Esta semana he empezado a divulgar mis #CurioseandoValencia en formato televisivo.
Se trata de un espacio que se emitirá con cierta periodicidad en 7Televalencia.
En el primer programa he hablado sobre Tres Forques.
Esta semana he empezado a divulgar mis #CurioseandoValencia en formato televisivo.
Se trata de un espacio que se emitirá con cierta periodicidad en 7Televalencia.
En el primer programa he hablado sobre Tres Forques.
Sobre la ruta guiada por el cementerio del Cabanyal, en Valencia, he escrito dos artículos en sendos medios. Son parecidos, aunque no iguales.
Visita al cementerio del Cabanyal: entre tumbas de artistas, víctimas de tragedias y personajes de la Valencia marinera (soloqueremosviajar.com)
Ruta por el comenterio del Cabanyal: artistas, muertes escabrosas y libros (EsdiarioCV)
Algunos de mis últimos artículos en EsdiarioCV:
La infrarrepresentación valenciana en la cúpula del PSPV y el control de Puig
La llamada del cura televisivo contra la supresión de las misas en À punt
Ruta por el cementerio del Cabanyal: artistas, muertes escabrosas y política
Puig y Morant: el protagonismo valenciano ante las decisiones clave en el congreso del PSOE
El congreso del PSOE que todo lo abarca y las incógnitas valencianas
9 d´Octubre: la procesión de la nueva normalidad que no fue tan mejorada
Calpe despunta por sus playas a poniente y levante, por su paseo marítimo, por ser una población costera o por contar con el imponente parque natural del peñón de Ifach. A todo ello suma, menos conocido, un casco urbano que conserva las esencias del clásico pueblo valenciano, con sus calles estrechas y algunas peatonales, llenas de recovecos, adornadas de fiesta en algunos casos aunque no estén celebrándola.
Entre esas callejuelas se halla la denominada Justicia, y en
uno de sus laterales, difuminado por las casonas, aparece el hostal residencial
Terra de Mar. Contrasta con los enormes edificios hoteleros de Calpe; más bien
constituye la antítesis. Apenas cuenta con una decena de habitaciones, cada una
con sus detalles personalizados, con sus toallas dobladas con firma propia, o
con flores en sus rollos de papel higiénico, por explicar hasta donde llega ese
detallismo.
En las paredes de la escalera puedes leer frases
inspiradoras que exaltan el amor o promueven la paz interior. Hasta que subes a
la cima, a su ático, presidido por un buda del que mana una fuente. Es el
espacio de la relajación, la calma, el té, la música masajeante, los desayunos
en los que las servilletas tienen forma de flor, los platos se riegan de sal
desde una especie de varita mágica o la leche se sirve en taza con forma de
vaca.
Todo en un ambiente de sosiego, desde un mirador que abarca gran parte del casco antiguo, repleto de velas por la noche, con la compañía, a escasos metros, del campanario iluminado. En este hostal preguntan al cliente el motivo del viaje y tratan de hacerlo lo más agradable y personalizado posible sobre esa referencia. Por ejemplo, si vas para celebrar un aniversario de boda puedes encontrarte con una botella de vino y dos copas sobre una cama repleta de globos y con dos toallas metamorfoseadas de cisne.
Mis últimas (y breves) intervenciones radiofónicas:
En el programa La Tarde con Marina, de Plaza Radio, el viernes 1 de octubre
En el programa Inter café, de Intereconomía, del 1 de octubre
Algunos de mis últimos artículos en EsdiarioCV:
Encuesta EsdiarioCV: PP y PSOE se juegan la alcaldía de Castellón
9 d´Octubre: la procesión de la nueva normalidad que no fue tan mejorada
Encuesta EsdiarioCV: Compromís aguanta Valencia cada vez con menos votos
Encuesta EsdiarioCV: Puig, Mazón y Vega suben en valoración aunque hay suspenso general
La hemorragia de Compromís que puede provocar la caída del Botànic
Encuesta EsdiarioCV: la bajada de Compromís da la Generalitat al PP si le apoya Vox
Cerveza con regusto a chocolate que se toma para acompañar a quesos, albóndigas o brownie.
Cuento ese maridaje en este artículo publicado en www.soloqueremosviajar.com
Primera participación en la tertulia del programa La Tarde con Marina, en los nuevos estudios de La99 Plaza Radio, en pleno centro de Valencia.
