20 minutos 12-12-2012. Pág. 2 |
La inminencia de la Navidad convierte
nuestras ciudades en un abigarrado batiburrillo de sensaciones. Los anuncios
comerciales y los preparativos de ágapes familiares y de empresa contrastan con
los contenedores de basura expoliados y con los mendicantes que pueblan las
calles.
Todo ello sazonado con los sobresaltos que cada viernes, con
puntualidad helvética, nos dan o el gobierno central o el autonómico –o ambos,
que en ocasiones coinciden para desgracia de los ciudadanos- cuando nos
anticipan recortes o subidas de impuestos.
El comediante norteamericano Larry Wilde,
con la sagacidad que le ha granjeado fama, sentenciaba que “Navidad es la época
del año en que se nos acaba el dinero antes que los amigos”. En 2012 quizás
tenga más sentido la primera parte del axioma. Máxime con la supresión de la
paga extra a los empleados públicos y a muchos privados. En todo caso, nos
quedan los citados amigos y familiares con los que reencontrarnos y, pese a
crisis y políticos, disfrutar un ápice de ese misterioso espíritu navideño.
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