Pocas visiones impresionan más que la de la mítica ciudad
inca de Machu Picchu. Y si se hace tras
concluir el denominado Camino Inca, con sus dosis de aventura, incerteza y
esfuerzo, más todavía. Incluso si se sube desde la cercana ciudad de Aguas
Calientes, carcomida ya por el desgaste del turismo masivo, en un autobús cuyas
características hacen temer que le resulte insuperable cada curva en ascenso.
El Camino Inca, cuando lo realicé, partía de Cuzco, con base en alguna de las agencias locales que montaban una expedición compuesta por extranjeros variopintos y mochileros que querían agrandar, con un exigente recorrido previo, la experiencia de avistar la legendaria ciudad-santuario.





















