Desmoralización, incredulidad y una
crítica creciente. De las conversaciones con numerosos militantes de calle, de
concejales e incluso de diputados de Partido Popular y Partido Socialista
extraes ese substrato. En la Comunidad Valenciana no dudan, tanto unos como
otros, en reprobar en incontables foros a los máximos responsables de su
formación, tanto a nivel autonómico como, sobre todo, nacional. Ya no se
callan.
Por su parte, los socialistas andan
decaídos por la falta de empuje y de recambios en su ejecutiva nacional –la
valenciana-, porque siempre ven a los mismos, desde hace décadas, en una lucha
particular por mantener sus cargos. Sus palabras de regeneración y cambio
quedan para los demás. No van con ellos. De la misma forma no logran captar la
estrategia de oposición de su secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba, y
cada día se escandalizan más ante el flagrante escándalo de los EREs de
Andalucía.
Y esos sentimientos duelen especialmente
a populares y socialistas valencianos de más o menos base porque, al final,
ellos han de dar la cara por su partido ante familiares y vecinos que les piden
que argumenten unas y otras medidas. Y ya no lo hacen. Ya no las justifican. Se
limitan, con tristeza, a manifestar su desacuerdo y a intentar, sin demasiado
convencimiento, transmitir confianza en un futuro diferente.
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