Calpe despunta por sus playas a poniente y levante, por su paseo marítimo, por ser una población costera o por contar con el imponente parque natural del peñón de Ifach. A todo ello suma, menos conocido, un casco urbano que conserva las esencias del clásico pueblo valenciano, con sus calles estrechas y algunas peatonales, llenas de recovecos, adornadas de fiesta en algunos casos aunque no estén celebrándola.
Entre esas callejuelas se halla la denominada Justicia, y en
uno de sus laterales, difuminado por las casonas, aparece el hostal residencial
Terra de Mar. Contrasta con los enormes edificios hoteleros de Calpe; más bien
constituye la antítesis. Apenas cuenta con una decena de habitaciones, cada una
con sus detalles personalizados, con sus toallas dobladas con firma propia, o
con flores en sus rollos de papel higiénico, por explicar hasta donde llega ese
detallismo.
En las paredes de la escalera puedes leer frases
inspiradoras que exaltan el amor o promueven la paz interior. Hasta que subes a
la cima, a su ático, presidido por un buda del que mana una fuente. Es el
espacio de la relajación, la calma, el té, la música masajeante, los desayunos
en los que las servilletas tienen forma de flor, los platos se riegan de sal
desde una especie de varita mágica o la leche se sirve en taza con forma de
vaca.
Todo en un ambiente de sosiego, desde un mirador que abarca gran parte del casco antiguo, repleto de velas por la noche, con la compañía, a escasos metros, del campanario iluminado. En este hostal preguntan al cliente el motivo del viaje y tratan de hacerlo lo más agradable y personalizado posible sobre esa referencia. Por ejemplo, si vas para celebrar un aniversario de boda puedes encontrarte con una botella de vino y dos copas sobre una cama repleta de globos y con dos toallas metamorfoseadas de cisne.