Debatimos sobre la tasa turística que quiere implantar parte del Consell y respecto al valenciano en las aulas.
Puedes escuchar la tertulia, que tuvo lugar el viernes 24 de septiembre, pinchando este enlace
Algunos de mis últimos artículos en EsdiarioCV:
Lo que se nos viene encima: de los ´ximoanuncios´ a la visita de Ayuso superstar
El efecto mariposa ante los congresos que moldearán el socialismo valenciano
Ciudadanos: de la reprobación de Ruth Merino a la arenga de Edmundo Bal
Tres partidos sellan una coalición electoral para presentarse en Valencia
Mi #CurioseandoValencia en el número de septiembre de El Periódico de Aquí en Valencia
Algunos de mis últimos artículos en EsdiarioCV:
Ciudadanos intenta recuperar el pulso: acto en la Albufera, formación y refuerzos
El nuevo partido valencianista elige la RACV para su primera visita social
Todo depende de Pedro: la incógnita valenciana en el congreso federal del PSOE
En qué afecta el rifirrafe del PP madrileño al PP valenciano
Algunos de mis últimos artículos en EsdiarioCV:
La vicepresidenta que deja claro a Puig lo mucho que le queda por reivindicar
¿Para qué ha venido realmente Pere Aragonès a reunirse con Puig a Valencia?
El lío de Podem que lleva camino de convertirlo en caballo de Troya del Consell
Y podcast del programa de este viernes 10 de septiembre de Inter Café, en Intereconomía.
Intervengo a partir de la media hora de programa, más o menos, analizando actualidad política.
Hay ciudades que te sorprenden, otras que te encandilan, algunas que te decepcionan y unas cuartas que responden a la imagen que te habías trazado de ellas. Marsella se encuentra en esta última clasificación, salvando alguna excepción como el barrio de Le Panier.
Gris, portuaria, sórdida en algunas calles, con un constante olor a orín, caótica en la conducción, cara… Sí, la impresión no ha resultado muy positiva. Cuesta aparcar y cuando lo haces en algún parking céntrico, como el de La Bourse -un centro comercial construido sobre unos vestigios romanos- te enfrentas a un abono que supera los tres euros la hora. Los platos en la mayoría de los restaurantes no bajan de los 14 euros -si pides el del día-, y recorrer en vehículo algunos tramos de la misma urbe requiere el pago de peaje.
El paseo comienza en el concurrido mercado ambulante de
frutas y verduras de la calle de Le Musée, junto a su parada de metro. Es un
batiburrillo de gritos llamando a la compra, personajes que se entrecruzan y el
olor a orín que acompaña constantemente. A esa sensación le sumas la de sentir
más de una vez que tu cartera corre peligro de desaparición. En el centro no
nos cruzaremos con un solo agente de policía.
Despertamos en la hacienda francesa, cuyo alojamiento principal consiste en una especie de mansión en decadencia con un jardín que más bien asemeja un bosque por su tamaño. En ella alquilan habitaciones, a las que se accede por una intrincada escalera de caracol. Nos espera el clásico desayuno francés de cruasán, pain au chocolat y mermeladas variadas más mantequilla con una barra de pan.
Estamos en la periferia de Marsella, en le Chemin du Four du
Buze. El entorno no resulta demasiado agradable para realizar un paseo matutino
de exploración. Nos hallamos en una urbanización apartada, enclavada en una
barriada bastante despoblada.
Nuestro primer objetivo del día es Cassis, una localidad
exaltada por su vino y reconvertida de puerto pesquero en emporio turístico.
Las calles rebosan de visitantes y los restaurantes están atestados. Aparcar
incluso en los parkings públicos resulta difícil, pues los más céntricos se
llenan en seguida y unos cuantos coches esperan, con la barrera bajada, a que
quede una plaza libre.
Hoy el día se divide en tres etapas de recorridos programados. La primera tiene como destino uno de los parques naturales más antiguos de Eslovenia: el de Rakov Skocjan, cerca de Postojna. Cuenta con varias rutas no excesivamente señalizadas para pasearlas. Escogemos la más corta y circular, que nos llevará algo más de una hora, por subidas y bajadas, con panorámica de dos ´puentes´ naturales formados por rocas: el grande y el pequeño, una cueva, una laguna... Pasa por el hotel.
