Pronto me daré cuenta de que el Camino del Salvador (o de San Salvador) resulta tan intenso y fascinante como desconocido. Antes, llegada a León en tren de alta velocidad desde Valencia tras cinco horas cortas de tertulia, lectura y observación.
En la histórica ciudad, visita al museo romano que, para nuestra suerte, coincidió con el inicio de un recorrido guiado gratuito tanto por las propias instalaciones como por el exterior para desembocar en los restos subterráneos del antiguo anfiteatro.
Desde allí nos dirigimos al local de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago, en la calle Independencia, donde un socarrón voluntario veterano nos suministra una información bastante sui generis y nos entrega, por dos euros, el pasaporte de peregrino de Camino del Salvador, uno específico diferente al del resto de caminos de Santiago.
Después nos trasladamos a la iglesia de San Isidoro, donde
custodian los restos del santo del mismo nombre, para entonar la canción del
peregrino y recibir la bendición, junto a otros ocho compañeros de camino.
Intentamos entrar en la catedral pero, aunque todavía faltaban 20 minutos para el
cierre oficial, ya no nos lo permiten.