones generales para poder abarcar tanta delegación. Lo que ahorra o rebaja en el primer escalafón queda ampliado con creces en el resto.
La principal lectura consiste en que se trata de un consell que ha decidido su presidente, Alberto Fabra. Que del legado de Camps –y bastante distanciados de este- quedan José Císcar y Serafín Castellano, plenamente identificados con el actual presidente autonómico; e Isabel Bonig, que cubre esa cuota castellonense que sirve tanto para unos como para otros.
A punto de adentrarnos en 2013, el equipo directivo regional recién nombrado ha de ser el que guíe el destino político de la Comunidad Valenciana hasta las elecciones de 2015. Por lo menos así debe de haberlo previsto Fabra. Luego, el destino y la crisis económica y social decidirán si alguno de sus componentes se queda por el camino. Por encima de sus nombres, la principal lectura consiste en que los ha decidido el actual presidente de la Generalitat. Esperemos, por el bien de los valencianos, que haya acertado.
Columna publicada en diariocriticocv.com
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