Desde allí nos vamos a comer a un restaurante situado justo
frente al castillo de Predjama, el que está incrustado en una montaña. En
Eslovenia, por el momento, no hemos encontrado platos autóctonos de relevancia,
más allá de variedades de gulash, el clásico filete empanado austríaco que se
extiende por su vecino del sur, o derivados culinarios de las salchichas
alemanas. Sí que comemos el dulce de Postojna, una especie de hojaldrado
relleno de nata y flan. En cualquier caso, lo que prima del local son las
vistas.
Y por la tarde nos desplazamos a la Ljubljana vespertina. Cuando acudimos la pasada semana el calor derretía las calles, pero ahora, a partir de las siete de la tarde, la gente las abarrota, no quedan mesas libres en las cafeterías y restaurantes que bordean el río del mismo nombre de la ciudad, o el entorno del mercado, repleto de pequeños puestecitos saturados de personas que buscan cualquier sitio para disfrutar de su copa de vino y plato de calamares, el pescado más habitual que hemos encontrado en los restaurantes eslovenos. Ambientazo, vamos.
Algunos de mis primeros artículos de esta temporada en EsdiarioCV:
El apogeo de Puig: de las alabanzas a Sánchez a figura mediadora con Aragonés
Las Fallas convierten Valencia en ´sede´ del PP y Arrimadas llega con alcaldía
El nombramiento clave de Mazón que convierte la FVMP en la sala de máquinas del PP
Ximo Puig: la promesa incumplida que confirma su mando absoluto en el PSPV-PSOE
Hoy decidimos desplazarnos hasta la cercana ciudad italiana de Trieste, Trest en esloveno, situada a poco más de una hora de nuestra granja y punto de tránsito habitual entre ambos países e incluso a otros situados a mayor distancia, como España, ya que existen numerosos vuelos desde esta urbe de Italia a diferentes poblaciones españolas.
¡Cómo se nota el cambio de país! En cuanto nos adentramos en
el interior de Trieste empiezan las motos a zigzaguearnos, a la mínima
escuchamos el sonido del claxon de otros vehículos atosigando, los peatones que
se cruzan… Nos cuesta una media hora encontrar aparcamiento en un parking
subterráneo, a 1,80 euros la hora.
El primer lugar al que acudimos es a la piazza de l´Unità,
uno de los grandes emblemas de la ciudad y donde, además, se sitúa la oficina
de turismo. Desde ahí caminamos hasta el teatro romano, radicado a unos 300
metros. Pueden contemplarse casi todos sus detalles desde la misma acera.
Si sigues por esta
última, a unos 20 metros existe un parking público en cuyo interior, después de
un largo pasaje, hay un ascensor que te eleva hasta el antiguo foro romano,
donde se hallan el castillo de San Giusto y la catedral del mismo nombre. El
interior de esta última llama poderosamente la atención por la mezcla de
estilos, representado, sobre todo, por columnas romanas ejerciendo de sostén
del templo. El castillo también tiene una mezcolanza estilística, ya que fue
construido entre el siglo XV y el XVII.
Bajamos en dirección hacia el puerto y paramos a comer en un
restaurante sin pena de gloria donde nos cobran cuatro euros por persona por
cubiertos y pan, una costumbre italiana -la de cobrarte por ponerte servilleta,
tenedor, cuchillo y pan en la mesa- que dolorosamente encarece la cuenta.
Entramos en la iglesia ortodoxa, con su bandera griega, en primera línea de costa, vemos el gran canal, contemplamos el arco (con un edificio pegado) del siglo I, transitamos varias veces por la piazza de l´Unità, ya que las principales calles desembocan en ella y, después de tomar un helado en un abarrotado local, pagamos el parking (no nos han dado tíquet, sino que se han quedado las llaves del coche directamente) y emprendemos el camino de regreso con ganas de volver a los paisajes naturales eslovenos.
Pensar en verano en Fallas rompe con todas las ideas
preconcebidas y costumbres adquiridas sobre la fiesta. También supone reactivar
la vida en Valencia en plena calina estival y antes del comienzo del curso
escolar, que es el que en la práctica marca el calendario del inicio de las
rutinas y da carpetazo a la relajación veraniega.
