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martes, 2 de abril de 2013

Predicar con el ejemplo

Los ciudadanos están dolidos, agarrotados y desmoralizados por los continuos recortes que aplican los gobernantes de turno. En este caso de quienes prometieron hasta la extenuación –en campaña electoral, por supuesto- que ni aumentarían impuestos ni reducirían servicios. Los hechos han devastado sus palabras.
No obstante, la animadversión ciudadana hacia los políticos y, por qué no decirlo a pesar de lo manido del término, la indignación, viene provocada por la falta de empatía. Me explico. El valenciano, tarraconense o calagurritano que trata de llegar a fin de mes y guarecerse de la tormenta económica que descarga sobre él percibe que el presidente del Gobierno, sus ministros y la mayor parte de los diputados viven en una burbuja. No saben qué ocurre en la calle ni se molestan en comprobarlo.
Como residente en Valencia echo en falta una imagen de la alcaldesa de la ciudad, Rita Barberá, saludando y entablando conversación con quienes esperan cada día en la puerta de la sede de Casa Caridad para entrar en su comedor social. Me gustaría, además, contemplar al presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, visitando y hablando con las personas que reciben tratamiento en centros para discapacitados a los que no llega la subvención presupuestada.
Tendría más sosiego si leyera una crónica que relatara cómo la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, dialogaba con los desempleados de una determinada oficina del SPEE que esperaban, pacientes, en su cola para tramitar alguna prestación. Mi paz interior se agrandaría si el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, paseara por el interior de algún hospital saturado por los recortes de recursos y personal. Y que lo hiciera, eso sí, acompañado de personal sanitario que le ilustrara sobre los perjuicios a los pacientes.
¿Por qué no salen a la calle y escuchan qué sucede? Sí, ya sé que resulta más cómodo encerrarse en su despacho, en su coche oficial o en su avión presidencial y rodearse de iguales. Es decir, de políticos o asesores no damnificados por la crisis. Pero esa actitud distante enerva al ciudadano. Le induce a ratificar que sus responsables públicos ni le escuchan ni le comprenden. Con ese caldo de cultivo no resulta extraño que proliferen nuevas fórmulas como el denominado escrache, término que define las manifestaciones o concentraciones convocadas ante el domicilio o lugar de trabajo de personajes públicos.
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