La contratación -y la posterior anulación- de un curso de liderazgo por parte del presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, ha levantado una polvareda de críticas y desconfianza. Sí, gastar 20.000 euros del erario público en ayudar a encumbrar a una persona, por muy máximo responsable autonómico que sea, chirría en estos tiempos de recortes y supresión de ayudas. Cuando no llega el dinero para subvencionar centros de atención a personas con discapacidad suena a burla que sí que exista para menesteres considerados menos prioritarios.
Topan, eso sí, con la incomprensión y los prejuicios de algunos. El portavoz del Partido Popular en el Congreso, Alfonso Alonso, ya ha demostrado su estrechez de miras al denostarlos afirmando que no sirven –sin más argumento ni prueba empírica- y que le extraña que Fabra los contrate. Como si de una secta o de superchería se tratara. En todo caso, qué se puede esperar de un diputado que incumple la legislación fumando en lugares públicos con total ostentación.
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