En septiembre entraremos en otra dimensión más acelerada de
la vuelta de vacaciones. Salvo anulación de las fiestas, que todo resulta
posible ante el azote de la pandemia y la falta de un cronograma que marque
restricciones en función de la incidencia, la Valencia política también se
reactivará antes de lo habitual. Además, lo hará en una época de mandato
decisiva, cuando ya hemos entrado en la segunda parte, en los últimos dos años.
A partir septiembre de 2021, con las elecciones locales
señaladas para el último domingo (el día 28) de mayo de 2023, quienes forman
parte del equipo de gobierno ya empiezan a pensar que lo que tienen (en
sueldos, status, influencia…) pueden perderlo en poco más de año y medio, que
el final está más cerca. Y, por el contrario, los partidos que no gobiernan ven
con mayor proximidad la conclusión de su travesía por el desierto de la
oposición. Todos, en definitiva, saben que la cita con el electorado valenciano
se acerca y que deben agilizar su maquinaria para que vaya sembrando el poso de
su gestión. Las Fallas acelerarán la vuelta a la actividad y al frenesí
político en septiembre.
En esa misma línea se multiplicarán las conversaciones sobre
quién encabezará la candidatura de cada formación. De si el actual alcalde,
Joan Ribó, con 74 años en 2023, no se volverá a presentar (personalmente llevo
meses apostando a que sí lo hará. Le
insistirá Compromís por su tirón con una parte del electorado), de si la
vicealcaldesa primera, Sandra Gómez, encabezará de nuevo la candidatura del
PSPV, de si tal o cual persona puede ir al frente de Vox y de qué pasará con
Ciudadanos. El único rostro claro de cartel electoral, de momento, parece el de
la candidata del PP, María José Catalá.
También emergerán nuevos partidos, comenzará a dar síntomas
de rebrotar alguno antiguo que parecía defenestrado electoralmente y ciertos ciudadanos
de a pie mostrarán su intención de participar en la vida política de la ciudad
con nuevos proyectos que intentarán romper con el oligopolio político
establecido. En cualquier caso, todo esto será a partir de septiembre. Hasta
entonces, y en la medida de lo posible, relajémonos.
Artículo publicado en el número de julio de El Periódico de Aquí.
Puedes leer completa la edición impresa pinchando este enlace
Hoy, después del paseo matutino controlando ya caminos rurales sin tráfico, nos lanzamos a por dos pequeñas joyas urbanas eslovenas que no se hallan demasiado lejos de nuestra ubicación, en el centroeste, con ligera tendencia hacia el sur, del país.
Después de unos 70 minutos de conducción hacia al norte, a
unos 20 kilómetros pasados Ljubljana, nos adentramos en Skofja Loka. Dejamos el
coche en un amplio aparcamiento de acceso gratuito situado en lado contrario
del río de donde se ubica el casco histórico. A este no pueden entrar
vehículos. Un amable lugareño nos cede
su ticket de aparcamiento, al que le queda hora y media para consumir, en un
espacio en el que puede dejarse el vehículo 120 minutos. No existen barreras de
accesos y tampoco localizamos las máquinas expendedores de esos carteles de
estacionamiento.
El encanto reside en callejear, sobre todo alternando sus
puentes, y en subir hasta la cima, donde se ubica el castillo. En este se puede
acceder libremente a los extensos jardines, en los que mantienen, a modo de
museo etnográfico, una vivienda de madera del siglo XVII, un carruaje y algún
que otro apero de labranza.
¡Cuántas ganas de Fallas! Aunque resulten edulcoradas, de circunstancias, con restricciones, en una época inusual y envueltos en una situación compleja. Es lo que hay y lo que se puede hacer. Ante los avatares del destino, a los humanos no nos queda más solución que adaptarnos y buscar la parte positiva.
En este caso, la época del año para celebrarlas, septiembre,
me parece un acierto, aunque no haya sido escogida por gusto. Se desarrollarán
justo antes del inicio de curso, con lo que no provocan parón alguno en la
planificación lectiva. También, el hecho de que se festejen en ese mes todavía
estival permite que muchas personas que trabajan puedan pedir sus vacaciones
cuando sus empresas o administraciones -si son empleadas públicas- todavía no
han retomado su frenética actividad y siguen con el ralentí –más o menos
ligero, depende de cada cual- de agosto.
Del mismo modo, puede resultar más sencillo que cualquier visitante que no conoce los festejos o que no los frecuenta pueda disfrutarlos –dentro de las inevitables limitaciones- en su periodo de vacaciones estivales sin necesidad de dejarse días o pedirlos a propósito para desplazarse a Valencia en Fallas.
Por fin descubro caminos forestales por los que moverme para
evitar las carreteras comarcales. Me ha costado, porque desde la granja
solamente los hay en una dirección, para ascender a las aldeas cercanas. Al
contrario que en Francia, por ejemplo, aquí la gente con la que te cruzas es de
poco darse los buenos días. Te responden si les diriges un saludo, pero en
muchos casos ni te miran. En general, como podemos comprobar en nuestros
recorridos, no rebosan simpatía. No es que resulten antipáticos los eslovenos,
pero sí más bien secos y poco expresivos.
Hoy nos encaminamos hacia la costa adriática, a los 40
kilómetros que tiene Eslovenia debajo de Trieste, entre Italia y Croacia.
Primero nos dirigimos hacia Koper, a unos 80 kilómetros de nuestro pueblecito.
Dejamos el coche en el aparcamiento del mercado, donde la primera hora no te
cobran y a partir de ahí cuesta un euro cada 60 minutos.
Nos adentramos en la calle principal, donde hay alguna de
las tiendas de zapatos que otorgan cierta fama a la localidad, hacia la plaza
central, donde se ubica la torre defensiva y campanario, a la que
posteriormente se añadió la iglesia, la logia, que ahora deslumbra como lujosa
cafetería, o la escalinata centenaria que permite atisbar una mejor vista de la
citada plaza. Nos sentamos en una curiosa terraza ubicada en una de sus
esquinas, en la que relata la historia del músico Tartini.
Nos lanzamos a visitar Ljubljana, la capital. Repetiremos. La tenemos a una distancia de unos 50 kilómetros, 30 de ellos por autovía. Adquirimos la tarjeta que hay que llevar pegada en el parabrisas delantero obligatoriamente en este país para conducir y que cuesta 15 euros si es semanal (tiene formato mensual y anual también). Después de la experiencia austríaca de hace unos años donde nos paró la policía para advertirnos de la tarjeta nacional obligatoria al poco de traspasar la frontera desde Suiza, no tardamos en adquirirla en una gasolinera, lugar más sencillo para comprarla.
Dejamos el coche en el parking del Congreso (nos saldrá a
casi dos euros la hora). El sol ahuyenta a la gente de la calle. Recorremos el
equivalente al mercado central de productos de alimentación, bastante más
pequeño que el plantado en el exterior repleto de puestecitos en pleno centro.
Pasamos por la plaza del compositor Preseren, con su estatua marcando el ritmo
de la ciudad frente a la iglesia franciscana.
Nos sentamos en una terracita que flota como una balsa sobre
el río Ljubljana mientras contemplamos los barcos que van en una y otra
dirección llevando turistas (están a unos 8 euros de media por adulto 45
minutos). Recorremos de un lado a otro los tres famosos puentes, prácticamente
pegados. El denominado de Los Carniceros resulta muy identificable por los
miles de candados que cuelgan de él y que la gente ha ido colocando.
Llegar a Eslovenia, al pequeño municipio donde nos alojaremos, Lipsenj, supone prácticamente dos días enteros de viaje en coche desde nuestro punto de partida: Valencia. El primero lo empleamos en alcanzar la frontera española de la Junquera y en ir dejando atrás, ya en Francia, Perpignan, Montpellier, Marsella…, hasta aparcar, sobre las 20,45 horas, en el pequeño pueblo de Bouyon, situado a la altura de Niza, pero en terreno montañoso, en la Côte d´Azur. Allí cenamos y dormimos tras 12 horas de coche en las que apenas hemos hecho breves paradas para comer y estirar las piernas.
El segundo día iniciamos el recorrido sobre las 8,30.
Dejamos atrás Mónaco y comenzamos el tránsito por Italia. Vamos sobrepasando
Génova, Turín, Milán, Brescia, Venecia… todo en autopista de pago porque no
existe alternativa sin peaje que no suponga sumar bastantes más horas. La
gasolina tiene un precio similar al de Francia, alrededor de 1,70 euros el
litro de 95. El recorrido supone casi un adelantamiento continuo de camiones.
Me cuesta dormirme pensando en el ritmo acelerado que tendré que imprimir mañana. La web especializada Gronze calcula 7 horas y 30 minutos para realizar esta etapa reina, de ascenso hasta O´Cebreiro. Sobre esa base, saliendo a las seis, dispondría de poco más de media hora para conseguir taxi y que me transportara a Pedrafita d´O Cebreiro, cuatro kilómetros más lejos, donde se encuentra la parada del autobús a Ponferrada.
Antes de las cinco ya estoy despierto, aunque decido apurar
más en la cama para descansar unos minutos extra que creo que me irán bien ante
lo que me espera. A las 5,45 me pongo en pie y a las 6,15 ya estoy en camino. A
oscuras, porque toca atravesar un tramo en la misma carretera y sin luz alguna
hasta empalmar con la nacional.
La bendición del párroco de Ponferrada me acompaña, ya que
justo delante de mí salen dos peregrinos con una linterna anudada a su cabeza.
Me pego a ellos y les agradezco la compañía. Gracias a esa iluminación -sí, sé
que siempre me queda el teléfono móvil para alumbrar, pero no quiero gastarlo
en exceso por si se me complicara la etapa- recorro sin problemas los
aproximadamente dos kilómetros hasta que llegamos al carril para peregrinos
pegado a la autovía, que ese sí tiene balizas que iluminan.
A las 6,45, cuando ya más o menos puedo vislumbrar entre la penumbra, les doy las gracias y adelanto para subir el ritmo. La primera parte de la etapa resulta más o menos llana. Como voy a buen ritmo decido no parar como hago habitualmente a los diez kilómetros (que sería aproximadamente en Trabadelo) y continúo algo más, hasta Valcarce, donde paro en un restaurante de carretera muy frecuentado por camioneros a esas horas (poco antes de las nueve de la mañana). Devoro mi ya apreciado bocadillo de lomo y queso regado con leche y Colacao. Me paro a pensar que difícilmente en otra circunstancia haría esa mezcla de comida y bebida.
Esta vez inicio en solitario la etapa y lo hago por el alargado tramo que conduce hacia la salida de Ponferrada. A las 6,30 horas empiezo mi caminar por un itinerario que discurrirá entre viñedos y que tiene una distancia aproximada de 25 kilómetros sin grandes dificultades previstas. Transcurre entre tranquilas poblaciones. Paso incluso junto a la sede del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Vinícola de El Bierzo. Apenas me cruzo con una veintena de peregrinos, ninguno de ellos de los habituales de las anteriores etapas.
A las 6,30, también sin desayunar (ya llegará el almuerzo
que compense), iniciamos la ruta ateridos por el frío de la montaña. ¡Cómo será
recorrer esta etapa en pleno invierno!
El primer tramo constituye un ascenso continuo hasta la mítica y tantas veces contemplada en imágenes Cruz de Ferro, en la cima del puerto de Foncebadón, a más de 1.500 metros de altura. Una vez asciendes y superas el montículo de piedras que cimenta su base, lanzas una que teóricamente has llevado hasta allí hacia atrás y pides un deseo. Cumplo exactamente el ritual al tercer intento, ya que al primero la he tirado hacia el montículo y al segundo, antes de superarlo.
Salimos a ocho grados el día 1 de agosto, con pantalón largo y doble capa en la parte superior del cuerpo. Hoy la etapa resulta más dura, aunque el inicio llano no lo hace prever. Mi compañero caminante ha sembrado desde el primer día unas ampollas en ambos pies que han dado su desdichado fruto y le obligan a andar cada vez más despacio, mirando mucho dónde y cómo pisa.
Paramos en Santa Catalina de Somoza, más o menos diez
kilómetros después del inicio, para comer un bocadillo de lomo con queso y
beber algo caliente. Sigue haciendo frío, aunque a estas horas han subido algo
las temperaturas. A partir de Rabonal del Camino el ascenso se complica
bastante con una subida prolongada en la que has de pensar en que lugar pones
el pie para no resbalarte con algún pedrusco y caerte. La temperatura, ya
elevada, hace más penoso el recorrido, sobre todo para mi amigo.
Llegamos a las tres de la tarde a Foncebadón, una localidad casi prefabricada, una especie de espigado refugio de montaña compuesto casi exclusivamente por bares y albergues arracimados en una única calle, en la que únicamente una parte, hasta la iglesia, se halla asfaltada. En este albergue nos proporcionan sábanas de usar y tirar. Terminó la suerte de los precedentes.
La etapa de hoy es tan corta que nos permitimos alargarla por un tramo más rural alternativo para que abarque 18 kilómetros, una distancia en cualquier caso muy modesta comparada con las habituales de El Camino y las que nos esperan los próximos días. Nos damos el lujo de levantarnos algo más de tarde y de iniciar el paseo sobre las ocho de la mañana.
Pequeños ascensos y descensos, ruta empedrada separada de
los pueblos, tránsito junto a campos de lúpulo en esta zona de la que Juan (el
propietario del anterior albergue) nos informó que es la más fértil de España
en esta planta empleada en la elaboración de cerveza.
Llegamos a la cruz de Santo Toribio, en un pequeño
promontorio desde el que se contempla Astorga. Día nublado y frío, con el
habitual viento fresco. Entramos en la ciudad poco antes de las 12 horas,
después de atravesar una desproporcionada pasarela de unos 300 metros, repleta
de curvas, que únicamente permite superar una vía.
Teóricamente empezamos con la más larga de las etapas que
nos esperan: 32 kilómetros- La iniciamos a la hora prevista, las siete, que más
o menos se convertirá en la cotidiana de inicio de recorridos. La salida de
León se hace larga, como suele ocurrir en las ciudades, porque atraviesas
polígonos o localidades pegadas. En este caso sucede lo último, ya que
transitamos por Trobajo o La Virgen del Camino. Vamos todo el tiempo junto a la
carretera nacional, por un terreno más o menos llano.
Almorzamos en un bar de madera prefabricado que atiende una
mujer, acompañada de su hijo de unos ocho años, en San Miguel del Camino. No
nos cruzamos con muchos peregrinos. Será la tónica de los próximos días. Quizás
el año pandémico, pese a ser Xacobeo, o puede que no destaque como uno de los
tramos más transitados.
La ligera brisa -que algunos días nos dejará casi helados- evita que nos achicharremos a partir de las once ante la potencia del sol y las altas temperaturas (la tarde anterior en la ciudad de León superábamos los 35 grados). El último tramo de siete kilómetros, desde San Martín, se nos hace largo. Llegamos justo para darnos una ducha y bajar a comer. Nos han adjudicado una habitación doble en el coqueto albergue de los Hidalgos.
Comienza una nueva experiencia en El Camino de Santiago.
Esta vez el tramo escogido posiblemente resulta el más exigente por su perfil
montañoso. Como afirma el aforismo tan apropiado para la ocasión: “todo se
andará”.
Con el objetivo de llegar hasta su origen, León, recurrimos
al tren de velocidad rápida Alvia, que en cinco horas y media nos transporta
desde Valencia hasta la capital leonesa, con escalas en Requena, Cuenca, Madrid
o Palencia y con destino final -hasta allí ya no llegamos- Gijón.
La estación se halla a menos de un par de kilómetros del
centro. En nuestro primer albergue nos alojan en una habitación de ocho camas
para los dos. Las medidas covid mandan, lo cual nos convertirá en huéspedes más
solitarios en la mayoría de alojamientos y mantienen las distancias al cerrar
espacios comunes como los comedores de albergues. Nos proporcionan sábanas,
toalla y edredón, algo no habitual en muchos alojamientos de estas
características.
Como nos queda todavía algo de tarde, aprovechamos para
visitar el edificio más emblemático de León: su catedral. Por seis euros la
entrada, recorremos, con la explicación que nos aporta nuestro propio teléfono
móvil tras escanear un código QR en la entrada del edificio, la catedral en
cinco etapas cronometradas en una media hora. Nos impactan sus vidrieras.
Desde allí nos dirigimos a la Colegiata con la intención de
visitar el cáliz de Doña Urraca, pero apenas dispondríamos de media hora para
recorrer todo el edificio y las murallas, por lo que preferimos dejarlo para
otra ocasión y optamos por un paseo por la calle del Cid y por la de Orduño II.
Nos sorprende la escultura de un león saliendo de la alcantarillada, el castillo
diseñado por Gaudí, los bares del barrio Romántico y del Húmedo, donde, por
cierto, tomamos tapitas que te sacan cuando pides algo de beber. Helado y
vuelta al albergue para repasar el recorrido de la primera etapa. Porque León
ha sido solamente el preámbulo.